martes, 15 de octubre de 2013

SARITA Y MI VICIO DE ANTAÑO

(10-15-13-4:30PM)


Por Esteban Fernández

Yo fumé durante varios años y hace muchísimo tiempo que dejé el cigarro. La culpa de mi adicción inicial la tuvo una bellísima española que me cautivó, me gustó muchísimo y quise compartir su vicio. Con cuanto amor yo la escuchaba cantar "Fumando espero al hombre que yo quiero". Su nombre artístico: Sarita Montiel. Después me arrepentí de las dos cosas: de fumar y de haberme fanatizado tanto con la artista.

A mí me resulta muy difícil escribir sobre los fumadores cubanos y de mi vicio de antaño, sin traer a colación y sin recordar a Sarita Montiel. Por lo tanto me disculpan las referencias a ella.

En Cuba había dos tipos de fumadores: el que compraba y una ínfima minoría que "picaba cigarros". Había una increíble tercera categoría de fumadores: los que los pedían "prestados". Es decir, se nos acercaban y nos decían: "Oye compadre ¿me das una ‘cachada’?" La cosa inverosímil era que muchas veces aceptábamos, le pasábamos el cigarrillo, le daba una chupada, lanzaba una bocanada de humo y nos lo devolvía.

Pero estos últimos eran uno en un millón. A pesar de que Cuba poseía (y quizás posee) el mejor tabaco del mundo, allá creíamos que los cigarrillos americanos "eran mejores", y a diferencia de aquí que dicen: "Oye, échate para allá que tienes UNA PESTE a cigarro tremenda" allá cuando usted iba al parque oliendo a "Kool mentolado" era como si tuviera puesto el mejor perfume francés. Si los americanos hubieran sabido eso, hubieran exportado para Cuba un "spray" con olor a cigarros "Camel".

De esa época recuerdo que habían dos mujeres que estaban en un segundo y tercer lugar compitiendo con Sarita por mi corazón: Lina Salomé y Mary Tarrero la esposa de Carlos Prío. Sinceramente no sabía con cuál de las tres quedarme.

En Cuba no solamente vendían estos cigarrillos extranjeros "al menudeo" sino que costaban dos centavos, y todavía había personas que "los cogían fiados". Muchas veces escuché decirle al bodeguero: "Oye, dame un Pall-Mall y te lo pago el fin de semana".

Hoy yo me pregunto: "¿Estaría ese individuo preocupado durante toda la semana pensando que el sábado tendría que ir a pagar esos dos centavos?. ¿Se acordaría el bodeguero de que el viernes un cliente estaba supuesto a traerle dos kilos prietos?. Aunque la verdad es que en ese tiempo los kilos servían para mucho y además eran utilizados para ofrendárselos a San Lázaro.

De pronto descubrí que Sarita había nacido el 10 de marzo del año 28 pero no me importó la diferencia de edades. Y prosigo recordando que allí había tres formas de catalogar al que fumaba demasiado: "Fuma como una chimenea, fuma como un murciélago y fuma como un DESAFORADO" y cuando un tipo chiquitico pasaba por el frente del parque fumándose un tremendo tabacón la gente le gritaba: "¡Tabaco suelta a ese hombre!"

De muchacho a mí me encantaba que hubieran bastantes fumadores en mi pueblo porque las cajetillas vacías, sobre todo las de Partagás, nos servían para hacer "pelotas de cajetillas" y jugar con ellas. Era el "deporte" más económico del mundo porque no se necesitaba ningún equipo (ni gastos) para jugarlo. (Foto: cajetilla de Trinidad y Hno, súperfinos)

Me sentí muy molesto cuando me enteré que mi admirada Sara se había casado en el actor americano Anthony Mann. Y al mismo tiempo no entendía bien los nombres de los cigarros: por ejemplo, "Trinidad y Hermano" ¿Por qué no se llamaba "Los hermanos Trinidad"? A mí- que soy un estudioso de todas las cosas cubanas del pasado- me encantaría conocer los nombres todos los hermanos Trinidad.


También ¿qué quería decir Regalías el Cuño?. Ni los "Regalías" los regalaban ni entendía ¿qué querían decir con El Cuño?. Y con "Competidora Gaditana" también me intrigaba porqué nunca supe ¿quién era, ni como lucía, Gaditana?.

Y había otro tipo de fumador increíble en Cuba, uno que picaba cigarros con filtros y les quitaba los filtros antes de fumarlos. ¿No hubiera sido más lógico ir directamente a pedirle a los que fumaban cigarros sin filtros?. Y un fumador que nunca me agradó era el que metía el tabaco dentro del café antes de fumarlo. Eso se llama ENCHUMBARLO que es una palabra muy linda en vía de extinción. Y otro que odiaba era el que mordía el tabaco y la punta llegaba el momento en que parecía una brocha.

Encantado fui al cine Ayala a ver a la Saritísima en "El último cuplé" y "La Violetera". Fue precisamente durante esos días en que mi padre me descubrió un cigarrillo "Salem", lo miró detenidamente y me preguntó: "¿Qué cosa es esto?". Nervioso le respondí: "Eso es un cigarro". Riéndose me dijo: "No, esto es una pajarería ¿tú quieres fumar? espérate un momento". Al rato volvió con un enorme tabaco en sus manos (nunca lo olvidaré, era una breva de Bauzá) y se sentó a mi lado obligándome a fumarlo entero.

El final fue trágico, yo vomitando y completamente mareado, y mi padre diciéndome: "Moraleja: usted todavía no es suficientemente hombre para fumar, cuando usted gane dinero y mida un pie más de estatura ya puede fumar todo lo que le dé la gana”. Nunca supe el motivo por el cual mi padre siempre, a la hora de regañarme, me trataba de "usted". Y cuando mi madre se ponía brava me llamaba "Esteban de Jesús"...

Vi a Sarita por última vez, unos días antes de salir de Cuba en 1962, en la cinta "La bella Lola"... El cine estaba atestado de gente y ocurría algo muy interesante y desagradable que demuestra que si las muertes por "second hand smoke" fueran ciertas yo no les estuviera escribiendo hoy, ni los asistentes al teatro por las noches en mi pueblo estuvieran vivos, porque allí encerrados por tres horas habían más de 100 fumadores echando humo al unísono. Eso me deja claro que durante esos años nosotros moríamos "de repente o de algo malo" no por inhalar el humo que nos lanzaban en la cara.

Al final de la jornada, ya vieja, se casó con un cubano llamado Tony Hernández que era 40 años más joven que ella. Todo terminó en un rotundo fracaso. Todavía creo que conmigo le hubiera ido mejor. Y hace exactamente seis meses que murió María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández más conocida como "Sarita Montiel" a la edad de 85 años, no sin antes haberme decepcionado por completo por sus simpatías con el monstruo de Birán.