lunes, 14 de octubre de 2013
DE POR QUÉ LA IZQUIERDA GANÓ LA POSTGUERRA FRÍA EN
AMÉRICA LATINA
(10-14-13-11:30AM)
Por Ricardo Angoso- Periodismo sin fronteras
En el
año 1989, derribado el Muro de Berlín por una multitud hastiada del “socialismo
real”, los planes quinquenales, el hambre, la miseria consabida, el
racionamiento y la disciplina carcelaria, comenzaba una nueva era para el mundo.
El viejo comunismo, utopía totémica para los progres de salón y la izquierda
totalitaria de medio mundo, pasaba a los libros de historia. Una nueva era
comenzaba, se enterraban los viejos dogmas y el triunfo de la democracia liberal
se asentaba sobre bases firmes y rotundas: la ira popular contra el viejo (y
caduco) socialismo y el colapso del sistema. Los antiguos comunistas, pensábamos
ingenuamente entonces, cambiarían.
Pero
estábamos equivocados y, en lugar de surgir una revitalización ideológica por
parte de los viejos dinosaurios de izquierda, se generó, como de la nada, la
ideología bolivariana. Asistimos, perplejos, al regreso de los sandinistas y
vimos, atónitos, como los antiguos terroristas se reconvertían en demócratas de
toda la vida. Y, en definitiva, un sinfín de personajes y grupos sacados de un
aquelarre castro comunista aceptaban las reglas de juego democrático, como
Hitler, para intentar llegar al poder a través de las urnas. La Habana asentía,
pues sabía que la estrategia daría resultados y había que remozar la vieja nave
estalinista. El horno ya no estaba para bollos. Pero el asunto no se quedó en
mera retórica, nada de eso, sino que derivó en una estrategia izquierdista bien
pergeñada y con unos objetivos bien claros; se trataba, en el caso de América
Latina, del Foro de Sao Paulo.
El Foro
de Sao Paulo nació como una suerte de corriente revolucionaria de la izquierda
latinoamericana liderada por el Partido de los Trabajadores de Brasil, en 1990,
y cuyo máximo líder era el más tarde presidente Luiz Ignácio Lula da Silva.
Sintomáticamente, y no por casualidad, el Foro se constituía un año después de
la caída del Muro de Berlín y constatado el fracaso del “socialismo real”, tanto
en la extinta Unión Soviética como en la Europa del Este, enarbolando la bandera
de la lucha contra el neoliberalismo, la solidaridad con la isla-prisión de Cuba
y un discurso claramente “antiimperialista”, es decir,
antinorteamericano.
Luego,
al calor de las transiciones a la democracia en América Latina y la
consolidación de este sistema político en todo el continente, la izquierda pasó
a la acción, se adaptó a los nuevos tiempos, abandonó la violencia y abrazó la
democracia burguesa -como hicieron los nazis en los tiempos de la República de
Weimar- para allanar el camino para llegar al poder. La estrategia, bien
aderezada con buenas dosis de marketing político y aprovechando la parálisis
socialdemócrata y la franca decadencia de los partidos comunistas, tuvo éxito
muy pronto.
El caso
de Venezuela y el éxito político de Hugo Chávez. En el caso de Venezuela,
además, convergieron otros factores. La descomposición del sistema tradicional
de partidos venezolano -siempre dominado por los “adecos” y “copeyanos”,
socialdemócratas y demócrata-cristianos, respectivamente- junto con una errática
política económica durante el gobierno de Carlos Andrés Pérez, que desembocó en
el “caracazo” a merced de un ajuste radical en los precios, proporcionó el
momento propició al movimiento bolivariano en ciernes para hacerse con el poder
en unos años. Corría el año 1989, comenzaba la tragedia venezolana que dura
hasta hoy.
Hugo
Chávez, uno de los líderes más activos y decididos del movimiento bolivariano
-el famoso Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 (MBR-200)- sabía, tal como
le habían enseñado sus lecturas de Lenin que le había prestado su hermano Adán,
que tan solo tenía que esperar el momento propicio, que las circunstancias de
descontento, descomposición social y debilidad de régimen se dieran para pasar a
la acción y dar el golpe de mano que le permitiera llegar al poder. Como en el
libro 1984, de George Orwell, Chávez conocía bien, al igual que su mentor y
tirano Fidel Castro, que “no se establece una dictadura para salvaguardar una
revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura”. El “caracazo”
fue el primer ensayo revolucionario del proyecto bolivariano, la dictadura
comunista que estaba por venir para Venezuela y que no tardaría en
llegar.
(En la foto de la
izquierda: Piedad
Córdoba e Iván Cepeda, cómplices de Chávez en Colombia)
Más
tarde, Chávez participó activamente en el golpe de Estado de febrero del año
1992 en Venezuela, que apuntaló la caída de Carlos Andrés Pérez, y que fracasó
quizá debido a la congénita cobardía y escasa audacia que caracterizaron al
máximo líder siempre, por no hablar del abandono a sus compañeros de armas.
Chávez fracasó, en 1992, en su intentó en llegar por la fuerza al poder. No se
daban las circunstancias objetivas ni las “condiciones” que diría Lenin para que
coronara aquella suicida misión con éxito. Pero no se amilanó, siguió
conspirando contra la democracia y el orden constitucional.
Dos años
después, la supina estupidez y consabida miopía política del presidente Rafael
Caldera le llevarían a amnistiar Chávez sin darse cuenta de que estaba
liquidando al sistema democrático. Peor fue que el difunto Caldera, además,
decapitara políticamente a su delfín, dejando las puertas abiertas para que el
máximo maestro de la demagogia y el populismo chabacano se hiciera con el poder
en las elecciones de 1998. Como Lenin, que también habría tenido su gran fracaso
revolucionario en el aquel fallido intento de 1905, Chávez sabía que tenía que
aprovechar la ocasión, derrotar y exterminar a los “mencheviques” e impedir en
el futuro cualquier experimento democrático que amenazara todo el poder que, de
repente, sin casi esperarlo, había alcanzado. Y así sería, ya no había marcha
atrás: “todo el poder para soviets”, como en la revolución soviética, todo el
poder para Chávez.
Desarme
político, moral e ideológico frente a la izquierda. De esta forma, el movimiento
bolivariano se hacía con el poder total en Venezuela, el segundo país en
importancia del continente para los hermanos Castro desde que en un lejano uno
de enero de 1959 se hicieran con la isla-prisión de Cuba, “primer territorio
libre de América Latina”, en sus propias palabras. Luego, con el flujo de dinero
a favor del proyecto y cuando la gran ergástula cubana estaba más necesitada que
nunca de dólares, Chávez derrochó el patrimonio de los venezolanos en la mayor
operación política de la historia latinoamericana: apuntalar a la izquierda del
Foro de Sao Paulo en casi todos los gobiernos del continente. Y también, claro,
salvar a la Cuba comunista de su segura ruina.
Así fue
posible, gracias también a una estrategia desestabilizadora en la mayor parte de
estos países, que muy pronto una izquierda desahuciada políticamente se fuera haciendo con el poder, en apenas unos años,
en Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Uruguay, Paraguay y Brasil.
Seguramente, y ojalá me equivoque, en el año 2013 solamente quedará un gobierno
de centro-derecha en América Latina, el de Paraguay, y el dominio rojo sea ya
total, sin cortapisas de ningún tipo. Caerán Panamá, Chile y seguramente
Colombia, donde de la mano de ese gran bobalicón y pelotudo que es el presidente
Juan Manuel Santos( en la foto con Raúl
Castro y Chávez) la
izquierda más siniestra se hará con el gobierno. Ya verán, pronto veremos a las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) sentadas en el Congreso de la
República de Colombia y dictando cátedra democrática. Qué tiempos tan
tragicómicos vivimos.
Sin
embargo, la responsabilidad de todo lo que ha ocurrido, que es la derrota de los
liberales y los auténticos demócratas en el continente a manos de los antiguos
comunistas, no recae solo en la habilidad de la izquierda para haber dado la
batalla en el momento preciso y haberse sabido adaptar a los nuevos tiempos,
sino en la incapacidad de la derecha -sí, la derecha, ya sin vergüenza- para
haber dado el combate político e ideológico.
Desarmada en los campos político e ideológico, ausente de
referentes morales e históricos, solo le quedaba el mediocre destino de fenecer,
e incluso agonizar, en un mundo cambiante y global que demandaba respuestas
lógicas y coherentes a los nuevos retos y desafíos. Pero no, no fue capaz de
adaptarse, sin renunciar al pasado y decir la verdad, y ahora estamos pagando
las consecuencias de este desarme frente a un enemigo mejor preparado,
adiestrado y que goza del favor de los medios y una oligarquía cobarde,
esclerótica políticamente hablando y pusilánime. Los “tontos útiles”, como
Santos, de los que hablaba Lenin.
No
fuimos capaces de explicar, por ejemplo, que en el Cono Sur de América
-Argentina, Chile y Uruguay, principalmente- se libraba una guerra a muerte
contra el comunismo y en defensa de unos principios y valores sustentados en la
libertad y la justicia. Y tampoco que los militares argentinos, chilenos y
uruguayos, junto con otros miles de patriotas señalados hoy como fascistas por
la canallada mediática roja, supieron dar la batalla y ganar de una forma
efectiva y heroica la guerra contra la subversión marxista. Esa derecha de hoy,
vergonzante y claudicante, que se esconde de una forma cobarde tras las mentiras
marxistas, no merecía la pena ganar no ya un combate, sino unas elecciones
locales. Ganamos la batalla militar, pero perdimos la guerra política. Por ese
motivo, y otros que darían para un largo ensayo, perdimos la posguerra fría y
todavía estamos pagando, y pagaremos por un largo tiempo, esta cadena de fatales
errores. Qué lástima que era mi América.
Publicado por en 18:20
Etiquetas: "El Caracazo", Carlos Andres Perez, Foro de Sao Paulo, Hugo Chávez, Iván Cepeda, Lula da Silva, Piedad Córdoba, post guerra fria, Rafael Caldera, Ricardo Angoso, Venuezuela
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