NADIE SE ATREVE A LLAMARLE TRAICIÓN

sábado, 7 de abril de 2012


NADIE SE ATREVE A LLAMARLE TRAICIÓN
(4-4-12-5:00PM)
por Diego Trinidad, Ph. D.  
En 1964, durante la campaña presidencial de ese año en la que el candidato republicano, el Senador de Arizona Barry Goldwater se enfrentó al Presidente Lyndon Johnson, se publicó un extraordinario libro escrito por John Stormer titulado “None Dare Call It Treason”, el mismo título de este artículo y lo que me dio la idea.  En aquel entonces, se vendieron 6 millones de ejemplares de cubierta de papel, un número enorme de libros.  Pero no fue remotamente suficiente para salvar la imposible gesta del Senador Goldwater, quien fue aplastado por el Presidente Johnson, ganador del 61% de la votación popular en una de las campañas más sucias, ofensivas y difamatorias en la historia de Estados Unidos.  Claro que Goldwater sembró las semillas que dieron fruta en el gran triunfo conservador de Ronald Reagan solo 16 años después.  Pero en 1964, los conservadores enfrentábamos un gigante desierto, nos sentíamos abandonados, sin muchas esperanzas.  El libro, sin embargo, fue una de las grandes sorpresas de la campaña y continuó circulando entre los conservadores, convirtiéndose en un clásico cultural.
El tema del libro era que muchos de los problemas que enfrentaba el país en 1964 provenían de una monstruosa conspiración del movimiento comunista internacional.  La documentación parecía impresionante y era muy convincente.  Yo era muy joven y todavía no estudiaba historia, pero debo confesar que la tesis del libro era difícil de refutar, aunque en aquel entonces no creía mucho en teorías de conspiración.  La más grande conspiración en la historia, la del comunismo internacional en su lucha de casi un siglo para dominar el mundo, es por supuesto innegable.  Fue verdad y todavía la idea vive en la Izquierda Eterna.  Siempre vivirá.   
Las críticas al libro fueron devastadoras, pero era imposible aún así desmentir la enorme mayoría de los datos.  El problema del autor fue en realidad su interpretación de los hechos, pues era muy difícil probar, más creer, que, por ejemplo, el Presidente Johnson (a Eisenhower también se le tildaba de comunista, pero no por el autor) fuera comunista.  Pero la evidencia circunstancial que el libro presentaba era muy fuerte.  Pocos lo podían creer, de acuerdo, pero muchos vivían convencidos de que era la verdad. 
¿A que viene todo este largo preámbulo sobre un libro del cual ya casi nadie se acuerda?  Al curioso caso de Carlos Saladrigas y su reciente conferencia en el Seminario San Carlos de La Habana el 30 de marzo de este año, durante su viaje a Cuba como uno de los “peregrinos” que fue a la isla para celebrar la visita del Papa Benedicto XVI.  ¿Quién es Carlos Saladrigas?  Ante todo, no es pariente de Carlos Saladrigas y Zayas, ilustre cubano, Senador, Ministro de Justicia, de Estado, Primer Ministro, Embajador de Cuba ante Gran Bretaña y candidato presidencial perdedor (contra Ramón Grau San Martín) en las elecciones de 1944.  Muchos se confunden porque se llama y apellida igual.  Este Carlos Saladrigas no hace esfuerzos para aclarar que no hay parentesco entre los dos. Saladrigas es Jefe Ejecutivo de Regis HRG, una compañía proveedora de servicios financieros, contables y de personal a pequeños negocios.  Es miembro de la junta directora de varias importantes compañías locales, incluyendo la Universidad de Miami (de la que es un importante benefactor) y es un relativamente joven y multimillonario (62) activista cubano americano (él prefiere no llamarse exiliado, ni mucho menos refugiado político, pero si se considera digno miembro de la “diáspora” cubana en Miami).  Es en esta última manifestación de activista político que nos interesa Carlos Saladrigas. 
Hace ya varios años, Saladrigas decidió comenzar una campaña para establecer vínculos con el régimen cubano, para iniciar un “diálogo” con la dictadura castrista buscando un “acercamiento” con los dirigentes cubanos.  ¿Cuál es el propósito de Carlos Saladrigas en estas gestiones?  Según él, lo único que persigue es el mejoramiento en las condiciones de vida del pueblo cubano.  Saladrigas dice también estar interesado en la libertad de Cuba, pero me parece que ese interés es secundario.  Él considera, como muchos otros entre lo que él incorrectamente llama la “diáspora” cubana, que un acercamiento entre el régimen y la “diáspora” (tengo que escribir la palabra entre comillas hasta que explique por qué está mal utilizada), primero traería una mejora en las condiciones de vida del pueblo cubano—y eso, después, mucho después, traería, eventualmente, muy eventualmente, más libertad al pueblo cubano (más libertad, no la libertad, sin calificaciones).  De manera que estamos hablando de años por venir, como predijo su admirado Papa Benedicto XVI en su reciente visita a Cuba 
Muy bien.  Excepto que yo no creo por un momento que esas sean las intenciones de Saladrigas.  Pero antes, debo aclarar que conozco a Saladrigas (no soy su amigo) y tengo las mejores referencias de él personalmente.  Es una persona decente y aparentemente un buen cristiano (eso puede ser uno de sus problemas), además de un hombre benévolo y generoso.  Pero.  Sí, un gran pero.  Saladrigas quiere llevar inversionistas a Cuba.  Sus últimas ideas incluyen—con el permiso y colaboración del régimen cubano—el establecimiento de bancos comerciales en Cuba financiados ¿cómo?  Eso no lo ha mencionado.  ¿Será con su dinero?  Lo dudo.  No se hizo millonario siendo tonto.  ¿Con inversionistas cubano americanos (sobre todo de los nuevos arribistas) del sur de la Florida?  Quizás.  Aunque quien invierta en este tipo de esquema probablemente estaría dispuesto a comprar el puente de Brooklyn.  Más siempre los hay, solo hace falta ver los pobres incautos (incluyendo los Jesuitas del Colegio de Belén) que fueron estafados por el sinvergüenza de Gastón Cantens (padre) hace poco en Miami.  ¿Otros inversionistas extranjeros?  Esa es la mejor alternativa.  Pero para eso hace falta terminar con el embargo económico contra Cuba, lo cual, por supuesto, propone Saladrigas desde hace mucho tiempo.  Yo también lo propongo, pero entre nosotros hay una diferencia gigantesca.  Saladrigas quiere y apoya el levantamiento del embargo sin restricciones, específicamente con garantías del gobierno de Estados Unidos a esas inversiones.  En otras palabras, Saladrigas propone que los contribuyentes americanos paguemos por esas inversiones en Cuba.  Yo, en cambio, propongo que se levante el embargo, pero con restricciones.  Específicamente yo exijo una prohibición absoluta no solo a garantías del gobierno de Estados Unidos a inversiones en Cuba, sino también a préstamos de instituciones americanas o internacionales a las que Estados Unidos contribuye (Banco Mundial, IMF).  No me opongo a inversiones privadas en Cuba, ni de Saladrigas ni de nadie, siempre y cuando no sean garantizadas por el gobierno americano. 
Pero volviendo a Saladrigas y a sus motivaciones de buscar un acercamiento al régimen cubano.  Aquí el problema no es de malas intenciones.  No me consta que Saladrigas las tenga.  Pero lo que el persigue, inevitablemente favorecería al régimen castrista, NO AL PUEBLO CUBANO. Saladrigas lo niega, pero es imposible negarlo.  Toda inversión, toda ayuda económica como las remesas, todo negocio que se haga con el régimen cubano, aunque sea supuestamente en beneficio del pueblo, primero beneficia al régimen.  Esto es inevitable y ni Saladrigas ni nadie puede negarlo. ¿Qué hace esta circunstancia de los esfuerzos de Saladrigas, por bienintencionados que sean?  Los convierte en una colaboración con el régimen.  Y también convierte a Saladrigas en un colaborador del régimen, como también lo son su adorada Iglesia Católica y hasta el Papa.  Si, eso es lo que son todos: colaboradores. En otros tiempos, como en Francia después de la Segunda Guerra Mundial, a los colaboradores se les fusilaba y se les colgaba.  Ahora no, ahora se les alaba.  Pero no tenemos nosotros los cubanos dignos que alabar a estos nuevos colaboradores.  Con ignorarlos o rechazarlos es suficiente. 
Vamos ahora al discurso de Saladrigas en La Habana hace unos días.  Primero, de acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, diáspora significa “Dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen (especialmente se aplica a los judíos)”.  Sin otras distinciones, esa palabra, por mucho que le guste a Saladrigas, no se puede aplicar al Exilio—si, eso y solo eso es--cubano por más de medio siglo.  Si los arribistas de los últimos 20 años quieren auto describirse como Emigración, que lo hagan.  Pero los que llegamos antes buscando libertad y abandonamos a Cuba debido a las políticas totalitarias y represivas del régimen castrista, enfáticamente y a mucha honra, no somos emigrantes, mucho menos emigrantes económicos.  Somos, orgullosamente, exiliados políticos.  Tal como lo fue Martí, tal como lo fue Varela.   
Segundo, Saladrigas se equivoca, cuando después de describir a la “emigración desangrante” (no sé por qué decidió no usar la palabra diáspora en esa parte del discurso cuando la usa en el resto) cubana, dice que ha habido otras emigraciones desangrantes y menciona a México, República Dominicana Haití y Puerto Rico y la mayoría de los países centroamericanos, los cuales “han sufrido o sufren emigraciones aún mayores que la cubana”.  Eso, por supuesto, es falso. El éxodo cubano, para no usar otra palabra controversial, ha sido mayor que el de todos los países citados por Saladrigas combinados. Además ¿cuales han sido los exiliados “desangrantes” que han salido de México? Un puñado quizás durante la sangrienta revolución mexicana.  De República Dominicana, otros centenares durante la larga dictadura de Trujillo. De Haití, otro puñado en los tiempos de Duvalier (los emigrantes haitianos desde los 1980s han sido todos emigrantes económicos) ¿De Puerto Rico? ¿Considera Saladrigas a los criminales macheteros emigrantes políticos? ¿O a los seguidores de Pedro Arbízu Campos, un patriota para muchos puertorriqueños independentistas, pero alguien quien trató de asesinar al Presidente Truman? De Centroamérica han sido unos miles, pero huyendo de las guerras provocadas por los seguidores de la revolución cubana. De acuerdo que estas diferencias no tienen tanta importancia, pero en un discurso tan notable, se debe ser cuidadoso con los datos, y se debe conocer la historia. Saladrigas no parece conocerla bien y se ven sus preocupaciones con la política de Estados Unidos, sobre todo en esta campaña electoral.  Le atribuye dificultades a un acercamiento por las políticas restrictivas de “allá”, refiriéndose obviamente al embargo de Estados Unidos, las cuales “aunque liberalizadas por el presidente Obama, enfrentan un futuro incierto ante el proceso electoral norteamericano”.  Exactamente.  Un nuevo presidente como el que habrá en el 2013, no verá ese acercamiento que busca Saladrigas con buenos ojos. 
Entonces el señor Saladrigas (en la foto) menciona que en las políticas de “acá”, del régimen castrista, “se encuentran las dificultades que resultan de políticas migratorias que no han sido actualizadas, y que someten a los cubanos de la diáspora a la humillación de pedir permiso para regresar a nuestro propio país de origen. Es menester reclamarle a ambos gobiernos la normalización de este movimiento migratorio”. Nótese la equivalencia moral.  Se le reclama a “ambos gobiernos”. Como si hasta la hipócrita e inútil Organización de Naciones Unidas no incluyera en su falaz declaración de derechos humanos la libertad de viajar de todos los ciudadanos del mundo.  ¿De que “movimiento migratorio” nos habla Saladrigas? Por mucho tiempo hubo exiliados políticos desde Cuba a Estados Unidos.  Después hubo emigrantes económicos, como los de cualquier otro país.  Pero esto no es cuestión de “movimientos migratorios” entre los dos países, sino de un éxodo masivo, primero por razones políticas, después por razones económicas provocadas por las políticas del régimen castrista. Pero eso no lo menciona Saladrigas, claro que no.  Entonces si tuviera que reconocer equivalencias morales, las cuales él no ve ni con una lupa.  
Pasa Saladrigas a tirarle algunas migajas al Exilio Histórico. Dice “vindicarlo”.  Pero pronto vuelve a otra equivalencia moral cundo dice que “como todos los cubanos, en ambas orillas, nuestra historia está marcada por una multiplicidad de errores respecto a la Patria y a nuestros hermanos . . . “  ¿Patria?  ¿Hermanos?  ¿En la misma frase?  No señor, de ninguna manera, no para mí. Entra ahora en la materia de su discurso.  Pasa a diferenciar el Exilio Histórico” del “Exilio Histérico”.  ¿A que se refiere?  El “histórico” es “noble y generoso, el “histérico” es incoherente e irresponsable.  El exilio histérico se cree poseedor de una verdad absoluta . . . y se niega a cambiar, comosi 53 años no fueran suficiente para demostrarnos ampliamente la necesidad de un cambio”. ¿Ahora ven por donde viene?  Claramente no hay para Saladrigas ninguna diferencia entre estos dos exilios.  Claramente, el Exilio Histórico es, para él, histérico, incoherente e irresponsable, negado absolutamente a cambiar.  Digo que esto está bien claro porque así lo ha dicho y escrito Saladrigas aquí en Miami muchas veces.  Ahora trata de diferenciar, de confundir, de desinformar.  Como digno miembro de la Izquierda Eterna, ni más ni menos.  Y lo peor es que lo ha logrado ya parcialmente, pues varios amigos me han escrito diciendo que su discurso hay que leerlo varias veces.  Aparentemente le ven no solo importancia, sino posiblemente razón.  Pero no, ni tiene importancia, ya que este señor no la tiene, ni mucho menos tiene razón. 
Continua Saladrigas con mucho más, sobre todo con grandes alabanzas al Papa y a la colaboradora Iglesia Católica.  Debía leer el magnífico artículo publicado en The Miami Herald el lunes (casi seguro que también ha sido publicado en español, pero quien lo quiera leer, que me escriba a dtrinidad3@comcast.net y se lo envío con gusto) “Church Makes Dangerous Bargain” (La Iglesia Hace un Peligroso Trato”), por José Azel.  Todavía mejor, debía leer otro de Oscar Elías Biscet publicado el pasado domingo abril 1 el El Nuevo Herald. “Tras la Visita del Papa”.  Ambos critican fuertemente a la Iglesia y al Papa (a Su Santidad, como le llama con adoración Saladrigas) por su obvia y dañina colaboración con el régimen castrista al que Saladrigas quiere acercarse.  Azel lo denomina “pacto con el diablo”, lo que definitivamente es, y predice que la Iglesia tendrá oportunidades limitadas en el futuro para librarse de ese pacto.  Biscet escribe que “El evangelio nos recuerda que no debe haber fusión entre el bien y el mal.  Los malos deben arrepentirse para el perdón y la reconciliación”.  Lo mismo que yo llevo muchos, muchos años escribiendo y diciendo aquí en Miami.  Pero Saladrigas prefiere recordarnos las palabras de “Su Santidad” (¿Qué “Santidad”? Ratzinger no es santo que yo sepa, y dudo mucho que alguna vez lo sea) de que “La tarea no es fácil y el camino va a estar fraguado de retos y peligros”.  Para lograrlo, “nos llamó [el Papa] a todos los cubanos, los de aquí, los de allá [otra vez la equivalencia moral], los del gobierno [¿por qué no el régimen?], al respeto, la transparencia, la humildad y el amor fraternal, para que en pleno ejercicio de nuestros derechos dados por Dios, encontremos la paciencia y la tenacidad de perseverar en transformar a Cuba a través del diálogo y la paz”. ¡Que bonitas palabras!  Pero para lograr esa “transformación” hay que abrazar—suponiendo que ellos lo quisieran, que no es el caso—a los que, según Biscet, “deberían salir del poder [por estar] relacionados con hechos de sangre, como crímenes de inhumanidad y de genocidio, y tomarse medidas que garanticen las libertades básicas de todos los cubanos sin excepciones.  Y también el establecimiento de un gobierno provisional con todas las fuerzas democráticas del país.  Entonces podremos iniciar un proceso hacia la transición democrática”.  ¡Que diferencia entre las dos declaraciones!  ¿Por qué Saladrigas no menciona lo que Biscet, quien se queda allá mientras Saladrigas regresa para Miami?  Porque Saladrigas es un colaborador del régimen y Biscet es un defensor de la libertad.  Tan sencillo como eso. 
Una aclaración final.  No acuso—ni nunca lo he hecho—a Saladrigas de traición.  Se acerca cada vez más, pero no lo acuso todavía.  Si lo acuso, como llevo mucho tiempo haciéndolo, de colaborador, porque es lo que es.  El título de este trabajo lo uso a propósito no solo para llamar la atención, sino para indicar que ya, ahora mismo, hay evidencia circunstancial, como en el libro citado, para pensar, los que quieran, en acusaciones de traición.  Pero yo, aclaro una vez más, no he llegado a ese punto y dudo que llegue.  Porque creo que es un buen hombre, aunque equivocado y confundido por sus creencias católicas.  Hasta que no me demuestre lo contrario, tengo que seguirlo considerando como un adversario, no como un enemigo.  Pero es un hombre peligroso porque lo que quiere para Cuba no es bueno, y el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Es un hombre a quien es mi deber—y el de todos los que creen en la libertad— combatir en el campo de las ideas.  Las nuestras son mejores y más verdaderas que las de los colaboradores como él.  Y nosotros no hacemos tratos con el Diablo. NUNCA.  Como dijo ese gran orador americano, el Senador de Massachusetts Daniel Webster, en 1830“Dios le otorga la libertad solamente a aquellos que la aman y están siempre listos a protegerla y a defenderla”.  Para Carlos Saladrigas y su Papa favorito la libertad no es tan importante como el beneficio social y las mejoras económicas que el pueblo cubano quizás pudiera obtener en un tiempo futuro por colaborar con el régimen totalitario castrista.  Por eso, nadie debe creerlos.  Solo quien conoce lo que es la libertad y está dispuesto a morir por ella, como casi todos los que salimos de Cuba hace medio siglo, sabemos eso.  Por eso, siempre estaremos dispuestos a combatir a quienes nos tratan de engañar con falsas promesas de reconciliación y de amor fraternal hacia los que oprimen a Cuba hace más de medio siglo.