UNA PAUSA PARA LA DEVOCIÓN

sábado, 7 de abril de 2012


UNA PAUSA PARA LA DEVOCIÓN
(4-5-12-9:15AM)
Siempre se ha considerado con una gran devoción que esta del jueves santo es una tarde donde se manifiesta el cariñoso amor de Dios. Podríamos indicar también que es el momento en el cual Cristo aparece dando una especial demostración de ternura hacia los suyos. No sólo se había preocupado por preparar adecuadamente la Cena Pascual, sino que en ella vertió todo el amor de su corazón: así no sólo lo instituyó como mandato fundamental para todo discípulo, sino que también dio muestra de ello al lavar los pies de sus discípulos.

Al hacerlo, les pidió a sus discípulos que lo imitaran. Entonces, se identificarían con el Maestro que fue capaz de dar esa muestra de amor. Por algo, en el evangelio de Juan también se nos recuerda que el amor de Dios Padre fue tan grande que llegó al extremo de darnos a su Hijo para la salvación de la humanidad. Si un Maestro de la talla de Jesús podía hacer ese gesto humilde de amor con sus discípulos, significaba que ciertamente era capaz de hacer algo más por ellos. En efecto, se había desprendido de todo protocolo humano y lavó los pies; es decir no tuvo reparos en rebajarse para manifestarse 
como siervo y servidor de todos.

Ese gesto de amor era, a la vez, un anuncio profético del evento que transformaría la historia de la humanidad. El Maestro que se despojaba de su condición para lavar los pies es el mismo que se despoja de las prerrogativas de la divinidad para entregar su vida y morir por la humanidad. Es lo que de verdad hace radical el amor 
del Padre y el del Hijo: pocas horas después el anuncio de su donación se hace realidad cuando en la cruz, el Señor ofrece como sacerdote la víctima, que es, ni más ni menos, su propia vida.
Previendo lo que vendría después, para que la humanidad en el tiempo futuro pudiera participar y enriquecerse de esa ofrenda sacerdotal, esa misma noche el Señor deja otra prueba de su amor. Instituye el sacramento de la nueva alianza, mediante el cual se hace memoria viva de su Pascua. Con la eucaristía, los discípulos podrán reconocer a lo largo de los siglos que la fuerza redentora de Jesús no tiene límites en el tiempo: desde el momento de su entrega pascual, se sigue haciendo presente, para que todos puedan seguir recibiendo de manera directa y sacramental las consecuencias de su amor redentor.
El mismo cuerpo que es entregado, la misma sangre que es derramada y con la que se sella la nueva alianza, se convierten en alimento de vida para los discípulos. Al celebrarse la eucaristía, los discípulos podrán seguir reconociendo al Señor como los amigos de Emaús. Al celebrarse la eucaristía, se repite el gesto sacerdotal de Jesús hasta que se llegue a la plenitud definitiva del Reino de Dios. Y la eucaristía la instituye Jesús, no como un simple recuerdo de algo importante, sino como una comida pascual: por eso, el alimento eucarístico del cuerpo y la sangre de Jesús, además de alimentar espiritualmente al creyente, cumple con un objetivo de la mediación sacerdotal: la comunión entre Dios y los creyentes.

Ese regalo de Dios a los creyentes se ha transmitido como una tradición de generación en generación desde entonces. Para ello, el mismo Jesús hace que algunos de los discípulos, por el sacramento del Orden, puedan hacer realidad la eucaristía y, a la vez, hacer memoria viva de la Palabra y de la salvación. Esos discípulos, marcados con la fuerza y el sello del Espíritu actúan en nombre de Jesús y son configurados a Él. Desde entonces y hasta ahora, en camino a la plenitud, los ministros ordenados hacen realidad sacramental el cuerpo de Cristo, siguen perdonando los pecados y continúan el servicio del Pastor bueno, Jesús, para guiar a las ovejas al redil seguro.

Fruto del amor de Dios: eso es lo que conmemoramos en esta tarde-noche del jueves santo. El mismo mandamiento del amor es fruto del ejemplo de Jesús; con él, se aseguró ante la humanidad que su entrega era sacerdotal y se ofrecía un sacrificio para realizar la nueva creación. El lavatorio de los pies era el preludio de lo que sucedería en la cruz, horas más tarde; pero, a la vez era el prólogo de un ministerio sacerdotal que, en el tiempo, haría memoria viva de la pascua de Jesús y haría realidad el sacramento de la eucaristía.