¡UN VIRUS EN LA COMPUTADORA!

viernes, 3 de febrero de 2012


¡UN VIRUS EN LA COMPUTADORA!
(2-3-12-10:45AM)
por Esteban Fernández Jr.                      
Los    otros    días   supe   que    una amiga mía tenía dificultades con su computadora y estaba de lo más disgustada.  Eso me trajo a la mente los adelantos de la tecnología moderna y me puse a pensar en lo que teníamos, o mejor dicho, lo que no teníamos hace unos 50  años atrás cuando empezó nuestro  destierro. 
Mi amiga me cuenta que cuando  su computadora se le rompió,  ella se puso histérica frente al problema.  Entonces pensó:  “¿Y ahora qué me hago con esta computadora fundida? ¿Cómo voy a pagar mis cuentas si ni tan siquiera las recibo por correo, pues me llegan electrónicamente?  ¿Y cómo voy a ver mi cuenta del banco? ¿Y cómo me voy a comunicar con mi familia y con  mis amigos sin correo electrónico?” 
 La invadió tremendo pánico y tuvo que pensar en que podría hacer  para enfrentarse  al mundo sin la tecnología moderna.   Decidió que había que hacer las cosas a la antigua y se dijo:  “¡Qué horror!  ¡Hasta qué extremo se depende de este ordenador electrónico al que llamamos computadora!”
Y yo pienso que no solamente dependemos de las computadoras, dependemos de calculadoras electrónicas que nos hacen olvidar como sumar, restar, multiplicar,  dividir y sacar un porcentaje. Dependemos del GPS para poder ubicar nuestra posición en el planeta, porque al parecer,  NO SABEMOS DÓNDE ESTAMOS PARADOS. En Miami es más fácil porque al preguntarle a un cubano cómo llegar a un lugar amablemente nos dice: “Ni se preocupe que si usted dobla en  esta esquina, lo va a ver enseguida porque eso queda AL CANTÍO DE UN GALLO.”
Si no sabemos cómo escribir una palabra o necesitamos un sinónimo, o si no estamos seguros de su significado, lo buscamos en un enlace electrónico que nos deja consultar a La Real Academia Española. Y nos pasamos la vida consultando con Google. Cuando estábamos chicos, nuestros padres nos decían: ‘Ve al librero y busca ‘EL MATA-BURRO’. Y allí encontrábamos un libro de cuatro pulgadas de espesor y que pesaba una tonelada llamado ‘Diccionario Enciclopédico del Idioma Español’ en donde había respuesta para todas nuestras dudas.  
Hoy nos da un ataque cardiaco si se nos rompe la lavadora de la ropa.  Hace 50 años (cuando llegamos al exilio) nos teníamos que considerar afortunados si poseíamos los 25 centavos para ir a lavar a una lavandería pública.  Y nos dábamos con un canto en el pecho si también teníamos los 10 centavos que costaba secar la ropa para no tener que regresar con ella mojada a tenderla en el patio.   Pero si la traíamos mojada, y era un día nublado y lluvioso entonces empezaban nuestros ruegos a San Isidro el Labrador para que  quitara el agua y  pusiera el Sol o teníamos ropa mojada y oliendo a moho por una semana.  Nuestras abuelas y muchas de nuestras madres no tenían lavadora de ropa; tenían que lavar a mano en una batea y  restregaban la ropa para sacarle el churre.  ¿Y todavía nos quejamos por unos días sin lavadora?
¿Qué me dicen ustedes del horno de microondas? A la gente le dan ataques cuando se le rompe este célebre, y nunca bien ponderado, artefacto de cocina.  Ya no sabemos lo que es calentar leche en un jarrito en el fogón y después echarle su adecuado chorrito de café para hacernos un café con leche.  Y hablando de café para la leche, hoy tenemos cafeteras eléctricas de todos tipos y colores.   ¿Algunos de ustedes se acordaran de como hacer café usando uno de aquellos coladores de tela blanca -teteras- que teníamos en Cuba?
Y no digamos nada de los teléfonos celulares, que a decir verdad, nos han brindado la mejor manera de pedir ayuda en caso de una emergencia, pero además han hecho que los ‘TRAPOS SUCIOS’ de la familia y las asquerosas peleas entre parejas, se discutan en plena vía pública. 
Me da la sensación  de que lo que va a suceder si seguimos usando los mensajes de texto y el correo electrónico, Twitter y Facebook, en vez de hablar con los demás seres humanos todos nos vamos a convertir en sordomudos.
  Y no debemos olvidar la bendita maquinita contestadora de llamadas. Es lo primero que chequeamos al entrar en la casa. La odiamos cuando llamamos a un negocio y es la que nos responde, pero a veces cuando llamamos a un conocido preferimos dejarle un mensaje ahí mejor que hablar con él personalmente.