LA HISTORIA EN LA MEMORIA TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS

jueves, 17 de marzo de 2011

LA HISTORIA EN LA MEMORIA
TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS
(3-16-11-5:00PM)
1962, septiembre 10- Fue ametrallado por un barco pirata artillado, la embarcación cubana "San Pascual" y la nave inglesa "New-Lane", que cargaban azúcar, frente a Cayo Francés, en Sancti Spíritus. El barco cubano recibió 18 impactos y el inglés 13. El día 18/09 la organización terrorista radicada en los EE.UU., Alpha 66, se declaró autora del hecho. Participaron en esta acción los terroristas Antonio Cuesta Valle, Antonio Pérez Quesada , alias Antoñico el isleño y Ángel Pouxes, entre otros. (De la lista parcial de ataques marinos realizado por los patriotas cubanos, publicados por la Tiranía )
A pesar de que habían sido reforzados  con una viga de acero, los ejes se doblaban bajo el peso. Aquel viaje, que en condiciones normales se podía realizar en unos 45 minutos, ya nos consumía más de 4 horas. Fue necesario cambiar dos neumáticos del remolque que explotaron por no poder resistir la carga. La Marina de Homestead, al sur de Miami, aunque cercana, nos estaba resultando inalcanzable. Los autos que nos seguían frecuentemente lanzaban pitasos de protesta por la lenta marcha que llevábamos.
Desde luego, los inconvenientes que les estábamos causando  a aquellos motoristas de fin de semana eran preferibles a que, por querer acelerar la marcha, se acabaran de partir los ejes y causáramos un serio accidente por aquella transitada vía.
Por fin, la flecha que indicaba la localización de la Marina, nos hizo abandonar la carretera US1. Ninguno de los curiosos que nos veían pasar aquella mañana del 7 de septiembre del 1962, ni remotamente podían pensar cual era la causa de que aquel ligero bote de fibra de vidrio y de solo 20 pies de eslora, prácticamente fuese apachurrando su remolque de servicio pesado. Era evidente que no podía ser debido al peso de sus motores; aquellos dos fuera de borda Mercury de cien caballos de fuerza, eran usuales en cualquier bote de su tipo. De ser así...¿Por qué pesaba tanto aquel casco pintado de verde mangle? Nosotros si sabíamos la razón: ocupando todo el espacio entre el parabrisas y la popa, bajo el techo plegable, dos literas cubrían un tanque de quinientos galones de combustible. Escondidos en la cabina de proa llevábamos el siguiente armamento: una ametralladora calibre 50, su base y seis cajas de proyectiles y un cañón antitanque accionado por cerrojo de la Primera Guerra Mundial, también con su base y una caja de proyectiles. Completaban el cargamento de la cabina de proa varios paquetes con suficiente avituallamiento para cinco hombres durante una semana y un botiquín de primeros auxilios.
Diseminados por otras partes de la embarcación  y bien cubiertos por chubasqueras, lonas y salvavaidas, tres rifles Garands M-1 y dos fusiles ametralladoras FAL, todos con abundante parque. En aquel arsenal desentonaba un barrilito de cinco galones que llevaba adherido con fuertes cintas plásticas un paquete del que colgaban dos pedazos de mechas. Aquella, nuestra arma secreta, se encontraba bien oculta debajo de la soga del ancla.
Sabíamos que toda aquella carga rondaba el límite del peso que el bote podía resistir sin irse al fondo. Sin embargo sería menos peligroso no hacernos a la mar sin previamente  haber probado su capacidad de carga en cualquier canal, que iniciar  aquel largo viaje tan solo confiando en Dios y en nuestra buena suerte.
Ya en la carretera marginal que llevaba directamente hasta la Marina arrimamos a un lado de la poca transitada vía para poder revisar de nuevo el remolque. Sin aquella elemental medida de pracaución jamás hubiéramos podido recorrer las escasas dos millas que nos separaban de nuestro primer objetivo. El exceso de peso por fin terminó venciendo la escasa resistencia que le había ofrecido el sistema de suspensión. Los 4 guardabarros del remolque, impactados contra la banda de rodamiento de los neumáticos, comenzaban a generar fuego debido a la tremenda fricción entre el metal y el caucho.
Le pedí  a los dos miembros del grupo de apoyo que para no levantar sospechas siguieran sentados en el asiento delantero del sedán rural que transportaba mi exigua tripulación y tiraba del remolque. Ramón Font y Angel Puxes a quien apodábamos Lilo, me ayudaron a remover los guardafangos. El sol floridano y el calor  de los neumáticos nos hacían sudar, tanto al emplear las llaves y palancas, que imaginé encontrarme en pleno cuarto de i de El Tejana, ayudando a Larry y a Báez a reparar algunas de las frecuentes averías de aquel ex caza submarino.
La ingeniosidad y dinamismo de Lilo contribuyó bastante para facilitar aquella engorrosa tarea. De unos de esos canales que tanto abundan en el sur de la Florida, nuestro ayudante se las arregló para tener un cubo de agua que fue a refrescar, al menos por el monento nuestro fatigado remolque. Antes que termináramos Lilo tuvo que darse varios viajes más en busca de agua. Aunque llevábamos varios horas sin comer y sin dormir, agotados hasta la extenuación, cada milla que nos acercara al mar era como un tónico vivificante cuyo efecto nos aseguraba que, auqnue  sobre nuestros hombros, el bote llegaría al agua.(Continuará)-  De su relato "Guerrillas Marinas".