miércoles, 11 de diciembre de 2013

UNA CONFESIÓN Y UNA PROMESA
(12-11-13-1:55PM)
Por Aldo Rosado-Tuero
Tengo que confesar que soy un hombre feliz, inmensamente feliz. Cuando me examino me siento pequeñito, pero cuando me comparo, me siento muy arriba en la escala humana.
A través de toda mi ya larga vida he sabido lograr la mayoría de los objetivos que me he impuesto, aun los que he elegido en contra de la opinión mayoritaria, que me aconsejaban desistir, porque lo me proponía no lo podía lograr.
Hoy, cuando el desaliento cunde masivamente entre los que formamos en las filas del anticastrismo duro y militante y muchos se retiran para siempre, otros hacen mutis y una gran cantidad se guarecen en sus cuarteles de invierno en busca de un merecido descanso, porque no le ven futuro a nuestra lucha, yo, reconociendo que todas las perspectivas son desfavorables para la consecución de nuestras metas y que la pequeña minoría inasequible al desaliento es cada vez más pequeña, me siento cada mañana más fortalecido y con más bríos para continuar en la batalla.
No voy a criticar a los que se retiran en espera de tiempos mejores, o oportunísticamente para reaparecer sentando cátedra cuando soplen vientos más favorables y hasta los que cuelgan los guantes para siempre. Yo permaneceré--como dijera un político con alma de poeta que supo morir por su patria y sus ideales--: “A la intemperie, en vigilancia tensa, fervorosa y firme, arma al brazo y en lo alto las estrellas”.
Nada de retirarme a tomar un descanso para luego volver. Por el contrario, reafirmarme en mis convicciones, continuar en la trinchera aunque diezmen a diario nuestras filas, es el impulso que me revive cada vez que veo a alguien flaquear.
Conmigo no hay tregua. La habrá cuando muera o cuando ocurra el cada vez más imposible triunfo. No hay nada más gratificante para un ser nacido para el combate que saberse parte de la última línea de resistencia que le queda a la patria.
Cuando desaparecen blogs, cierran páginas de internet, en esta negra noche que nos rodea, yo elucubro nuevos proyectos, me doy entero a Nuevo Acción y pongo una vez más—como antes, como siempre—el pecho a lo que venga y abro mi bolsillo para ponerlo al servicio de lo que creo y predico.
No hay retirada, ni descanso. Para mí la vida es lucha constante. Y soy feliz. Vivo, no vegeto y vislumbro mi vejez en plena actividad productiva en pos del ideal en el que he creído y al que he permanecido fiel toda mi vida.
¿Qué me he de quedar solo? ¡Bendita soledad la del combatiente que ha jurado ante la memoria de los hermanos muertos luchar hasta el último aliento!
Termino con estas coplas, creo que de una vaguada argentina: “Yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar... y así seguimos andando curtidos de soledad, con nosotros nuestros muertos para que nadie quede atrás... y una novia muy hermosa que se llama Libertad”