miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA DEFENSA DE LOS DERECHOS HUMANOS NO ES UNA ESTRATEGIA POLÍTICA
(12-18-13-2:15PM)
Por Frank Escobar-Exclusivo para Nuevo Acción
“Andaba por mi barrio, que está en el centro de la Habana, allí nadie sabía lo que significa el día 10 de diciembre. La vida continuaba imperturbable, mientras la represión arreciaba en el Vedado. Nadie se enteró de ello. Los opositores no tenemos poder de convocatoria entre la población, eso es un hecho”, se lamenta el periodista independiente Julio Cedeño Negrín y tiene toda la razón.
La fecha del 10 de diciembre conmemora internacionalmente el “Día de los Derechos Humanos”.  La Declaración Universal de los Derechos Humanos nació en el seno de un comité internacional de la ONU presidida por Eleonor Roosevelt en 1948. Se adoptó después de la Gran Depresión y de la Segunda Guerra Mundial y, por tanto, es un reflejo de su tiempo. Los Derechos Humanos han sido definidos como la «religión de la humanidad» para la escritora sudafricana y Premio Nobel de Literatura Nadine Gordimer y como una «religión mundial» por el máximo representante del “holocausto judío” Elie Wiesel.
Los derechos humanos –declara el filósofo liberal John Rawls– no son consecuencia de una filosofía particular ni de una forma, entre otras, de ver el mundo. No están ligados sólo a la tradición cultural de Occidente, así haya sido en el interior de ésta donde fueron formulados por primera vez. Derivan simplemente de la definición de justicia”.  Para Michael Ignatieff es inútil buscar, en la naturaleza humana, una justificación de los derechos, y tampoco es necesario decir que tales derechos son «sagrados». Basta con tomar en cuenta lo que los individuos estiman, en general, que es justo. William F. Schulz, director ejecutivo de Amnistía Internacional, asegura igualmente que los derechos humanos son sólo aquello que los hombres declaran ser derechos. A. J. M.Milne intenta fundar los derechos humanos en un «standard mínimum» determinado por ciertas exigencias morales propias de cualquier vida social. Rick Johnstone escribe que «los derechos humanos no ‘ganan’ porque sean ‘verdaderos’, sino porque la mayoría de la gente ha aprendido que son mejores que otros». Estas modestas proposiciones, de carácter pragmático, son poco convincentes. Considerar que los derechos son nada más lo que la gente estima es además de trivial, peligroso y esconde agendas manipulativas.
“La paradoja de los derechos humanos” –escribe Paul Piccone–“consiste en que su despliegue implica la erosión y la destrucción de las condiciones (tradiciones y costumbres) sin las cuales su puesta en marcha se volvería, precisamente, imposible”. Como su nombre lo indica son derechos, es decir su esencia es jurídica, no politica. Son condicionamientos morales que distinguen a los seres humanos como individuos con derechos “naturales” que se establecen jurídicamente por acuerdos internacionales, es decir, sus bases no son inalienables sino negociables. Se refieren a individuos aislados no pertenecientes a comunidades ni grupos sociales, ni siquiera son “republicanos”, es decir no son exclusivos de la “res publica” sino de cualquier sistema de organización politica. Los tan famosos derechos humanos son “una ideología de carácter jurídico fundada en el derecho”, cuyo fundamento objetivo brilla por su ausencia. Es por ello que un pensador del derecho y la política como Julien Freund ha podido afirmar: “Toda reflexión coherente sobre los derechos del hombre no ha sido establecida científicamente sino dogmáticamente”.
La reducción ”de lo justo a la ley” ha hecho también que pensadores como el filósofo existencialista Karl Jaspers basándose en un derecho que se funda en el legalismo judaico, sostenga la autenticidad de “culpas colectivas y comunitarias”-como la del pueblo alemán y Núremberg con los “crímenes contra la humanidad”- en donde no se puede aplicar el: “a cada uno lo suyo” sino sólo “el imperativo de la ley moral, solapadamente simulada como ley positiva”. La consecuencia de ello es lo que se ha dado en llamar ”la industria del Holocausto”, denunciada valientemente por el profesor Norman Filkenstein de la Universidad de Nueva York: “ a partir de la teoría de las culpas colectivas de las unidades políticas unos pocos judíos usufructúan la muerte de muchos. La comunidades políticas o los estados-nación son inimputables, los que son responsables son sus representantes políticos. Las culpas, si las hay, en las sociedades políticas son de los representantes, aquellos que dirigen dichas sociedades, que las orientan a sus fines y que arbitran los medios”.
La formación de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU (de la que EEUU ya no es miembro, pero de la que Cuba si es en estos momentos y Libia la han presidido anteriormente) demuestra que aquella corriente que pretendía establecer un robusto sistema de derechos reconocidos internacionalmente, se ha deformado terriblemente. Porque ¿cómo puede uno tomar en serio a un movimiento que convierte a Cuba en custodio de los Derechos Humanos? El problema radica en que el movimiento por los Derechos Humanos está muy influido por la Izquierda y van mucho más lejos de la determinación de ciertos patrones mínimos de conducta civilizada en los que la gente piensa cuando se habla de "violaciones de los derechos humanos". En nombre de estos derechos, se apoya la consecución por imperativo legal de un programa ideológico izquierdista. De este modo, la Declaración sugiere un punto de vista, bastante común en el doctrinario ideológico de izquierdas, que afirma la existencia de un orden universal de las cosas contra el que toda oposición debe prohibirse: "Toda persona tiene derecho a un orden social internacional en el que los derechos y libertades que se afirman en esta Declaración, puedan realizarse completamente". La importancia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y del movimiento que la respalda no es, sin embargo, simple retórica. Un detalle asombroso del documento es el hecho de que no se protege a quienes se sitúen en una posición contraria a la ONU, tal y como se deduce del artículo 29, párrafo 3 : "Estos derechos y libertades no se podrán ejercer, en ningún caso, en oposición a los propósitos de las Naciones Unidas".
“En definitiva”- escribe el metapolítico argentino Alberto Buela (foto de la izquierda)- “ la política de los derechos humanos vigente hoy está dirigida exclusivamente a la construcción de un mundo único y homogéneo. Cuando los derechos humanos reciben su declaración explícita en la carta de las Naciones Unidas en 1948 todavía tenían como fundamento el hecho de ser una verdad reconocida libremente por todos, pues la misma era inherente a todo ser humano. Hoy, a partir de la “ética del consenso” pregonada por Habermas y la vieja escuela neo marxista de Frankfurt, así como por “la teoría de la justicia”, del liberal noramericano John Rawls, los derechos humanos son definidos por la voluntad consensuada de aquellos que deciden, y no por estar atados a la naturaleza de la persona humana. Este cambio es gravísimo porque siguiendo este procedimiento cualquier elemento o situación puede ser presentado como un “nuevo derecho humano”. El “derecho” a la eutanasia, al género, al aborto, al infanticidio, al matrimonio de los homosexuales”…
"Los derechos humanos fundados como derechos de la persona (y no del individuo)- continúa el filósofo Alberto Buela- "rescatarían al mismo tiempo la dimensión íntima de la unicidad vivida, lo que exige el respeto a la más elemental forma de vida humana, y la dimensión social del hombre, que sólo se puede comprender plenamente en el “rostro del otro” que es lo mismo que decir en el “otro como persona”. Esta es la forma de romper la idea de simulacro, del “como sí” kantiano, que es la que gobierna nuestras relaciones sociales y políticas en esta totalitaria y cruel dictadura del “se dice o se piensa”, de los policías del pensamiento único bajo el que vivimos.”
El polémico filósofo español, Gustavo Bueno, también nos alerta: “Así, a los derechos humanos tenemos que buscarle un anclaje en las necesidades de los pueblos y de los hombres que los integran que es muy diferente al basamento que hoy se les otorga, como es el consenso de los poderosos, de los lobbies, que cuanto más fuerte son más los derechos que poseen o logran.”..“Nosotros a esto vamos a anteponer el derecho de los pueblos y buscarle una fundamentación acorde a nuestra realidad y necesidades”.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos es el resultado del comité heterogéneo que se encargó de redactarla. Pero en el fondo el resultado es muy coherente: fundamentalmente estatista y aunque ambivalente deja bien claro cuáles son sus principales ideas. Afirma que sus principios son de máxima importancia, es decir, sus dogmas son axiomáticos hasta el punto de que, en ocasiones, se emplea un lenguaje totalitario. Partiendo de las “”Cuatro Libertades de FDR en el New Deal”, la Declaración Universal de los Derechos Humanos se afana en combinar la tradición anglosajona de los derechos como limitación al poder del gobierno con el concepto de la Europa Occidental de los derechos como poderes del gobierno. La primera, ejemplificada en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, donde se  interpretan tales derechos como restricciones a la influencia nociva del gobierno sobre los individuos: “el poder no debe interferir en la libertad de expresión ni de credo, debe respetar la propiedad privada, debe seguir los procedimientos establecidos por la ley”, etc. La segunda, que otorga al gobierno la misión de construir el entorno en el que los ciudadanos vivirán y, por tanto, que se centra más bien en la educación, la seguridad social, la vivienda, etc. Los llamados ahora derechos de segunda generación.  Estos dos enfoques son muy distintos. Uno de ellos afirma que el gobierno debe dejar vivir en paz a los ciudadanos y, el otro, que el gobierno es responsable y tiene que construir el marco social en el que los ciudadanos puedan tener una existencia satisfactoria. El primero trata al gobierno como algo intrínsecamente peligroso e intenta proteger a los ciudadanos de su mala influencia. El segundo lleva a un sistema abierto de control social-el estado socialista de bienestar europeo- que, inevitablemente, choca con la tradición anglosajona de las libertades civiles y que es, de hecho, un caldo de cultivo idóneo para el totalitarismo. Cuando ambos conceptos se enfrentan siempre acaba ganando el más compacto que es el más centralista, el de la Comunidad Europea continental, dado que concede más poder al gobierno y esto se inserta en las corrientes de pensamiento mundialista. El Movimiento por los Derechos Humanos que debía haber sido una corriente nueva que evitara la repetición de los  horrores pasados, limitando sobre todo el poder del gobierno para huir del  totalitarismo, termino convirtiéndose en un movimiento predominantemente estatista. “Al identificar la defensa de los derechos humanos con la defensa de los valores occidentales –escriben René Gallissot y Michel Trebitsch–“ una nueva ideología, más insidiosa y más sutil, una ideología soft, permite sustituir el maniqueísmo Este-Oeste, nacido de la guerra fría, por un maniqueísmo Norte-Sur con el que la libertad occidental espera rehacer su virginidad.” «Una doctrina universalista ineluctablemente evoluciona hacia fórmulas equivalentes al partido único», diría el filósofo estructuralista Claude Levi-Strauss.
“Ya desde 1980,-cuenta Alain de Benoist (en la foto)- en un artículo que hizo época, Marcel Gauchet precisamente había afirmado «los derechos humanos no son política». Allí los definía en los siguientes términos: el más grande peligro que entraña el retorno a los derechos humanos es caer en el callejón sin salida del pensamiento del individuo contra la sociedad, sucumbir a la vieja ilusión de que se puede fundamentar al individuo y sólo partir de él, de sus exigencias y de sus derechos, se puede llegar hasta la sociedad. Como si se pudiera escindir la búsqueda de la autonomía individual del esfuerzo de una autonomía social.  Los derechos humanos –concluye– no son políticos en la medida en que no provienen del conjunto social en el que se insertan. Sólo pueden volverse política a condición de que se sepan reconocer, y de que se proporcionen, los medios para remontar la alienante dinámica del individualismo a la que conducen como su contraparte natural. La democracia de los derechos es una democracia trunca que pierde de vista la dimensión propiamente política de la democracia; olvida el hecho de la comunidad política, hecho a cuyo nivel se juega, en última instancia, la existencia de la democracia […] La instalación del sujeto de derecho individual con la plenitud de sus prerrogativas implica el ocultamiento del sujeto político colectivo de la democracia”…” Una segunda paradoja proviene de la dificultad que hay al pretender que los derechos humanos deben prevalecer sobre el derecho positivo, de suerte que todo poder político debe comenzar por reconocerlos, admitiendo, a la vez, que la validez práctica de tales derechos depende de la capacidad del mismo poder político para aplicarlos”.
Es Hannah Arendt, quien demuestra “que establecer al hombre como abstracción pura era incrementar su vulnerabilidad. La paradoja implícita en la pérdida de los derechos humanos” –escribe–“ es que cuando ésta sobreviene y la persona se convierte en un ser humano genérico […] no representa a nadie más que a su propia y absolutamente única individualidad que, ante la ausencia de un mundo común donde se pueda expresar y sobre el que puede intervenir, pierde cualquier significación”…” la paradoja de los derechos abstractos que, al declinar los derechos de una humanidad sin apego, corren el riesgo de privar de identidad a quienes son, precisamente, víctimas del desarraigo impuesto por los conflictos modernos”. Un mundo donde todos “valen” no es un mundo donde «nada vale una vida», sino un mundo donde una vida no vale nada. Esa terrible soledad y abandono es el que sufre hoy el escritor Angel Santiesteban Prats, preso injustamente y privado del “derecho” de ser un ”prisionero de conciencia”-como también se encuentra el freedom fighter Armando Sosa Fortuny (foto de arriba a la izquierda)- por ese “subjetivismo sin fundamento” que son los Derechos Humanos de la ONU, Amnistía Internacional y otras organizaciones afines, y que lo ha llevado a exclamar  desde lo más profundo de su ergástula: “ en ese mismo instante que suceden las golpizas y los arrestos, otros ven una película, abren una cerveza, observan a sus hijos comer helados, y sonríen satisfechos, piensan que ya alcanzaron sus derechos, ¡ya cumplieron con José Martí!”.
Como nos define el filósofo de la nueva derecha francesa Alain de Benoist: “La cuestión no es, por supuesto, abandonar la defensa de las libertades que esboza la ideología de los derechos humanos, y menos aún de criticar esta última para legitimar el despotismo. Se trata, por el contrario, de mostrar que la necesaria lucha contra todas las formas de tiranía y opresión es una cuestión fundamentalmente política y, como tal, debe resolverse políticamente. En otras palabras, se trata de abandonar la esfera jurídica y el terreno de la filosofía moral para afirmar que el poder de la autoridad política debe ser limitado no porque los individuos gocen por naturaleza de derechos ilimitados, sino porque una entidad política donde reina el despotismo es una mala sociedad política; también se trata de afirmar que la legitimidad de resistir a la opresión no deriva de un derecho innato sino de la necesidad que tiene la autoridad política de respetar la libertad de los miembros de la sociedad; en suma, se trata de que los hombres deben ser libres no porque «tienen el derecho» sino en virtud de que una sociedad donde se respetan las libertades fundamentales es políticamente mejor –y además moralmente preferible– que una sociedad donde no se respetan “
“ Por otro lado- continua Alain de Benoist-“ la libertad individual jamás se cumple en una sociedad que no es libre, lo que conduce a decir que no hay libertad privada sin libertad pública. «La finalidad de los antiguos consistía en compartir el poder social entre los ciudadanos de una misma patria», escribió Benjamín Constant. Lo que significa que la libertad misma es, por principio, un problema político –y no un problema de «derechos». Dicha libertad precede y condiciona la justicia, en lugar de ser su resultado.”
“Toda la historia de la modernidad –dice el filósofo de la “Selva Negra” Martin Heidegger– es la historia del despliegue de la metafísica de la subjetividad.  El subjetivismo conduce obligadamente al relativismo (todo se vale), llegando así a la conclusión igualitaria del universalismo (todos valen). El relativismo no puede ser superado más que por el arbitrio del yo (o de nosotros): mi punto de vista debe prevalecer por la única razón de que es mío (o porque es nuestro). Las nociones de justicia y de bien común se hunden con la misma inercia”.
Norberto Bobbio, finalmente, sostiene que fundar filosófica o argumentativamente los derechos humanos es algo sencillamente imposible y, para colmo, inútil. Justifica su opinión al corroborar que los derechos humanos, lejos de formar un conjunto coherente y preciso, tuvieron históricamente un contenido variable. También admite que muchos de estos derechos pueden contradecirse entre sí, y que la teoría de los derechos humanos choca contra todas las aporías del fundacionismo, pues jamás se podría establecer ningún consenso en torno a los postulados iniciales.
Para concluir, la historia ha demostrado que los derechos humanos no pueden ser invocados más que allí donde ya han sido reconocidos (la democracia americana por ejemplo), en las culturas y los países que ya han interiorizado sus principios (la Comunidad Europea) –o sea, allí donde, teóricamente, no debería haber necesidad de invocarlos. La cuestión de las libertades no se resolverá jamás en términos de derecho o de moral porque es, sobre todo, un asunto político. Tiene que resolverse políticamente.