martes, 31 de diciembre de 2013

CUBA: BREVE HISTORIA DESDE EL DESPOTISMO ILUSTRADO HASTA EL NACIONALISMO DEMOCRÁTICO


(12-31-13-2:10PM)
Por Frank Escobar (Exclusivo para Nuevo Acción)

El Estado está constituido por un conjunto de individuos que viven juntos para asegurar su propio bienestar.  Este es el pacto social que une a los hombres y define sus derechos y deberes de gobernantes y gobernados. Para Jorge Federico Hegel el estado prusiano del emperador (Káiser) Federico el Grande de Prusia constituía el máximo de la excelencia política al significar la culminación de la evolución del “Geist” o el espíritu universal. Esta no es sólo la opinión de un gran filósofo sino también el final de la suprema ley de la dialéctica y la doctrina oficial del despotismo ilustrado. Según esta doctrina, el “gobernante ilustrado” regula las actividades económicas de sus súbditos, les proporciona educación, se ocupa de la salud y el saneamiento, de los suministros y la justicia. Para el déspota ilustrado la grandeza de un estado es la gloria de su gobernante, un estado puede ser grande en proporción a su población y a la prosperidad que esta alcance. En este sentido se ha de entender la frase de Federico el Grande de Prusia: “un rey es el primer servidor del Estado...”
Desde esta perspectiva la cohesión del estado y su lealtad al déspota ilustrado dependen de la capacidad de este para garantizar el bienestar de las personas y en él el amor a la patria está en función de los beneficios recibidos. Junto al argumento del Emperador, podemos considerar también el del más grande poeta alemán, Wolfgang Goethe, quien en 1772, en un libro titulado “Sobre el Amor de la Patria”, escribió: "¿Tenemos una patria? Si podemos encontrar un lugar donde podamos descansar con nuestras posesiones, un campo para nosotros, un hogar para cubrirnos y sostenernos, ¿no hay una patria? "
Pero patria y nación son dos nociones diferentes.  Nación se deriva de nacimiento, son hombres similares que pertenecen a un conjunto por su nacimiento, un grupo que es más grande que una familia pero más pequeño que un pueblo, por esa razón no hubo una nación romana y se hablaba del “Pópulos Romanus” y no de la “Romanorum Natio”. Por extensión, la palabra llegó a ser utilizada como un sustantivo colectivo y en el siglo XVIII el filósofo empirista escoces David Hume lo declaraba asi en su ensayo " De los caracteres nacionales ". Él decía que " una nación no es más que una colección de individuos que por el constante intercambio llegaron a adquirir ciertos rasgos en común”. Diderot y D' Alembert en la Enciclopedia Francesa al llegar al término "nación " la definen como " una palabra colectiva que se utiliza para denotar una cantidad considerable de personas que habitan en una determinada extensión de terreno definida dentro de ciertos límites y obedeciendo a un mismo gobierno . " ...
Si hay un pueblo en este mundo que sabe lo que significa la patria y ha defendido su nación es el pueblo alemán. Pero también ha sido el alemán el pueblo más arruinado por su extremo nacionalismo. Ese nacionalismo exacerbado que parió la Revolución Francesa.
“El nacionalismo”- escribía George Orwell (foto de la izquierda)- no debe confundirse con el patriotismo. Ambos términos son normalmente usados de forma que cualquier definición está sujeta a cuestionamiento, pero uno debe diferenciar entre ellas, pues encierran dos ideas distintas y hasta opuestas. Por “patriotismo” me refiero a la devoción a un lugar en particular y a un determinado estilo de vida, los cuales uno cree que son los mejores del mundo pero sin tener la menor intención de forzar a los demás a que piensen lo mismo. El patriotismo es por naturaleza defensivo, tanto militar como culturalmente. El nacionalismo, por otro lado, es inseparable del deseo de poder. El propósito de todo nacionalista es el de asegurar más poder y prestigio, no para sí mismo sino para la nación u otra unidad a la cual ha decidido someter su propia individualidad.”
Lo que los nuevos dogmas nacionalistas hicieron a partir de la Revolución Francesa-y continuaron todas las revoluciones posteriores desde la bolchevique hasta la cubana- fue introducir un nuevo estilo de hacer política basado en la violencia y sustentado en abstracciones y generalizaciones. “Quien habla en nombre de la  humanidad quiere mentir”, decía Pierre Proudhon. La expresión de la voluntad anuló los pactos y los tratados, la lealtad se disolvió en relativismo  y por una simple declaración se hacía  legítimo cualquier acto sin importar lo que fuera. Por su propia naturaleza  este nuevo estilo de hacer politica se fue a los extremos porque ya no representaba la política como una lucha de principios  sino como la sucesión interminable de demandas en conflicto. Las ambiciones de un estado prevalecieron por encima de los principios comunes, el compromiso se convirtió en traición, y un tono de intransigencia exasperada se hizo común entre los rivales u opositores. . El terrorismo se convirtió en el sello distintivo de la pureza: "No, no es nada ", exclamaba San Just  "que tanto se asemeja a la virtud como a un gran crimen ". Parecía  como si los grandes crímenes fueran la única manera de garantizar la justicia. "Hay algo terrible", repetía St. Just, "en el amor sagrado a la patria que es capaz de sacrificarlo todo por el interés  público , sin piedad, sin miedo, sin respeto por la humanidad” ... “¿Por qué lo que produce el bien general es siempre terrible?”
”Es en la tierra y en la lucha por su posesión donde descansan las raíces más genuinas de nuestra nacionalidad”, escribía Francisco Pérez De la Riva a principios del Siglo pasado y tenía razón. Desde los primeros colonizadores que llegaron a Cuba con Velázquez y Cortés fue la posesión de la tierra y no el subsuelo  lo que desató sus ambiciones por ganar honra y fortuna. Durante el Siglo XVII, “el Siglo del Cuero” según Pierre Chaunu, fueron el ganado “Cimarrón” y las grandes extensiones de tierra virgen las que consolidaron el poder de los Señores de Hatos y Corrales, los grandes patriarcas del ganado. En el siglo XVIII con el éxito internacional del comercio de tabaco nació la nobleza comercial y traficante de la Real Compañía de Comercio de La Habana. Después de la recuperación de La Habana de los ingleses y hasta la Guerra Grande fue el predominio de la Plantación azucarera cubana, la “aristocracia burguesa y esclavista” que no solo se contentó con la posesión sino que exigió y consiguió la propiedad económica de Cuba. 
En España a partir del cambio de dinastía- de los antiguos Habsburgos a los nuevos Borbones- a principios del siglo XVIII se estableció de una manera progresiva el “Rey Ilustrado”, primero con Felipe de Anjou y V de España y luego con su hijo Fernando VI y sobretodo con Carlos III que era mitad italiano. De los dominios españoles de ultramar Cuba fue la más favorecida  con la nueva politica mercantilista de los Borbones y los habaneros crearon  la Real Compañía de Comercio de La Habana en 1741, con el éxito de la Compañía aparecieron nuestros primeros capitalistas  que paradójicamente se convirtieron en nuestros primeros nobles de Castilla y Grandes de España. La nobleza habanera del tabaco en lo político también fue un éxito porque el poder habanero era tal que en 1707, a la muerte del Gobernador Raja lo sustituyeron provisionalmente-durante siete años- los habaneros Luis Chacón, castellano del Morro, como jefe militar y Nicolás Chirinos, Alcalde, como jefe civil. Para impedir la repetición de este hecho insólito de las posesiones ultramarinas gobernándose a sí mismas el Rey Felipe V creó el cargo de Teniente Rey que era designado por la corona.
A finales del reinado de Carlos III y como resultado de la politica ilustrada de sus ministros  Jovellanos y Aranda se fundaron las instituciones económicas más importantes del país: el Real Consulado de Agricultura y Comercio, la  Sociedad Económica de Amigos del País y la Junta de Fomento- ya antes con los reyes Felipe V y Fernando VI se habían establecido los más importantes centros educacionales de la Habana: la Real y Pontificia Universidad de San Jerónimo, el Colegio de la Compañía de Jesús y el Real y Conciliar Seminario de San Carlos, que educaron a la primera generación ilustrada habanera.
Vale la pena resaltar que en caso de la Universidad dominica se exigía que los alumnos no tuvieran vínculo ni con judíos ni con negros por cuatro generaciones pero en el caso del Colegio jesuita se aceptaban alumnos de todas las razas si estos demostraban interés en el estudio. Los jesuitas rompían el Viejo esquema escolástico medieval  e imponían el nuevo  pensamiento racionalista burgués de su protegido, el filósofo René Descartes.
Para entonces no se podía hablar de Cuba porque el país estaba dividido en dos: La Habana era el Puerto más importante del comercio transoceánico y se desbordaba en riqueza -el Occidente abarcaba desde Mariel  hasta la bahía de Jagua por el sur  y hasta el rio Sagua por el norte, el resto, las  entonces pobres provincias de Cuatro Villas, Puerto Príncipe y Oriente, sobrevivían gracias al comercio de contrabando con los enemigos de la Corona.  Tan es así que los ingleses en 1762 no tomaron Cuba sino solo La Habana y cuando estalló la Guerra de la Corona contra Napoleón y se proclamó la Constitución de 1812,  el gobernador de La Habana no la aceptó y continuó manteniéndoles fidelidad al rey y el teniente gobernador de Santiago de Cuba aceptó la constitución liberal.
Francisco de Arango y Parreño, quien podría ser llamado el líder de la primera generación de habaneros ilustrados  que se establecieron como un grupo hegemónico tras la recuperación de La Habana de los ingleses, escribió en la dedicatoria de su famoso impreso “Discurso sobre la agricultura y los medios de fomentarla”,” para mi clase los hacendados y para mi Patria,  La Habana.” Arango como Goethe reconocía ya una patria en La Habana, o a lo mejor una “matria”- como le gustaba decir a Miguel de Unamuno- Cuba como una isla madre bajo la protección de la Virgen María – Nuestra Señora de la Caridad del Cobre- merece ser más una matria, un alma mater, que una patria.
La Generación del 93 (1793) estaba provista de un nacionalismo cultural que los separaba ya de la metrópoli peninsular, claro que sin romper con ella. Su propio líder Francisco de Arango no dejó jamás de ser un alto funcionario de la Corona ni le negó jamás fidelidad a su rey, algo muy al estilo de las Viejas comunas autónomas castellanas durante el reinado de los Reyes Católicos. Esta condición nacionalista temprana se  basaba en la posesión temprana de un territorio propio donde habitaba su patria, La Habana, una población, la de  los habaneros blancos como ellos, una religión, el catolicismo que era entonces la única religión posible y existente, una identidad , la de los españoles americanos que eran diferentes a los españoles peninsulares después de doscientos años viviendo en Hispanoamérica. Ninguno de los miembros de esta generación, que podría llamarse la de los “protonacionalistas del  93”, como el propio Arango, Jose Agustín Caballero, Nicolás Calvo de la Puerta y O’Farril, Tomás Romay y Chacón, El Conde de Casa Montalvo, Alejandro Ramírez Blanco, dejó jamás de tener conciencia de su identidad nacional propia, diferente a la antigua peninsular y aunque todavía continuaban y permanecerían pegados al viejo tronco español-como los alemanes y los austriacos católicos  a los Habsburgos- crecían como ramificaciones de una nueva y poderosa  rama con identidad propia.
Veinte años después y guiados por el magisterio patriótico del presbítero Félix Varela y Morales (izquierda), quien bajo la autorización de su Obispo, Monseñor Juan José de las Espadas y Fernández de Landa, había convertido el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en un centro de formación patriótica, nació la llamada Ilustración cubana del Siglo XIX y se conformó una generación auténticamente cubana que definió culturalmente nuestra nacionalidad- aunque restringida todavía a los cubanos blancos y católicos- Una generación patriótica y nacionalista que asumió la autonomía y no la independencia como su opción politica y que se definió como cubana y católica de herencia española aunque ambivalente con respecto a la influencia anglosajona. Fue precisamente el tema de la anexión a los Estados Unidos  la manzana de la discordia que separó a los discípulos de Varela en anexionistas como Gaspar Betancourt Cisneros “El Lugareño”, José Luis Alfonso- Marqués de Montelo- Miguel Aldama, Cristóbal Madan y los anti anexionistas liderados por José Antonio Saco, que había escrito: “Yo desearía que Cuba no sólo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuere Cuba cubana y no angloamericana”. José Antonio Saco fue expulsado de Cuba por el General Tacón debido a la fundación de la Academia Cubana de Literatura, primera institución que lleva el nombre de “cubana” en toda la historia de Cuba. Ante la intransigencia del régimen tiránico de facultades omnímodas había escrito:  “O España concede reformas a Cuba o Cuba se pierde para España”.  
Los plantadores anexionistas fundaron el “Club de la Habana” –que en la década del 40 trató varias veces de conseguir la compra de Cuba por EEUU y al menos en una ocasión gastaron tres millones de dólares para conseguirlo- y fueron siempre el grupo económicamente más poderoso. En un desesperado intercambio epistolar con José Luis Alfonso, Pepe, su amigo de toda la vida y benefactor, José Antonio Saco le había escrito: "De rodillas te pido que te apartes de la, idea de anexión, porque ella sólo puede producir males a la patria y a sus hijos." 
Más adelante Saco se alarmaba-desde su destierro en Europa- por los acontecimientos de la isla  que pudieran conducir a un conflicto armado con España al cual él se oponía tajantemente  porque representaría una terrible guerra civil que llevaría a la pérdida total de toda la riqueza cubana y a  la exacerbación de los conflictos raciales, su interlocutor, el rico propietario azucarero y presidente del ferrocarril de Matanzas le respondía, “Saquete, en el siglo XIX la patria es la propiedad y no habrá revolución en Cuba mientras seamos capaces de producir azúcar y cosechar café”.
Sin embargo si hubo Guerra, en 1868. José Antonio Saco (en la foto) fallecería, irresoluto por las noticias de la guerra, en Barcelona, en extrema pobreza y lleno de amargura once años después (1879).  Él nos legaría esta preciosa frase: "... La idea de la inmortalidad es sublime porque prolonga la existencia del individuo más allá del sepulcro; y la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos y el origen más puro del patriotismo...". Saco había pedido que pusieran en su tumba como epitafio: “Aquí yace José Antonio Saco que no fue anexionista porque fue más cubano que todos los anexionistas”.
José Luis Alfonso estaría al final al lado de España y la Corona le otorgaría el Marquesado de Montelo, su bella esposa, María Dolores Aldama y Alfonso, quedaría inmortalizada en un famoso cuadro de Federico de Madrazo que hoy cuelga en la Sala Romántica del Museo del Prado y sus dos hijos varones  morirían peleando contra el Ejército Libertador cubano durante la Guerra del 95. Su suegro  el vasco Domingo Aldama, después del asalto a su palacio por los voluntarios integristas españoles sería obligado al exilio en EEUU donde murió y sus propiedades  fueron confiscadas junto a las de su hijo Miguel Aldama Alfonso, el Marqués de Santa Rosa-aunque hay quien dice que nunca aceptó el título-que se convirtió en el Jefe de la Junta Revolucionaria en el exilio y murió antes de la Guerra Del 95 pobre y olvidado.
La Guerra de los Diez Años fue una terrible guerra civil entre los hacendados azucareros occidentales integristas y antinacionalistas: Zulueta, Baró, Castaño, Casa Moré, Gómez, Guzmán y los plantadores arruinados separatistas y anexionistas de Las Villas, Camagüey y Oriente: Céspedes, Vicente Aguilera, Figueredo, Mármol, Simoni, Agramonte, Machado, Gerónimo Gutiérrez, Cisneros Betancourt.  Una Guerra inspirada en los pronunciamientos liberales españoles de Riego y Prim y también en el abolicionismo de la Guerra Civil Americana. Una Guerra cuya Asamblea Constituyente en 1869 en Guáimaro se pronunció unánimemente por la anexión a EEUU y que tuvo dos Generales en Jefe-Federico Fernández Cavada y Thomas Jordan – que eran ciudadanos americanos y ex altos oficiales del Ejército de la Unión.
Una confrontación donde la definición de Arango, Varela y Saco de la nacionalidad cubana como herencia española blanca y católica contrapunteaba equidistante con el nuevo pensamiento republicano y liberal de los hombres del 68 que en su mayoría eran masones y de fuertes sentimientos pronorteamericanos. Una Guerra inconclusa que no terminó con la esclavitud ni consiguió la anexión a los EEUU, más que terminación de una contienda en derrota para los separatistas resultó ser un pacto que se interrumpió dos años después con otro fracaso y se reinició definitivamente en 1895, pero entonces si bajo fuertes principios nacionalistas, integradores y auténticamente cubanos, pulcramente definidos por su líder, el gran demócrata José Martí y Pérez quien había escrito en el periódico Patria el 16 de abril de 1893:  “cubano es más que blanco, más que mulato y más que negro”.