CARMEN OLGUÍN

lunes, 3 de septiembre de 2012


CARMEN OLGUÍN

 (8-23-12-10:10AM)

Por Hugo J. Byrne 
A la persona cuyo nombre titula este trabajo nunca la conocí y ni siquiera estuve en su presencia.  Los únicos datos personales que de ella tengo son que murió hace años, que como lo indica su nombre y apellido (aunque sin la H) era de origen mexicoamericano, que era una persona amable y distinguida, quien durante parte de su vida trabajó en la sección de personal para la Compañia de Teléfonos del área de Los Ángeles (hoy AT&T) y que tiempo después estuvo empleada por mi viejo amigo, el abogado Enrique Bin.   
Me refiero a su memoria por ser el personaje central en una singular anécdota de interés humano que aprendí recientemente y en la que estuvo involucrado otro gran amigo.  Se trata de uno de esos raros casos en que el destino presenta una oportunidad que en nuestra era de cínico pragmatismo, sólo sucede en novelas y otras obras de ficción.  La habilidad de retornar un acto de bondad es extraordinariamente rara.  Cuando ocurre, representa un regalo de Dios para el piadoso y siembra dudas en la mente del  más incrédulo. 
El exilio cubano está sin embargo repleto de tales historias, situaciones que proveen al mismo tiempo drama y solaz a la vida.  Todos hemos experimentado algunas circunstancias únicas, desde los reencuentros familiares después de largos años de ausencia, hasta  el contacto con antiguos compañeros escolares. Escribir para la prensa digital es un medio abundante para esas experiencias. 
Sin embargo, esta historia real nada tiene que ver con escribir y empieza con las gestiones que en los inicios de la década de los 60 hace un joven exiliado cubano por encontrar trabajo en el área de Los Ángeles. Entre los varios negocios que visita, se cuenta la Compañía de Teléfonos.  Para este joven la situación es apremiante.  Sin contar con ingreso económico viable ni trabajo fijo, encara la responsabilidad de mantener a una familia en crecimiento.   
En la Compañía de Teléfonos el joven ha respondido a un aviso que ofrece una posición de entrada, pero con algunos beneficios.  Aunque el mercado laboral de esa época es bueno, para los desterrados la oferta satisface la demanda.  El joven de mi historia, ávido de trabajo, es sólo uno entre muchos.  
Después de varios días y estimulado por su apretada situación, el exiliado regresa a las oficinas de la Telefónica para verificar el estado de su gestión laboral. Allí le comunican que para averiguar eso debe personarse en el departamento que maneja los recursos humanos y hablar con una señora llamada Carmen Olguín.  
Cuando se presenta ante la señora Olguín, dama de mucha personalidad y aspecto distinguido, el joven aprecia que en el cesto de las solicitudes laborales la cantidad es muy considerable.  La señora le comunica que ya se han tomado cuantas solicitudes van a considerarse para esa posición y que para seleccionar con justicia se acostumbra invertir el orden de modo tal que el último en llenar la solicitud final quede al fondo.  Las hojas de papel oficial hacen un bloque de casi 8 pulgadas de alto. 
“Su planilla”, agrega, “está muy al fondo, pues después de usted sólo aplicaron tres, antes de llenarse el cupo.  Tiene que tener mucha paciencia y aún así nadie podría garantizarle nada”. Las palabras de Olguín hicieron palidecer al joven, quien ingénuamente había depositado esperanzas poco realistas en esa gestión.  
Entonces ocurrió algo singular. “¿Cuál es su presente situación de trabajo?”, preguntó la Señora Olguín.  “Ni mi esposa ni yo tenemos empleo al presente”, contestó el cubano.  “Lo peor es que tenemos una hija que necesita alimento de bebé”.  “¿Qué edad tiene su hijita señor?”  “Mi hija tiene dos semanas de nacida”. 
Carmen Olguín lo miró con fijeza por unos minutos y entonces, sin decir palabra sacó su planilla del fondo de la cesta,colocándola arriba.  “Aún así, nada puedo garantizarle”, afirmó.  El joven se deshizo en agradecimientos, pero Olguín lo cortó en el acto: “no me debe nada a mí, agradézcaselo a su hija”. Antes de que terminara la semana el cubano fue llamado a trabajar en un empleo en el que se desempeñara durante varios años.  
No es el propósito de esta narración analizar un acto que incluso pueda objetivamente considerarse arbitrario.  Además, ese no es el final de la historia. 
Muchos años después, el exiliado de mi anéctoda, hablaba por telefónono con el abogado de Los Ángeles Enrique Bin. Bin era su coterráneo y amigo de la infancia en su pueblo natal. En esa época Bin buscaba emplear una persona eficiente para trabajar en los asuntos de su oficina legal, tema que mencionara en su conversación con el personaje de mi anécdota:  “..Entre los aplicantes hay una señora de buena presencia quien parece adecuada a los requerimientos del trabajo”..., dijo Enrique, “...aunque todavía no he decidido nada...,  se llama Carmen Olguín y firma ese apellido sin la H...” 
Su interlocutor lo interrumpió para verificar la identidad de la entrevistada.  Cuando no tuvo dudas, le dijo: “Conozco muy bien a esa señora y no eres capaz de imaginar la alegría me darías si decidieras emplearla”.  Después procedió a contar su experiencia con ella.  Carmen Olguín trabajó por años para Enrique, optando eventualmente por el retiro, en cuya paz  terminara sus días. 
Sólo me resta identificar al beneficiario de la bondad de esa señora.  Es un colega y ha sido un verdadero hermano por toda mi vida adulta.  Marchó al exilio a los 16 años, empujado a él por sus padres, para salvarlo de la muerte a manos de los esbirros castristas. Nunca más pudo ver a sus padres ni a la patria. Se enroló como telegrafista en una expedición contra la tiranía a bordo del barco “Venus”. Sufrió por ello dura prisión política en la República Dominicana.  Fue compañero de armas de un servidor en las Unidades Cubanas del Ejército de Estados Unidos (1962-1963) en Fort Knox y Fort Jackson y se enfrentó, puños en ristre, a los lacayos de Castro en Los Ángeles. 
Desde ese entonces se dedica a fustigar a los enemigos de la libertad con una pluma acerada y certera, que ha ido cultivando con dedicación durante más de cuatro décadas.  Es considerado por muchos el mejor escritor costumbrista del exilo cubano. Su libro “Güines de mis Recuerdos” se publicó en 1984. Su columna es leída en los cuatro puntos cardinales y la ciudad floridana de Hialeah ha declarado oficialmente el 29 de enero como el día deEsteban de Jesús Fernández y Gómez (“Estebita”).