EL FRACASO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL Y LA ÚNICA ALTERNATIVA; UNA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL -I

jueves, 30 de agosto de 2012


EL FRACASO DE LA DEMOCRACIA LIBERAL Y LA ÚNICA ALTERNATIVA; UNA REPÚBLICA CONSTITUCIONAL -I
 (8-19-12-4:50PM)
por Diego TrinidadPh.D.
De acuerdo con ciertos textos de la antigüedad, una vez, después de ser nombrado magistrado jefe del gobierno de una gran provincia de China, alguien le preguntó a Confucio cual sería su primer decreto.  Confucio contestó: crear un nuevo diccionario. ¿Por qué, Maestro? preguntó uno de sus asombrados discípulos. Porque necesitamos definir los términos más precisamente y si no sabemos exactamente el significado de las palabras, no podemos ni siquiera comunicarnos de una manera efectiva, contestó el filósofo chino.  Así tenemos que comenzar este ensayo. Pero antes de definir lo que es una democracia liberal, es necesario definir sus dos componentes, lo que es democracia y liberalismo. 
Como famosamente dijo el Juez Potter Stewart de la Corte Suprema de Estados Unidos cuando trató de definir lo que es obsceno en un caso en 1964, “no lo sé definir, pero si lo veo, se lo que es obsceno”.  Así mismo casi todos a los que se les pregunta que es democracia creen saber lo que es. Pero no es tan fácil. La primera y obvia definición es la de los griegos clásicos, más específicamente los habitantes de la ciudad-estado Atenas, en la Grecia Antigua de 500 años AC. Para los atenienses que practicaban ese sistema de gobierno que ellos inventaron, la democracia era la mayoría de todos los votantes elegibles (en aquellos tiempos, quizás un 10% de la población de Atenas; no votaban ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros, ni los menores de 20 años) más uno.  La minoría—el 49% o menos—no tenía sus derechos protegidos, excepto los que les reconocía la mayoría que gobernaba. Con los años—y la práctica—esa definición se ha ampliado y modificado de muchas  formas.  
 Con el crecimiento de las poblaciones, la democracia directa dejó de existir por necesidad, para convertirse en democracia representativa. También, hoy en día en una democracia se le reconocen los derechos a las minorías de alguna manera (casi siempre bajo una constitución) y el gobierno está basado en el sufragio universal de todos los votantes (con la única limitación la de una edad mínima). Pero el significado básico sigue siendo el gobierno de la mayoría, lo cual, en la práctica, ha desacreditado a la democracia como un buen sistema de gobierno. Esto es porque los votos de las mayorías se pueden manipular por políticos demagogos de tal forma que una vez electo un gobierno por esas mayorías, puede permanecer en el poder ilimitadamente simplemente cambiando la constitución y las reglas que gobiernan. Esto es lo que ha sucedido en los últimos veinte años en algunos países hispanoamericanos, como Nicaragua, Venezuela, Ecuador y Bolivia, al igual que en Ucrania y Rusia.  También hay el problema de quien vota. Por ejemplo, con la insistencia en una votación universal solamente limitada por la edad mínima, no se considera la capacidad mental o educacional de los votantes, ni su nivel de información. Además, por la misma insistencia en contar todos los votos, no se pesan las diferencias. ¿Debe contar igual el voto de un demente, de un retrasado mental o de un analfabeto como el voto de un graduado universitario o tan siquiera de una persona informada? Estas preguntas, por no mencionar la propensión a la corrupción del voto popular, son generalmente ignoradas en el afán de que todos voten por igual.  Quizás algunas limitaciones del derecho a votar, como  existió por mucho tiempo en Gran Bretaña y aquí en Estados Unidos sería beneficiosa, pero los defensores del concepto de la democracia no están dispuestos a considerar esas medidas puesto que según ellos, eso sería injusto.  Mejor que voten los incapaces y los corruptos a limitar de alguna manera la franquicia electoral para producir mejores resultados. 
El liberalismo clásico es también muy fácil de describir. Es una serie de ideas que se fueron desarrollando poco a poco desde el Siglo 17 principalmente en Inglaterra. Como filosofía, el liberalismo clásico está basado en un gobierno limitado, casi siempre por una constitución escrita, un estado de derecho bajo el reglamento de la ley, el debido proceso de la ley, la protección de las libertades individuales, y un sistema de comercio basado en el mercado libre.
Pero la realidad es que esos grandes principios, los cuales tienen un linaje generalmente reconocido como empezando con John Locke(retrato a la izquierda) en la Inglaterra del la Revolución Gloriosa (1688), prosiguiendo con los filósofos políticos escoceses del Siglo 18 (predominantemente Adam Smith y David Hume), los de la Ilustración francesa como Montesquieu, Condorcet y Voltaire, los fisiócratas franceses como Say y Turgot, los fundadores americanos como Jefferson, Madison, Mason y Hamilton, y finalmente, en el Siglo 19, los británicos Malthus, Ricardo y Mill, ya han desaparecido del mundo y hoy en día no se practican en ningún lugar, ni siquiera en Gran Bretaña y Estados Unidos, donde entre mediados del Siglo 19 hasta la Primera Guerra Mundial, fueron prevalentes.   
En los dos países, el liberalismo clásico reinó con pocas diferencias entre los partidos que se disputaban las elecciones, siendo las diferencias de grado y no substanciales. Por ejemplo, en Gran Bretaña, el Partido Liberal generalmente apoyaba el comercio libre, mientras que el Conservador prefería políticas proteccionistas que beneficiaban a las grandes empresas industriales. En Estados Unidos, el Partido Demócrata así mismo estaba a favor de aranceles más bajos y el Republicano favorecía tarifas proteccionistas. Pero en ambos países, todos los partidos generalmente favorecían los principios enumerados arriba con la excepción de mayor o menor libre comercio.  Extrañamente, en Gran Bretaña, los Conservadores favorecieron la expansión de la franquicia electoral para admitir a las clases trabajadoras. No en Estados Unidos, donde el Partido Demócrata desde su inicio dependió en gran parte del control del voto de los grupos inmigrantes, como los irlandeses, los italianos y los judíos.  Las grandes maquinarias políticas de New York, Chicago y Boston así se mantuvieron en el poder por décadas.  El surgimiento del Partido Laboral en Gran Bretaña y del movimiento progresista en Estados Unidos gradualmente cambiaron la aceptación de los principios del liberalismo clásico.  Cuando los conceptos de “justicia social”, del “bien común”, de la igualdad, de terminar con la pobreza, de limitar las ganancias a las grandes compañías, de regular la economía, y finalmente, de intervenir militarmente en guerras extranjeras (en el caso de Gran Bretaña, de extender sus posesiones imperiales, sobre todo en África), el liberalismo clásico gradualmente desapareció.  
Con las dos guerras mundiales, el triunfo temporal de regímenes socialistas—los que terminaron casi siempre en totalitarismos—prevaleció en buena parte del mundo. Lo que no conquistó el socialismo, lo suplió el economista británico John Maynard Keynes, la figura más influyente en el mundo económico desde la Primera Guerra. Sus teorías estatistas le dieron un papel prominente al gobierno para intervenir en las economías de casi todos los países no comunistas y fueron especialmente adoptadas por la administración de Franklin Roosevelt durante la Gran Depresión de los 1930s.  Después de la Segunda Guerra, hubo un renacimiento del liberalismo clásico con los economistas de la “Escuela de Austria”, prominentemente Ludwig Von Mises y Friedrich Von Hayek, y para fines de los años 1950s, con Milton Friedman de la Universidad de Chicago y sus discípulos.
En Estados Unidos ocurrió algo más importante. Un nuevo movimiento político nació en 1960, impulsado por el escritor William Buckley(foto de la izquierda) y su revista National Review.  El movimiento conservador moderno en Estados Unidos rescató los principios básicos del liberalismo clásico menos los lastres de justicia social y el bien común, pero con un alto contenido de anticomunismo. Ese movimiento eventualmente cambió radicalmente el panorama político americano y en 1980, con la elección del presidente Ronald Reagan, pareció brevemente que el liberalismo clásico había resucitado.  Con la caída del comunismo internacional, se pensó por un tiempo que las democracias liberales descritas por Fukuyama dominarían.  Todavía muchos lo creen.  Pero en estos momentos del Siglo 21 no ha sido solamente el socialismo que ha fracasado, sino también esas democracias liberales con sus incontrolables  estados de bienestar  social. ¿Qué queda? La única alternativa: las repúblicas constitucionales. 
Ahora podemos pasar a describir que es la democracia liberal, sabiendo que en verdad no es ni democracia ni liberalismo como hemos descrito antes.  El término se comenzó a usar durante la Segunda Guerra Mundial para diferenciar a los Aliados Estados Unidos y Gran Bretaña (pero desgraciadamente incluyendo a Rusia comunista, la cual obviamente nunca fue ni democracia ni liberal) de los Países del Eje, los Fascismos militaristas Alemania, Italia y Japón.  Al final de la Guerra, se mantuvo el término como casi un ideal al que todos los demás países del mundo podían y debían llegar.  De hecho esa fue la razón de ser de las Naciones Unidas, organización que desde su creación, incluyó a las dictaduras totalitarias comunistas, una contradicción y una perversión de un gran ideal utópico.
Pero ha sido desde la desaparición física de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y sus satélites en Europa Oriental entre 1989 y 1991, que la Democracia Liberal ha tomado su lugar de honor entre las naciones del mundo, las cuales ahora casi todas orgullosamente se proclaman como democracias liberales.  Esto se puede reconocer como el engendro del historiador americano Francis Fukuyama, quien escribió el libro “El Final de la Historia” en 1992, como una epopeya al triunfo de la democracia liberal sobre el totalitarismo comunista. 
Muchos pensaron que el pretencioso Fukuyama (en la foto), quien se equivocó de entrada, puesto que lo que el denominó democracia liberal no fue ni efímeramente predominante en el mundo, estaba describiendo a la “democracia” americana, el sistema de gobierno de Estados Unidos. Era la conclusión lógica, ya que Estados Unidos había ganado la Guerra Fría, derrotando al Comunismo Internacional.  Esto, claro, no fue tan simple, y nunca fue tampoco siquiera aceptado por la Izquierda Eterna.  Pero es peor. Resulta que Fukuyama, años después de que su tonta pretensión fuera desacreditada entre casi todos los pensadores serios, sobre todo en el ámbito académico donde él se desenvuelve, declaró en una entrevista con el periódico británico The Guardian (2006) que él nunca consideró el sistema de gobierno de Estados Unidos como su modelo de una democracia liberal. Al contrario, para él, la Unión Europea y su sistema de gobierno—es decir, la social democracia--reflejaba mejor su modelo de democracia liberal. Más aún aceptando esta diferenciación, la conclusión de Fukuyama de que ese sistema europeo, que no es otra cosa que un socialismo modificado, sea el que prevalezca al “final” de la historia no es válida.  No obstante, admiradores y críticos deFukuyama han continuado utilizando el término Democracia Liberal como su modelo preferido. 
¿Por qué ha fracasado ese modelo?  Por una razón muy sencilla.  Las democracias sociales europeas, que repito, no son sino sistemas socialistas donde prevalece una economía mixta estatal/privada y donde mayormente se respeta la voluntad de los votantes (excepto en sus variantes hispanoamericanas), como buen socialismo, adoptó hace mucho tiempo el estado de beneficios sociales, el alto gasto público y los impuestos prohibitivos necesarios para mantener esos beneficios sociales.  Cada vez menos personas trabajaban menos horas, produciendo menos riquezas, y cada vez más personas recibían más beneficios sociales, mientras los impuestos subían para los inversionistas y creadores de trabajos. Mientras tanto, cada vez más parasíticos burócratas y empleados públicos son agregados a las nóminas del gobierno y cada vez se crean menos y peor pagados empleos privados.  Sucedió lo que tenía que suceder por necesidad: esa manera de vivir sin producir solo se puede mantener pidiendo dinero prestado. Como dijo Margaret Thatcher famosamente, el problema con el socialismo es que eventualmente se acaba el dinero de otra gente para gastar.  Cuando al fin hubo que pagar las cuentas, no se pudo y casi todas las naciones europeas  se acercaron cada vez más a la quiebra. Primero, Grecia, luego Islandia, seguida por Irlanda, Italia, Portugal, España y pronto Francia, con su flamante nuevo presidente, quien prometió, y está cumpliendo, aumentar enormemente los impuestos a los “ricos” para seguir robando y malgastando los recursos del país. Pero el dinero de los “ricos” también se acaba. ¿Entonces que?  Los disturbios callejeros que hemos visto durante todo este último año, la desesperación de la gente por el desempleo y la inflación, la decepción de la población, sobre todo la juventud, con las promesas incumplidas por gobiernos que no tienen de donde sacar recursos porque sus economías simplemente no los producen.  En resumen, un callejón sin salida y la gran posibilidad de que un enorme estallido popular similar al ocurrido en Francia en 1968 suceda otra vez con consecuencias gravísimas para toda Europa. Una nueva revolución social no es inconcebible en Europa.
¿Cómo rebasar esta crisis, o mejor dicho, esta serie de crisis que parecen interminables? Definitivamente no con las medidas que siguen aplicando.  Es decir, todavía más préstamos a corto plazo de los bancos de la Unión Europea a los distintos países que se siguen tambaleando, en un afán imposible de salvar ese gran error que fue la introducción del Euro como moneda nacional de la Unión Europea.  Sobre todo cuando la única economía que está manteniendo a la Unión Europea es la de Alemania.  Pero ¿hasta donde y hasta cuando?  ¿Qué se puede hacer entonces? En realidad, es muy simple; solo hay que aplicar la aritmética y el sentido común. En todo el mundo, cada familia tiene que vivir dentro de un presupuesto que se ajuste a sus entradas y gastos. Eso lo sabemos todos. A veces, con la ayuda de préstamos de familiares y amigos, o en las sociedades más modernas, con la ayuda de las tarjetas de crédito y préstamos bancarios, se puede vivir  más allá de los medios por cierto tiempo. Pero llega el momento que no hay comoconseguir  más dinero prestado y entonces no queda otro remedio que controlar los gastos, sobre todo si es imposible aumentar las entradas. Bueno, eso es exactamente lo que hay que hacer en Europa y en cualquier otro lugar donde existan tales condiciones económicas. Primero, reconocer los errores y el fracaso total del modelo de las mal llamadas democracias liberales.  Segundo, tratar de revertir ese fracasado modelo, recortando el gasto público, rebajando los impuestos, controlando la burocracia, relajando las regulaciones a la empresa privada, y lo más importante: terminar con  el estado de bienestar social.   
Solamente así se puede producir un aumento en la tasa de crecimiento en cada país, lo cual, por si mismo, resolvería eventualmente todos los problemas que azotan a Europa.  Estados Unidos no está muy lejos de caer en las mismas situaciones  si no se controla el desmesurado gasto público y se reduce la deuda nacional. Pero aquí viene ahora el asunto más importante. Nada de esto se puede lograr a corto plazo; son todas soluciones a largo plazo y que requieren la voluntad para imponerlas, la cual no existe.  Solo queda que surjan políticos con la valentía y la honestidad de decirle la verdad a los votantes y convencerlos de que no hay otra manera de resolver problemas que tomaron años en producirse.  Entonces, otro problema casi insoluble se presenta.  Si esto sucediera, casi seguro que los votantes derrotarían aplastantemente a los que proponen las únicas soluciones posibles.  Solamente un compromiso de todos los políticos de cada nación puede siquiera comenzar este largo proceso de recuperación.  En verdad, eso no se vislumbra por ahora y cada vez más se acerca el abismo. (Continuación y final, mañana)