LA IMPRESIÓN QUE ME DEJÓ JAIME ORTEGA

sábado, 5 de mayo de 2012


LA IMPRESIÓN QUE ME DEJÓ JAIME ORTEGA
(5-4-12-5:00PM)
Por José Alberto Alvarez Bravo 
Soy agnóstico visceral, característica que tornaba en injustificada mi presencia en la Catedral de la Habana, hace como veinte años. Bueno, no tan injustificada, porque buscaba acercarme a Paula Valiente, figura visible en aquel momento de un sector contestatario, con miras a canalizar mi disención.
De pie en el centro de la nave miraba con muy poca curiosidad el procedimiento litúrgico católico, para mi un acto tan terrenal como el que más, con menos sustento celestial que una nube.
A muy poca distancia delante de mí, un hombre pequeño sostenía en sus manos, colocadas a la espalda, un sombrero campesino, tejido con hoja de yarey. Su aspecto era humildísimo, con una camisa de cuadros barata que amenazaba con tocar las pantorrillas.
Por su inacabado discurso deduje la emoción con que había esperado aquel momento sublime en que le recitaría al entonces Arzobispo de La Habana, Jaime Ortega Alamino, su ensayado parlamento: “Eminecia, los fieles de Cabeza le envían a través de mí un saludo…”
A pesar de su atropellada ráfaga discursiva, las palabras del guajirito no lograron dar alcance al mitrado, quien giró brúscamente a estrechar las ensortijadas manos de una aristocrática familia, dejándome en la conciencia una sensación de desprecio hacia aquel sujeto, pecaminoso como todo el mundo, y divorciado de la enseñanza cristiana, desprecio que hoy se multiplica ante su canallesca convivencia con la tiranía castrostalinista.
Si mi viático para el viaje a la eternidad celestial tiene que pasar por las manos de tan despreciable individuo, prefiero hacerle compañía al dignísimo erguido indio Hatuey, aunque como él  acabe mis días en la pira redentora.