El viaje de mi amiga Chabela a Cuba

miércoles, 7 de marzo de 2012


OTRAS VOCES:
(3-6-12-8:15AM)
El viaje de mi amiga Chabela a Cuba.
Después de tanto tiempo esperando, o también por qué no soñando, con ese encuentro con la tierra cubana hoy puedo decir que mereció la pena la espera.
Mereció la pena esperar nueve horas de avión para ver con mis propios ojos lo que son tres horas de espera para pasar por la aduana, la mirada acusadora de quien mira y remira la foto de mi pasaporte y parece acusarme de estar viva, mientras intenta descubrir en mi mirada el tremendo delito de intentar pasar un aparato electrónico.
-Pero pase, es española.
Y me entero de cómo la paisana casada en mi país tiene que pagar por la ropa de bebé que no coincide con  talla del que lleva a conocer a su familia.
Con doscientos euros se hubiera librado de la molestia, doscientos euros y no te abren la maleta, dice otra más asidua de las aduanas, éstos te cobran por todo.
Y yo abro mucho los ojos y pienso que lo legal y lo ilegal no tienen traducción en este idioma, aunque digan que también hablan español
El camino hasta el hotel es una vuelta por  los centros de estudios, investigación  y producción del gobierno. Oyendo hablar a la guía cualquiera diría que estamos ante una potencia europea de tecnología puntera del descubrimiento humano, miro alrededor y veo edificios que parecen hospitales abandonados o institutos de bachillerato por reformar o a punto de ser demolidos. No sé por qué no coinciden las palabras y las cosas en ese lugar del mundo. 
Y me siento engañada.
Me engañó Guillén cuando dijo que siendo un negro nadie te puede detener, a la puerta de un dancing  o de un bar.
En la misma entrada al hotel una pareja de ancianos negros son invitados a salir: -“Es mejó que lo deje volá hemmano”
Y ellos bajan la cabeza y salen en silencio. Y se me aprietan solos los dientes y oigo una voz que me dice que me calle, que no diga nada que allí las cosas son así.
Entonces mastico la mala leche española e intento comportarme como una turista alegre que va a disfrutar del paisaje y el lujo mientras me dejan muy claro cuáles son los sitios donde puedo hacerlo.
Y me hago la tonta cuando compruebo que no es ésa la forma en la que he dejado puestos los candados de mi maleta. Y aguanto hasta dos veces que me paren en la puerta de los ascensores para pedirme la documentación porque subo sola hasta mi cuarto.
Pero Dios quiere que no haya dos sin tres y entonces estallo:
“¿ Es que todavía no os habéis quedado con mi cara? A ver, dónde está la cámara. No, no llevo la documentación del hotel, tengo el pasaporte. Si quiere la documentación del hotel suba conmigo y se la doy porque no pienso volver a bajar. ¿Es que en este país no puede entrar una mujer sola en un hotel? ¿Y éste es el país donde el hombre y la mujer son iguales? Pues esto en mi pueblo se llama machismo y me parece muy fuerte y además me estáis tocando los huevos
Creo que entonces el hombre empieza a darse cuenta de que no soy cubana e intenta disculparse diciendo que no es machismo, que él tiene que parar a todo el que no conozca. Pretende hacerme creer que con veinte plantas de clientes él conoce a todo el que entra y sale. Me río creo que por no llorar y muevo la cabeza. Entonces suena su teléfono interno y yo sigo mi camino, esperando que no vuelva a cortarme el paso porque mis dientes no van a resistir más presión, ni mala leche.
Al día siguiente salgo sin guía ni excursión programada y me encamino hacia el centro del cocodrilo, a cumplir con los encargos y a conocer la verdadera Cuba. Ni que decir tiene mi sorpresa al conocer las autopistas cubanas, esas extensiones de carretera de triple carril sin señalizar, donde las personas se te echan sobre el coche intentando que las recojas y las vacas se te cruzan con toda impunidad, atentando contra tu vida y tu libertad, porque son quince años los que te caen de cárcel si matas a una vaca.
Las vacas, esas son las que viven bien en Cuba. Ellas tienen toda la libertad, pasto y verde para que se harten siete vidas que tuvieran y protegidas como si estuvieran en la mismísima India y de animales sagrados se tratara.
Seguro que son las vacas las que todavía apuestan por la revolución con los ojitos de vaca cerrados.
Los que de seguro no apuestan son los cientos de cubanos que se apiñan bajo el sol esperando a que un camión oxidado los recoja y los desplace unos kilómetros. De pronto les llueve encima y ellos de pie, sujetos apenas a la chapa del trasto de hace cincuenta años y viendo caer los rayos sobre los árboles junto a la carretera. De pronto el sol parece que se funde con el escaso asfalto y ni una mísera sombra los resguarda. Ni a ellos ni a sus hijos, a veces pequeñitos y colgados a la cintura, sujetos con una mano mientras con la otra se ofrecen pesos en abanico para que, si no por obligación, se pare por negocio.
No, no hay otro medio de transporte. Claro que hay autobuses  pero a un precio que es el triple del sueldo de un médico y para qué lo necesitan si tienen trabajo y casa en un sitio, no tienen necesidad, ni para qué moverse a otro.
Sigo apretando los dientes. Este viaje a Cuba va a hacer de oro a mi dentista.
Tomado del blog de Chabela Jiménez-Publicado por Cecilia Molinero Flores en “Cuba Democracia y Vida”