CAMBIO Y ESPERANZA. VERSIÓN DEL 2012- II

sábado, 14 de enero de 2012


CAMBIO Y ESPERANZA.  VERSIÓN DEL 2012- II
(1-5-12-:5:00PM)
Por Diego Trinidad, Ph. D.  
¿Cómo puede traer un verdadero cambio la elección de un nuevo presidente republicano?  Veamos.  Ya la Cámara ha aprobado un proyecto de ley que rebaja el gasto público del 24% del Producto Interno Bruto al 20%, lo que era en el 2008 antes de la elección del presente presidente.  Unido a la aprobación de una enmienda constitucional garantizando presupuestos balanceados y a rebajas en las tasas de impuestos corporativos del 35% hoy en día (los más altos del mundo) a entre el 10% y el 25%, dependiendo de que candidato gane la nominación republicana, estas políticas crearían millones de nuevos trabajos y aumentarían mucho el crecimiento de la economía.  También hay planes de rebajar los impuestos personales y de permitir la repatriación de dos trillones de dólares del extranjero con pocos o ningunos impuestos.  Otros dos trillones están esperando en manos de la industria privada por un clima de inversión propicio.  Un nuevo presidente republicano, trabajando con un Congreso controlado (incluyendo el Senado) por el mismo partido, creará ese ambiente propicio.  La inyección a la economía sería dramática.  La Cámara también aprobó el derogar la ley de salud pública en enero del 2011.  Un nuevo Congreso lo haría otra vez.  La eliminación de esa monstruosidad en sí sería suficiente para estimular la economía tremendamente.  Frank-Dodd también sería revocada y Fannie Mae y Freddy Mac privatizados, mejorando por fin el problema hipotecario, con lo que comenzó la crisis económica en el 2008.  Abrir el territorio al norte de Alaska conocido como AMWAR a la extracción de petróleo, así como el Golfo de México y las dos costas continentales americanas, incluyendo las dos costas de la Florida, le daría al país la autosuficiencia económica.  Ya hoy en día Estados Unidos es un exportador neto de petróleo gracias a la nueva tecnología que permite extraer el petróleo y el gas natural de las rocas y a los nuevos yacimientos de Dakota Norte. Con una nueva política energética, Estados Unidos podría superar a Arabia Saudita como el mayor exportador de energía del mundo.  Las consecuencias para la economía nacional serían extraordinarias.  
En política externa, Estados Unidos sería otra vez visto con respeto actuando con la firmeza de la potencia principal en el mundo.  Pero a la vez, las intervenciones, sobre todo las intervenciones humanitarias, terminarían de una vez por todas, al igual que Estados Unidos dejaría de ser el policía del mundo.  Muchas tropas serían repatriadas y la guerra en Afganistán, la más larga de la historia de Estados Unidos, sería finalizada lo antes posible sin poner en peligro a las tropas americanas. A Irán nunca le sería permitido tener armas nucleares.  Ya a fin del 2011, el presidente firmó una ley—contra su voluntad—que si se aplica, prohibiría a todo país que haga negocios con el Banco Nacional de Irán, comerciar con Estados Unidos.  Este paso terminaría con las exportaciones de petróleo de Irán y en semanas, el régimen tendría que claudicar.  El presidente logró debilitar la ley añadiendo un plazo de seis meses para aplicarla, pero esto sería derogado por un nuevo Congreso republicano y la amenaza de un Irán nuclear cesaría. De no funcionar esa medida final antes de un ataque militar, un nuevo presidente republicano muy probablemente lo apoyaría.  De la misma manera, Corea del Norte sería forzada de una vez por todas a renunciar a su programa nuclear por presiones a China, el único soporte de esa miserable nación.  China al igual sería obligada a cesar en sus manipulaciones monetarias, lo cual beneficiaría económicamente a Estados Unidos.  Casi nadie sabe lo débil que es la economía China. Lejos de poder superar a Estados Unidos como la economía principal del planeta, China está muy próxima a un colapso gigantesco que podría traer hasta una guerra civil al país.  Por eso tiene que aceptar demandas justas para comerciar más libremente, sobre todo en cuestiones monetarias. 
Finalmente, aunque esto no es de la mayor importancia para ningún candidato republicano, la política hacia Cuba casi seguro volvería a ser lo que fue bajo la administración de Bush Jr., pero solo al principio.  Muy probablemente, por decreto presidencial, el embargo económico dejaría de ser aplicado (derogar la ley Helms-Burton es una probabilidad, pero no una prioridad, y de todos modos sería con restricciones que continuarían la prohibición de préstamos americanos y/o financiamientos, mucho menos ayuda, a Cuba) y las relaciones casi seguro mejorarían.  Esto es lo que prefiere el régimen cubano, pero eso no importa.  Estados Unidos puede y debe actuar unilateralmente en este respecto.  Los viajes a Cuba casi seguro serían permitidos a ciudadanos americanos, como es su derecho constitucional.  Entonces ya veremos si el régimen cubano los permite sin restricciones.  El control a las remesas, eventualmente serían relajado.  No se verá mucha diferencia; ya casi es así.  La ley de Ajuste Cubano muy posiblemente sería derogada.  Una vez más, esto pondría la presión política donde debe estar, sobre el régimen cubano.  Y bajo una administración republicana, por fin se aprobaría una verdadera reforma inmigratoria, otorgando algún tipo de legalización a los ilegales a cambio de aceptar demoras largas en el proceso de ciudadanía (no obtendrían el voto por mucho tiempo) y de no recibir ayuda económica del gobierno federal.  Por supuesto, la frontera sería asegurada lo mejor posible, reduciendo no solo la inmigración ilegal, sino el crimen y las posibles penetraciones de terroristas internacionales. Pero Estados Unidos podría enfrentar un grave problema con México si el PRI gana la elección presidencial este año como se espera y pacta con los grupos narcotraficantes, como ya lo hizo cuando estaba en el poder hace 12 años.  Entonces la situación en la frontera se haría extraordinariamente peligrosa. Aún así, en política externa también habría un gran renacimiento en Estados Unidos.  Otra vez sería una brillante mañana en este gran país, como cuando Ronald Reagan fue elegido en 1980.  Otra vez habría esperanzas en un cambio real.  Así será. 
Muchos analistas piensan, sin embargo, que no será fácil derrotar al presidente en la elección de este año.  Es verdad.  Siempre es difícil derrotar a un presidente que aspira a la reelección.  Pero este año es distinto.  En primer lugar, por supuesto, tenemos el desastroso estado de la economía.  Faltando 10 meses para la elección, es concebible que la economía mejore, sobre todo la tasa de desempleo que puede ser manipulada.  Pero lo más probable es que se empeore, ya que las políticas que esta administración sigue enfrascada en implementar no funcionan.  Además, la Cámara de Representantes no aprobará ninguna medida propuesta por la administración que incluya un aumento en los impuestos ni en el gasto público, lo único que pudiera servir para comprar votos mientras la elección se acerca.  En un siglo, ningún candidato ha ganado la presidencia o ha sido reelecto cuando la tasa de desempleo ha estado más arriba del 8% excepto Franklin Roosevelt en 1936.  El mes pasado la tasa de desempleo fue 8.6%, pero solamente porque no se contaron 300,000 personas que dejaron de buscar empleo (en verdad, la cifra es como el 17%). Casi ningún economista espera que baje del 8% para noviembre de este año. Más importante es la falta de apoyo de grupos claves que ayudaron a elegir al presidente en el 2008.  Los negros, los hispanos, los mayores de 65 años, los jóvenes entre 18 y 25 años, las mujeres casadas mayores de 30 años, los graduados universitarios, los votantes independientes, en todos estos grupos que votaron a favor de su elección hace cuatro años, el porcentaje que ahora votaría por la reelección ha disminuido entre un 35% y un 25%.  Unido a que miles de votantes no saldrán a las urnas en noviembre porque están decepcionados con la actuación del presidente y al gran entusiasmo de los republicanos que ven la derrota mucho más probable, la reelección es casi imposible en este momento. Además, hace meses que el porcentaje de aprobación del presidente no pasa del 47%.  Ganar con menos de un 50% de aprobación es casi imposible, pues el 90% de los votantes que no han decidido usualmente votan por el retador.  Pero no hay nada seguro y es necesario escoger al mejor candidato posible.  El presidente no puede defender su record desde el 2009 en que tomó posesión.  Tiene 10 meses para mejorar la economía.  Si no lo logra, no puede ganar.  Es tan simple como eso.  Solamente se puede dedicar a mentir, engañar y falsificar los hechos.  Pero los votantes no son estúpidos y conocen bien al hombre que les prometió todo en el 2008 y no ha cumplido nada.  Sus ataques personalesni aún con el billón de dólares que planea recaudar en sus incesantes esfuerzos de hacer campaña en lugar de gobernar no le servirán de mucho.  Se quedará corto del billón, ya que muchos de sus mejores donantes no están cumpliendo con lo prometido y otros están muy decepcionados.  La guerra de clases nunca ha funcionado en este país y no funcionará ahora tampoco. Eso es lo único que tiene que ofrecer el presidente. Los republicanos cuentan con dinero más que suficiente para defenderse de las mentiras, engaños y calumnias de que serán víctimas durante la campaña electoral.  Tienen además las políticas necesarias que ofrecer  para producir una dramática recuperación económica.  Y tienen a un pueblo harto de mentiras y falsas promesas que no soporta ni más despilfarros del gasto público ni más impuestos.  La gran victoria ya se puede ver.  Solo faltan 10 cortos meses para que la larga pesadilla del país termine y se produzca un brillante renacer en Estados Unidos.  ¡SÍ SE PUEDE!