OTRO PATRIOTA FALLECIDO QUE NI MENCIONA EL GRANMA MIAMENSE
lunes, 12 de septiembre de 2011
OTRO
PATRIOTA FALLECIDO QUE NI MENCIONA EL GRANMA MIAMENSE
(9-11-11-5:00PM)
Por Andrés Pascual
Cuando el Nuevo
Herald publica sin editar las noticias de muertos de la nomenklatura,
procedentes de agencias radicadas en Cuba, lo hace para dar su propio pésame,
para compadecerse con “la pérdida tan grande que ha sufrido la robolución…” ya
no me quedan dudas.
La forma como
desplegaron la muerte de otro de los “capo regime” de la tiranía fue otra
colosal falta de respeto al exilio; desde el título de la alabanza al mérito más
que nota obituario, solo faltó, de su cosecha, “el querido compañero Julio Casas
Regueiro…” cuando el único encabezamiento posible debió ser “ ¡Que lástima que
la partera lo dejó nacer, con lo fácil que hubiera sido taparle la naricita y
hubiera sufrido menos que lo que hizo a millones…”
En Cuba, acabo de
leerlo por una triste nota de Angel de Fana publicada en Nuevo Acción, falleció
Julio Ruiz Pitaluga(foto), nombre poco familiar para los que no tienen
idea de qué es el valor, la moral, la honestidad, el sentido de la lucha patria
y ese evidente empecinamiento de hacerse sombras ante la propaganda de todos los
de su estirpe.
Pitaluga pertenece
a la hornada de héroes realmente importantes en la lucha contra la horda que
asola a Cuba, que no lucharon por el protagonismo malsano del titular de
periódico como “representante máximo de un grupo opositor” ni por 4 dólares
“para ayudar a su familia a subsistir”.
Resulta que Julio
fue parte del Presidio Político Histórico proceso Calzoncillos o, simplemente,
Plantados. Uno de los últimos ex carcelados como miembros de honor del grupo de
patriotas que más honor merecen en toda la historia moderna de la lucha por la
libertad de Cuba, junto a Alberto Grau Sierra, a Mario Chanes de Armas y a
Alfredo Mustelier Nuevo.
Bernardo Corrales,
natural de Mantua, fue uno de los más temidos guerrilleros alzados contra la
tiranía en la zona de San Cristóbal, por su valor y capacidad estratégica en tan
desigual lucha. Era un tipo digno de confianza “a rajatablas”
Había luchado
contra Batista y alcanzó grados de capitán, durante un tiempo, vivió en San
Cristóbal, en la casa de un tío, Urbano Rivera, mecánico de radio y televisión
cuya familia completa eran Testigos de Jehová. El hijo mayor de Urbano, Armando,
fallecido en Cuba, ayudó a Corrales en la conspiración.
Varios niños casi
jóvenes, que éramos amigos de Joseíto, otro de los vástagos de Urbano,
aprendimos a estimar a aquel individuo que jugaba bolas con nosotros o que
empinaba papalotes; mientras, desde el inicio casi de 1959, conspiraba porque
entendía que por aquello que “enseñaba las uñas” no habían luchado. Somos tres,
ex presos políticos todos, que estamos en el exilio y que lo reafirman: Félix
Izquierdo Valdés, Silvio Rodríguez Valdés y que yo, en nombre del trío, cuento
como homenaje merecido al único mérito que conduce a la gloria posible: la lucha
desinteresada por la libertad de la patria.
Voy a contar una
anécdota de Corrales: una noche, no recuerdo el año, mientras un par de
hermanos, René y Raúl Romero más yo conversábamos recostados a una cerca
metálica, tal vez a 100 metros de la casa que compartían las milicias y parte
del G-2 de San Cristóbal; como a 150 de la mía en línea recta y a 25 del lugar
por donde debían doblar Yiye y Raúl para llegar a la suya, se paró un Ford
Fairlane y, por la ventanilla, con traje verde-olivo de la dictadura, sacó la
cabeza Corrales y se dirigió a mí con el apodo que conocía a mi padre en
diminutivo: “Canduchito, necesito que vayas para tu casa y tus amigos también;
puede haber problemas por aquí…” Sin chistar nos fuimos y, hasta que no me vio
entrar al portal de mi casa, no siguió.
Al poco rato de
estar adentro, se escucharon un par de ráfagas y disparos aislados, yo, en
contra de la sugerencia de mi madre, salí al portal al momento que el carro de
Bernardo doblaba a la izquierda, en la calle real, rumbo Este, buscando la
carretera a La Paila hacia las lomas, donde estaba alzado hacia tiempo.
Sólo, Bernardo
Corrales tomó aquel cuartel de cobardes, amarró a algunos y, cuando uno de ellos
lo descubrió, se enredó a tiros con más de 6, hiriendo a un miliciano de
apellido Troya en el brazo y al miembro del G-2 Héctor Olivera Rivera en las
nalgas y el abdomen, luego de meter una ráfaga barriendo por debajo de la
camioneta en que se escondió.
A la causa de
Corrales, a su organización clandestina por la libertad de Cuba, perteneció
Julio Ruiz Pitaluga, preso a mediados de los 60’s y miembro del presidio
político con más de 20 años cumplidos “en calzoncillos”.
Julio casó con Nora
Carmenate, de San Cristóbal e hija de Quinto, buen hombre que ni él ni su hijo
Armando son asociados con el castrismo.
Con la
sancristobaleña tuvo dos hijos, varón y hembra que crecieron en el exilio, luego
de que el luchador recientemente fallecido aconsejara a la madre de que allá no
podían estar por la presión represiva.
Nora no fue capaz
de entender el carácter heroico de Julio, por lo que, cuando comenzaron los
viajes de “la comunidad” durante 1978-79, fue a Cuba tratando de lograr su
inclusión entre los indultados de ese momento. Hasta Boniato fue y pudo
visitarlo en aquella horrible cárcel dentro de otra prisión; sin embargo, con
más de 100, Pitaluga había firmado la carta-testamento-redención de la moral
cubana, que rechazaba una libertad que consideraron amañada porque era una
maniobra con los grupos liderados aquí por Espinosa, Benes… con el fin de apoyar
en niveles internacionales al sátrapa como cumplidor con normas y requisitos
considerables en el rango de respeto a los derechos humanos y salir de la
presión que generaba tener a aquellos valientes presos..
En pocas palabras,
el presidio político plantado estaba dispuesto a morir presos sin visitas, sin
correspondencia… antes que servir de peldaño a tamaña desverguenza y conste que
eran hombres con más de 15 años cumplidos.
Julio y Corrales
fueron parte del inicio de nuestra formación patriótica por su ejemplo como
luchadores intransigentes por la libertad de Cuba; muchos de nosotros, de mi
generación en San Cristóbal, Santa Cruz, Candelaria, Los Palacios, crecimos
haciendo la apología sostenida y obligada de nuestros héroes de verdad,
contándoles de ellos a otros más jóvenes como lo que lo son para la Patria.
Muchos murieron en
acción o fusilados, adolescentes o hombres jóvenes; otros purgaron largas penas…
José Piloto Mora, “Pilotico”;
Justo Regalado Borges “Justico”; Agustín Sánchez “Pelón”, asesinado en el suelo
como alzado estando herido y desarmado; Lázaro, asesinado también como alzado en
la causa que estuvo Andrés Chávez; Mongo Miqueo y Mito el teniente, fusilados;
Rafael López, sancionado a 30 años; René “el harinero” o “el cojito, 20 más 4 de
peligrosidad por el rechazo al plan de reeducación (calzoncillo); los San Román
(calzoncillos); Luis Chirino, falleció en prisión; Roque, Nicolás Garay, René
Mojena…faltan muchos otros que merecen un libro de recordación en la zona
Candelaria-San Cristóbal-Los Palacios.
Yo entiendo al
Herald cuando no se refirió a la muerte en Cuba del patriota Julio Ruiz Pitaluga,
porque tampoco le exigí a Castro que hiciera una fiesta cuando ganamos la causa
de Luis Posada en El Paso.
Pero una cosa si
he hecho, aquellos héroes y mártires, más los que conocí después en condiciones
difíciles, son también los héroes y los mártires, la guía espiritual de mis
hijos y, aunque han nacido aquí, espero que también de mis nietos. De eso me
encargo yo y se encargarán mis hijos, no necesitamos al Herald para construir la
memoria histórica obligatoria que mantenga el ideal supremo en el camino
correcto cuando de Cuba y sus redentores se trata.
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