Para José Martí existían características en esa sociedad que debían incorporarse al proyecto republicano cubano, de la misma manera que debían desecharse otras características.
En su discurso conocido como “Con todos y para el bien de todos” invitaba a ir a la búsqueda de la esencia de un verdadero estado republicano cubano, en el cual no permaneciera el alma colonial disfrazada con novedades correspondientes al sistema norteamericano que lo hiciera aparentar algo que realmente no era.
“ .... Y con letras de luz se ha de leer que no buscamos, en este nuevo sacrificio, meras formas ni la perpetuación del alma colonial en nuestra vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país republicano nuestro, sin miedo canijo de unos a la expresión saludable de todas las ideas y el empleo honrado de todas las energías, - ni de parte de otros aquel robo al hombre que consiste en pretender imperar en nombre de la libertad por violencias en que se prescinde del derecho de los demás a las garantías y los métodos de ella ...” (Tomo 4, 273)
En su testamento político, la carta a Manuel Mercado pocas horas antes de morir, Martí planteó algo que parece descabellado si lo entendemos como una confrontación entre Cuba y los Estados Unidos: que Cuba pudiera evitar que los Estados Unidos se extendieran ¨con esa fuerza más¨ por las Antillas. Martí en esa carta en ningún momento se refiere a una confrontación de Cuba con los Estados Unidos, pues él no estaba fuera de la realidad y conocía perfectamente la correlación de fuerzas, pero más importante, fundamental y decisivo que lo anterior, es que Martí era un hombre de paz y no de guerra. Para Martí, solamente la instauración de un ejemplar modelo republicano cubano podía servir de alternativa a los países antillanos para evitar la tentación que provocaba incorporarse al modelo y sistema de los Estados Unidos; tentación en la que cayeron muchos cubanos antes y durante los primeros años de la Guerra Grande (iniciada en 1868) y que se prolongó de manera decreciente hasta esos años de finales del siglo XIX; Santo Domingo fue otro país que quiso ser anexado. Esa oportunidad, según Martí, no la desperdiciarían los Estados Unidos. En la carta a Federico Henríquez y Carvajal del 25 de marzo de 1895 ya había expresado esos objetivos.
Volviendo a la posición antianexionista de Martí deseo añadir que una de las objeciones o argumentos martianos en contra de la anexión de nuestra América (“ la del perro de presa”) por la otra (“la del arado”¨) era el desprecio que muchos habitantes del Norte tenían por sus vecinos latinos; hasta con respecto al independentismo, ese desprecio, tenía su importancia: Martí alertó a los cubanos de la época que había que ganarse el respeto del vecino, sin cuya simpatía era imposible alcanzar la independencia, y mucho menos mantenerla.
Y en otra parte de ese artículo se lee: “El Delegado analizó concienzudamente, las diferencias de composición, carácter, sociedad, gobierno y tendencias de España y Cuba; demostró que Cuba es superior a España en civilización, en ideas de gobierno, en riqueza, y que no puede esperarse que una metrópoli que no sabe ni puede resolver sus propios problemas resuelva los de su colonia; explicó el por qué del fracaso de los autonomistas, y dijo que la recompensa que había recibido era ver los impuestos doblados, y los derechos desconocidos; expuso con claridad las razones por qué ni a este país ni a Cuba convenía la anexión, y sí la amistad y comercio entre las dos repúblicas.” (Tomo 4, 333-334)
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