Lawton, La Habana, (PD) El pueblo y el gobierno de los Estados Unidos apoyan la lucha por el restablecimiento de la democracia en la Isla a su manera, o de otra manera siempre ajena y distante al interés por restablecer la democracia y el estado de derecho en Cuba.
La confusión estriba en determinar si la ayuda norteamericana para el restablecimiento de la democracia en Cuba es la que la Cuba insular precisa, la que se demanda desde el exilio cubano asentado en USA, o desde los exilios desperdigados por todo ese mundo siempre tan plural y en ocasiones tan ajeno a las necesidades reales de la Isla.
En la actualidad, el gobierno de los Estados Unidos contribuye con 20 000 visas anuales a la descompresión y a la ingeniería social y política del gobierno cubano. A esto se suma un programa de refugiados que de hecho promueve la sangría más humanitaria y legítima de los recursos humanos con que podría contar el movimiento pro democracia en la Isla.
Otra forma de ayudar a la democracia y su restablecimiento en Cuba lo constituye la Ley de Ajuste Cubano. Esta última fue reajustada con una absurda enmienda sobre pies secos y mojados, que sólo beneficia al gobierno de la Isla.
Ellos mismos obligados por la “necesidad”, convirtieron su Ley de Ajuste…, en peón de la propaganda del gobierno militar de la Isla. Esta, junto al programa de refugiados, constituye la sangría más efectiva y además humanitaria, de cuadros y luchadores pro democracia, Cuba adentro.
Para comenzar, tratemos de ver las cosas como en realidad son. La ayuda norteamericana no está concebida y dirigida para ayudar al pueblo de Cuba en su lucha por restablecer la democracia en la Isla. Se trata de la solución de compromiso con grupos con poder político y una capacidad de cabildeo demostrada en varias contiendas electorales. Estos grupos, monopolizan el tema cubano.
Ciertamente la ayuda que el pueblo y el gobierno estadounidense brindan para la democratización de la Isla, pasa por el tamiz y el interés de estos grupos. Estos son sus principales depositarios y los que determinan su sentido y dirección. Regularmente, en detrimento de los mejores intereses del pueblo y la nación cubana.
Contra lo que pudiera pensarse, no se trata de una fábula lineal de buenos y malos. Es sólo intereses y la ecuación moderna conjugada de la información y la desinformación. Aunque se repite ininterrumpidamente que la sociedad moderna es la sociedad de la información y las nuevas tecnologías, se trata ciertamente de economía. Más específicamente de lo que Max Otte y otros investigadores denominaron la ‘economía de la desinformación’.
La Sección de Intereses de Norteamérica (SINA) en La Habana, de hecho y derecho, la representación del gobierno de los Estados Unidos en Cuba, es catalogada por el gobierno cubano como “el cuartel general de la contrarrevolución” en Cuba. Quizás en realidad sólo haya sido y sea, un elemento cardinal de la ingeniería social del gobierno cubano y una pieza instrumental más de su arsenal represivo en concierto armónico con intereses políticos tan opuestos que al final de la parábola, se encuentran.
La evolución pasada y presente del manejo de los asuntos cubanos desde Washington, pasa por esta economía de la desinformación. No se trata ni se trató en ningún momento de asistir al pueblo cubano. Era solamente el compromiso con un grupo de poder político asentado en USA, de una impresionante capacidad para las componendas políticas y electorales. Eso fue todo.
La SINA en La Habana administra una sala de navegación que podría clasificarse como la peor de su género no sólo en el mundo libre de las maravillas del siglo XXI, sino hasta en las condiciones de la Cuba sometida por la dictadura militar totalitaria más añeja del continente y más allá. Las razones para esto, son obvias. El salón responde a condicionamientos políticos formulados allá lejos en Washington, en Miami o vaya usted a saber y no a necesidades reales de democratización alentadas desde la Isla.
Administrado por nativos seleccionados por la policía de Seguridad del Estado, el salón es lo peor que cualquiera pudiera imaginar en términos de conectividad y servicio. El mismo llena una necesidad de promoción política que comulga en esa tierra de nadie e imprecisa, donde se unen los extremos del círculo representados por los intereses del gobierno cubano y de los círculos de poder cubano americano desde USA.
No existe otra explicación para tanta ineficiencia, tanto técnica como administrativa. Si fuera un cíber café administrado por la embajada de Sudán en La Habana, quizás fuera más funcional.
Pero la ayuda norteamericana, no se queda en sólo eso. Uno de sus peores vicios, consiste en la fabricación arbitraria de “líderes” a capricho de estos intereses. De esto último, sobran los ejemplos. La mayoría de los golden boys promovidos desde Washington y Miami, acabaron como agentes destapados de la policía de Seguridad del Estado cubana en aquella Primavera Negra de 2003. Odilia Collazo, Manuel David Orrio, Aleida Godínez y Néstor Baguer, entre otros, fueron el casting promovido desde la “afuera” en los finales de 2002, hasta su destape en la Primavera Negra de 2003.
El último reconocimiento o ayuda norteamericana recibida fue la premiación de mujeres coraje. Ninguna de nuestras Damas de Blanco resultó agraciada. Luego de ocho años de enfrentamientos en las calles con porristas al servicio de la policía de Seguridad del Estado, Washington hizo su selección. Esta estuvo a la altura de los servicios de Internet de SINA, del programa de refugiados o del dinero de las ayudas para la democratización de la Isla, que se ha escurrido históricamente en las alcantarillas de Miami, sin llegar a su destino natural en Cuba. Esta última tendencia muestra una lozana recurrencia digna de otro análisis.
Uno no deja de preguntarse: ¿Con quién, para quién y para qué se compromete Washington en su política cubana?(Publicado originalmente en Primavera Digital)
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