EL BINOMIO DIABÓLICO

jueves, 27 de mayo de 2010

EL BINOMIO DIABÓLICO
(5-26-10-10-9:55AM)
Por Alfredo M. Cepero.
“Ver en calma un crimen es cometerlo”. José Martí
La noticia que ha acaparado los titulares internacionales en los últimos días ha sido el encuentro en La Habana entre Raúl Castro y Jaime Ortega, ostensiblemente con el objeto de mejorar las brutales condiciones en que el régimen comunista mantiene encarcelados a centenares de presos políticos cubanos. Estos dos sujetos—desprestigiados por su conducta inmoral y despreciados por la inmensa mayoría del pueblo cubano—unen fuerzas para preservar sus poderes y privilegios. Sin dudas se les podría aplicar la frase sarcástica de Napoleón de: “El vicio apoyándose en la maldad”, al contemplar a Talleyrand siendo ayudado a caminar por José Fouché. Raúl sabe que la revolución está muerta pero no se atreve a enterrarla sin permiso del ogro mayor. Jaime se apresura a ocupar el papel protagónico que tanto le agrada y se ofrece a realizar el milagro de una resurrección en la que solo creen las mentes obsesas por preservar el poder. El problema para ambos es que ni la revolución es Lázaro ni Jaime es el santo e iluminado rabino de Judea.
Aunque el espacio de un artículo nos obliga a la síntesis, consideramos de suma importancia pasar revista a las relaciones Iglesia-gobierno en estos cincuenta y un años de tiranía. Tan temprano como 1959 el régimen promulgó la llamada Ley 11 contra los estudiantes de planteles católicos. Pero la arremetida del apostata contra la iglesia en la que fue educado se produjo a raíz de la invasión de Girón en abril de 1961. En ese momento las iglesias fueron saqueadas, el Cardenal Manuel Arteaga se vio obligado a buscar asilo en la Embajada Argentina y centenares de sacerdotes y religiosos fueron vejados, encarcelados y hasta amenazados con el fusilamiento.
En septiembre de ese año, el venerable obispo Eduardo Boza Masvidal fue expulsado de Cuba junto a otros 131 sacerdotes con destino a España. Cuatro meses antes, el 25 de mayo, 110 Hermanos de la Salle habían sido despojados de los colegios que habían fundado en mas de medio siglo y expulsados con destino a Miami. Al día siguiente, en el curso de una misa en su honor celebrada en la Iglesia de Gesu, el sacerdote oficiante les dijo: “Hermanos, habéis sido perseguidos por los enemigos de Cristo, sois, pues los elegidos del Señor”. El saldo trágico y doloroso al concluir 1961 fue de 350 escuelas católicas expropiadas y 3,400 sacerdotes y monjas, en su mayoría cubanos, expulsados de nuestra patria.  
En tiempos tan recientes como abril del 2007, las presiones del gobierno y la debilidad de la jerarquía católica condujeron al cierre de la Revista Vitral, una voz de orientación y esperanza dirigida con valentía y sabiduría por Dagoberto Valdés. En diciembre del mismo año la jauría castrista derribó a patadas las puertas de la Iglesia de Santa Teresita de Jesús en Santiago de Cuba para agredir salvajemente a 20 opositores que habían buscado refugio en el recinto religioso. Asimismo, en las últimas semanas hemos visto golpear y arrastrar a mujeres indefensas que armadas de gladiolos pedían libertad para sus familiares encarcelados.
Pero el hecho más repulsivo—según nos cuenta en su libro el Embajador Armando Valladares—fue el desalojo en diciembre de 1980 de los hermanos Ciprian, Ventura y Eugenio García Marín, quienes se habían refugiado en la Nunciatura del Vaticano en La Habana. Los tres fueron extraídos de la Nunciatura con engaño y fusilados no solo ante la indiferencia sino con la complicidad de un Vaticano que optaba por defender intereses materiales antes que proteger a sus ovejas más vulnerables.
Por su parte, la jerarquía católica cubana, definitivamente siguiendo instrucciones de la curia romana, optó no solo por poner la otra mejilla sino por hincarse de rodillas ante los diabólicos hermanos Castro. Así fue como durante la década de 1970 los miembros de la Juventud Católica Cubana fueron estimulados a participar en labores agrícolas del gobierno. Como en 1998, Juan Pablo Segundo hizo una visita a La Habana donde obtuvo mínimas concesiones por parte del régimen y el gran ganador fue el desprestigiado Fidel Castro. Como en Agosto del 2006, con motivo de la enfermedad del dinosaurio en jefe, la conferencia de Obispos Católicos de Cuba pedía oraciones para que “Dios acompañe en su enfermedad al Presidente Fidel Castro.”
Dentro de la misma bochornosa adulación, Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, indigno descendiente del Padre de la Patria, manifestaba: “Para Fidel Castro, sus principios cristianos siempre han sido una inspiración en su lucha por la justicia social”. Y como para que no quede duda alguna de la mano de la Santa Sede en todo este tenebroso andamiaje, el Secretario de Estado del Vaticano, Tarsicio Bertone, visitó La Habana en febrero del 2008. El ostentoso Cardenal no se reunió con la oposición pero tuvo tiempo para comparecer ante una conferencia de prensa con Felipe Pérez Roque para pedir el levantamiento del “bloqueo”, palabra clave de la tiranía para referirse al embargo a Cuba.
Sin embargo, dentro de toda ignominia se levanta con frecuencia alguna voz redentora. En este caso, una especie de moderno Juan el Bautista que levantó su voz en el desierto de hipocresía y corrupción que ha predominado por años en ambos bandos del debate. Fue la voz del digno Arzobispo de Santiago de Cuba, Pedro Meurice (foto de la izquierda), cuya palabra elocuente y valiente saludó al papa Juan Pablo Segundo durante su visita a Cuba en 1998. Y quién en el curso del Encuentro Nacional Eclesial Cubano, en 1985,  mostró su frustración diciendo: “Nos consideraban una iglesia de mártires y ahora algunos dicen que somos una iglesia de traidores”.
Esa es la misma jerarquía católica que ahora responde solícita al llamado de urgencia de Raúl,  neutraliza y desvirtúa la labor de la vibrante oposición interna, apuntala al régimen tambaleante y prolonga la agonía del pueblo de Cuba. Jaime está listo para el servicio y convoca una conferencia de prensa donde califica la reunión de “distinta y novedosa, en el sentido muy positivo” y agregó que se habló de resolver “viejos agravios”. ¡Qué descarado es este loro oportunista y parlanchín! ¿Se atrevería Jaime a pedirle a Margarita Marín, a Clara Abrahante o a Reina Tamayo que le perdonaran a Raúl los “agravios” de haberles asesinado a sus hijos los hermanos García Marín, Pedro Luís Boitel u Orlando Zapata?
No en balde la oposición interna desconfía de la sinceridad de Raúl, de la honradez de Jaime y de la eficacia de esta gestión. Con moderación pero con firmeza numerosos opositores han manifestado sus dudas. Laura Pollán me dijo ayer por teléfono: “Contemplo estas conversaciones con una dosis considerable de escepticismo y, como Santo Tomás, tendré que ver para creer”. Elizardo Sánchez declaró a un periodista del Miami Herald: “No oculto mi escepticismo ante las acciones de un gobierno que lleva décadas emitiendo falsas señales”. Pero, como era de esperar, la mas contundente declaración fue la Guillermo Fariñas, quién declaró al ABC de Madrid: “La Iglesia está siendo utilizada por el gobierno cubano”. 
Pasada revista a nuestro pasado tenebroso y a un nuestro presente precario nos compete ahora prepararnos para el futuro. Un futuro de paz perdurable y prosperidad sostenida que solo será realidad en una Cuba donde predomine la justicia en la mas amplia acepción del vocablo. Una justicia que tiene que ser aplicada tanto a culpables por acción como  Raúl Castro como a culpables por complicidad, o al menos por omisión, como Jaime Ortega. La Iglesia Cubana tiene que aceptar responsabilidades, purgar sus pecados y hacer reparaciones. Tal como hizo la Iglesia Polaca con los 39 sacerdotes que colaboraron con los cuerpos represivos del régimen comunista.
Para concluir, a quienes intenten rebatir mis argumentos impugnando mi integridad de carácter o la comodidad de mi exilio les voy a contestar por adelantado. Les digo que ese “perro” ya me mordió en 1959 cuando los opositores al nuevo régimen fueron amedrentados y amordazados con el argumento de que carecían de méritos revolucionarios ganados como “tira tiros” y “pone bombas”.  Estoy convencido de que ese silencio forzado fue el caldo de cultivo que facilitó el crecimiento del cáncer  castro-comunista. Y eso no puede repetirse jamás.
Por lo tanto, después de medio siglo de silencio cobarde y suicida los cubanos de todos los credos, de todos los géneros, de todos los colores y de todas las ubicaciones geográficas tenemos no solo el derecho sino el deber de opinar sobre nuestros asuntos nacionales. El derecho y el deber de exigirle cuentas a nuestros gobernantes y de sustituirlos cuando no respondan a nuestras necesidades y aspiraciones. El derecho y el deber de ser guardianes de nuestra soberanía nacional. Una soberanía que no pertenece a ninguna iglesia, a ninguna institución, a ningún partido, ni a ningún gobierno sino al pueblo de Cuba.