CUBA Y EL DESTINO DE TODOS LOS CUBANOS
martes, 6 de abril de 2010
(4-6-10-5:30PM)
Por JOSE A. ARIAS
A trece años de su llegada a Estados Unidos en 1980, Carlos Victoria –escritor cubano ya fallecido- escribió “Hay algo en mi interior que responde a la palabra Cuba como no responde a ninguna otra palabra. Debo confesar que a veces he querido desaparecer para no tener que volver a escucharla, pero a la larga termino buscando a los que la pronuncian. La misma relación angustiosa de atracción y rechazo, de odio y cariño, de pasión e impotencia, se mantiene aún…”. Cuanta verdad hay en su declaración, hoy más que nunca.
He escuchado recientemente muchos argumentos imprevisibles hace algún tiempo, sobre cuestiones que provocaban en mi viejas dudas. Casi siempre y por razones vinculadas a la causa y el efecto todo lo que es óbice de la sospecha se materializa en una realidad negativa. Un conocido cantante y compositor, popular entre los cubanos de la Isla y fuera de ella, ha dicho que debieron ser muy poderosas las razones para separarlo de sus olores, colores y sabores. El que así se expresaba vive hoy entre nosotros, exiliado, y es evidencia de una frustración no descartable.
Otra, muy famosa por cierto, con todos los recursos imaginables a su disposición y tras haberse proyectado como una figura de talla mundial, se lamenta de no haber podido cantar a su pueblo en su país natal y, que en cualquier confín del Planeta añora la patria que no tiene y de la que por oscuros designios fue desposeída.
¿Cómo explicar que situaciones así ocurran?. Hemos transitado entre siglos y de un milenio a otro; en el transcurso muchas vivencias han motivado a los hombres a quebrantar barreras, sobreponerse a los obstáculos y fincarse en su propia condición para ser mejores y dejar atrás los atavismos vinculados a las ideologías, el fanatismo y la ortodoxia proclive a lo estático y lo maniquéico.
Otras vicisitudes, por desgracia, materializan aún el desgarrador ambiente de retroceso que se vive en países como el mío y que es el mismo de los populares intérpretes a que me refería. ¿En virtud de qué presupuesto se puede defender la demagogia y el tautológico silogismo de una doctrina fracasada?
Un argumento que viciado de origen resulta falso, puede persistir mientras su efecto no se manifieste como algo negativo; cuando esto sucede la mentira se hace evidente y al tratar de justificarla se convierte en un crimen. La Historia recoge muchos casos, pero ella misma se ha encargado de evidenciarlos y depurarlos por intermedio de su principal ejecutor: los pueblos.
Si aplicamos la lógica intrínseca del planteamiento anterior al caso cubano es posible entender lo que hoy está sucediendo. La mentira se ha convertido en crimen de lesa aplicación para divorciar, inclusive, la “justicia” al más puro estilo stalinista de la realidad cotidiana y seguir soportándola como vendible y rentable recurso de propaganda antiimperialista.
Llegado ese momento, afloran entonces las bajas pasiones, las crudas realidades que han servido de telón de fondo a una mentira incapaz de sostenerse por más tiempo y cuyos gestores carecen de posibilidades para poder refrendarla. La revolución como falsedad original pierde su capacidad de evolucionar y deja sin validez la propuesta del juglar que en su fuero interno se sabe también estafado. ¿Acaso no fue también reprendido y llamado a capitular cuando exhibía otros bríos que cambió por ventajas para sumarse a los estafadores de su pueblo?
Para los que siempre sospechamos, el tiempo –la verdadera historia- y los efectos reales de una causa equivocada, nos han dado la razón. Muy a pesar de las evidencias, se sigue tratando de desplazar la razón del conflicto a una temática de influencia externa en virtud de la cual es necesario producir el motivo del atrincheramiento ideológico, pero elementos de nueva cuenta debilitan el último reducto de la falsedad y en su fortalecida argumentación se erigen en una variante inversamente proporcional a la maledicencia y la falacia.
Hace treinta años que ocurrieron los sucesos de la Embajada del Perú y el éxodo del Mariel; parece que fue en ese momento del proceso revolucionario impuesto a los cubanos donde comenzaron a invertirse los términos de la ecuación. Ahora el deterioro es tal que ya no es posible culpar a nadie: la absoluta responsabilidad la tienen los alabarderos del cinismo y la represión sin cuento, que ante la evidenciada desnudez moral de una ideología indefendible, no le queda otra alternativa que exhibir el garrote para tratar de validar por medio de la fuerza lo que se hace injustificable a través de la razón.
Todo va cambiando y para los que hemos vivido como testigos de excepción, entre dos siglos y entramos de un milenio a otro de la mano del desarrollo vertiginoso de las ideas, la ciencia y la técnica debe ser cierto que la condición insular de nuestro país es solo una condición geográfica y no la razón de su aislamiento por intermedio de la imposición de un procedimiento aletargante y mortífero, consecuencia del empecinamiento banal de un grupúsculo que no es la nación y mucho menos la patria.
Todo lo que está allí ha estado siempre y continuará siendo una evidencia material y testimonial cuando el futuro y la historia se encarguen de ponerlo todo en su sitio. Habrá, como es de suponer, héroes; los otros habrán sido verdugos cuyos nombres se harán impronunciables y por la veleidad de sus acciones malsanas, olvidados. Para muchos, el recuerdo de una pesadilla sufrida a contrapelo, será el asidero más importante para dejar que la libertad se haga nuestra y no nos abandone. En consecuencia no tendremos más cubanos sin patria y dejaremos de ser “un país diferente”. De lo anterior no tengo duda alguna.
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