10-. ¿Qué pensó tu padre entonces? ¿Qué pensó tu familia? ¿Quién te apoyó en tu decisión y quién no? ¿Qué inconvenientes surgieron con tus amigos? ¿Hubo represalias contra ti por parte de los sectores más retrógrados del exilio miamense?
--El primer amor no es el amor a la familia sino el amor a la verdad. Si la familia pugna con la conciencia, uno escoge la conciencia y deja a la familia. Sin embargo, mi padre, el resto de mi familia y mis amigos no pudieron pensar en nada porque, mientras viví en Miami, no se enteraron de aquel cambio. La única que lo sabía era mi segunda esposa, con la que tuve una hija dos meses después de visitar la Misión en Nueva York. Por lo demás, mantuve mi colaboración con el gobierno de Cuba en el más absoluto secreto. Por dos años fui un operativo en Miami de la Dirección General de Inteligencia de Cuba (DGI), pero no infiltrando organizaciones ni realizando una labor que pudiera considerarse, en el sentido clásico, de espionaje. Y no porque yo no lo quisiera, porque al unirme a la Revolución estaba dispuesto a realizar cualquier acción por peligrosa que fuese, sino porque la propia DGI consideró que yo era más útil como analista político que infiltrando grupos, ya que para ese trabajo había otras personas más apropiadas, o más capacitadas, que yo.
--El gobierno de Cuba decidió que yo regresara en abril de 1974, en un viaje por casi medio mundo del que todavía no me explico por qué tuvo que ser así. Mi esposa regresó a Colombia, su país, con nuestra hija. Yo viajé a México, después en avión a Francfort, entonces en tren a París, después en avión a Praga, al día siguiente en avión a Moscú, y dos días después regresé en avión a La Habana, con escala en Rabat. Nunca me dijeron el porqué de aquel regreso tan curiosamente largo y nunca me interesé en averiguarlo, pero me dieron por la vena del gusto porque si algo aprecio en grande es viajar por Europa. Mi esposa y mi hijita se reunieron conmigo unas semanas después.
En Cuba escribí “Los sobrinos del Tío Sam”, un estudio sobre la contrarrevolución externa que tuvo amplia divulgación nacional e internacional y fue traducido a varios idiomas. Hablé por radio y televisión varias veces y escribí artículos para Bohemia, Granma y otros vehículos de información, siempre como una especie de vocero de la Inteligencia, aunque nunca pertenecí de lleno a la DGI ni tuve un rango militar. Era una especie de invitado ocasional al que, quizás, nunca le tuvieron confianza, y creo que, en la medida de mis limitaciones, hice una labor apropiada. En 1975, el presidente Dorticós y el primer ministro Fidel Castro firmaron un documento con el que me devolvieron la nacionalidad cubana, que había perdido catorce años antes por haber participado en la invasión. Mi hijo Carlitos nació en abril del 77 en Maternidad de Ciudad Libertad.
12-. ¿Por qué al cabo de unos años decides de nuevo vivir en USA?
--El ser humano no está, por supuesto, exento de defectos y yo no soy, precisamente, la excepción. Uno trata de cambiarse a sí mismo adoptando las mejores ideas; pero las ideas, que viven en una dimensión distinta a la nuestra, nos mejoran como seres pensantes, pero no como seres vivientes. Cometí errores que provocaron mi salida del país en octubre de 1977. Aquel regreso lleno de luz en abril del 74, no fue nada más que sombra tres años y medio después. El cuerpo quizás fracasó en ese gran anhelo de vivir en la Patria; pero la mente no. La esencia sigue siendo la misma. La Revolución sigue allá y el imperio, aquí. Mi cuerpo está aquí, mi mente está allá. Mis ideas de hoy son las mismas que las de 1974.
--Mi familia, por supuesto, se alegró de mi salida de Cuba. Para sobrevivir, después de mi regreso a Miami, en mayo de 1978, tuve que acudir a ciertos artificios estratégicos porque si llegaba hablando como lo hacía en Cuba o escribiendo como lo hago ahora ya hace rato que los gusanos se hubieran dado un pequeño banquete conmigo y no me refiero a los gusanos metafóricos, sino a los reales, a los que siempre esperan ávidos nuestros yertos despojos. Algunos en Miami aceptaron mis falacias, otros, por lo menos, se confundieron con ellas. De manera que pude vivir aquí sin mayores conflictos. La integridad de los contrarrevolucionarios siempre ha sido bastante relativa porque actúan por intereses, no por principios, como si estuvieran dirigiendo un negocio porque, en rigor, eso es lo que hacen, defender una empresa, el capitalismo, no una causa, la de la conciencia humana.
Para ponerte un solo ejemplo, ahí tenemos a Elizardo Sánchez Santacruz, a quien se le probó, públicamente, que estaba colaborando con la Seguridad del Estado y, sin embargo, los enemigos de la Revolución lo siguen considerando uno de sus dirigentes. Esa ligereza, ese sentido relativo y hasta comercial que tienen los enemigos de la Revolución y el socialismo en todo lo que defienden y en todo lo que atacan fue para mí de gran conveniencia porque sólo me bastó coincidir con ellos en dos o tres cuestiones para que no me siguieran atacando como lo habían hecho hasta entonces y me dejaran tranquilo. Tuve que mantener esa falsa actitud por unos años. Era la época en que mataban por la espalda a los diplomáticos de Cuba en el exterior y a las personas que querían la coexistencia pacífica con el Gobierno Revolucionario, y en que las bombas explotaban casi todos los días. No era un escenario saludable. Con el tiempo, cuando las circunstancias cambiaron, volví a ser el que realmente soy y a defender las ideas que hoy defiendo, que son las mismas que defendí en Cuba en los años 70. ¿Hice bien en dar a entender por algún tiempo que había vuelto a ser enemigo de la Revolución? No lo sé ... pero estoy vivo.
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