HAITI FIDEICOMISO Y TUTELA-(I)

jueves, 21 de enero de 2010

HAITI FIDEICOMISO Y TUTELA-(I)
(1-21-10-10:05AM)

Por Luis Conte Agüero
AYER
Con este panorama de neblinas y espantos contrastan mis luminosos recuerdos de Haití, país que sin llorar su pobreza brindaba cordialidades risueñas. Evoquemos, para avanzar al porvenir.
Amo la Luna de día, Luna blanca recostada sobre pálido azul de cielo intacto. Así comienza un canto mío a la Luna de Haití, Luna sin luz, Luna mitad; dormida con silencio de bostezo sobre almohada celeste. Port-Au-Prince. 22 de enero de 1983. Dunes El Rancho. Hotel y Casino. (Foto debajo de estas líneas)

Lujoso y cordial hotel que exige esfuerzo al pagar. Recuerdo una inesperada conversación con el actor inglés Richard Burton, enamorado de Haití, gustador de la vida, renunciando al licor, endurecido por trabajos de minero y peleas y confesor de alguna que otra intimidad. En la piscina mañanera el pecho pellejudo. En la tarde de sol el traje gris con elegancia de maniquí andante. Llevé su dedicatoria a la radioemisora La Cubanísima donde laboraba Tomás García Fusté.
Gocé dos veces del hotel luminosamente blanco. En la segunda visita el industrial Diego Suárez liquidó la cuenta. Viajamos en avión privado con afanes de azúcar. No recuerdo si hubo un resultado dulce, salvo la compañía de mi esposa de entonces y la hospitalidad del Diego amigo.
Traviesa memoria no guarda las veces que visité el país cumpliendo deberes de deber y libertad. Recuerdo que publiqué en Diario Las Américas. Una crónica amable. Recuerdo recorrer campos asaltados por embrujos y leyendas. Recuerdo la vigilancia espinosa y amiga al adentrarse en la noche oscura, palacetes de Petionville en las montañas cercanas a la urbe capitalina, filmes enrevesados de Hollywood mezclando imaginerías, novelistas que hicieron de Haití misión, inspiración y vacaciones. Recuerdo mis tenaces iniciativas y escritos privados buscando caminos a la democracia, sin otra encomienda que la cubanía. Recuerdo riesgos en tierra tan cercana a mi Oriente cubano.
Me duele el dolor de ese pueblo inteligente, religioso, amigo, que compensaba su pobreza con rostro iluminado por una dulce sonrisa de mango. Le buscamos caminos dentro y fuera. Tocamos en puertas dominicanas. Obsérvese como el Presidente Obama se comunicó prontamente con el Presidente Fernández. Un domingo 27 de febrero del 2000 improvisé en la Biblioteca de la Universidad Internacional de la Florida palabras que titulé después: “REPUBLICA DOMINICANA IMPLORA POR HAITÍ”.
Al Seminario Relaciones Dominico-Haitiana: Pasado y Presente me  invitaron el Movimiento Nueva República, la Casa Cultural Dominicana de la Florida, la Casa Nacional del Diálogo y  representantes de Partidos Políticos organizadores de la reunión, en generoso agradecimiento a mis servicios a esa República Dominicana que me ha colmado de honores increíbles.
Aquellas advertencias parecen nada ante los espantos de la tragedia actual. Corresponde a los dominicanos un papel mucho mayor aún que entonces. Urge una gran política nacional que ningún dominicano desdibuje o afrente. Aunque las grandes invasiones de pobres y desesperados asustan a los invadidos y desatan prevenciones impropias, la integridad dominicana se afirma en el ajuste decente, generoso, inevitable, con el vecino depauperado y espantado por la trágica cerrazón de su horizonte. Quiérase o no, hay mucho de común en los caminos y el destino de ambos pueblos, tanto que gobernantes superficiales y concordatos frívolos han reclamado una fusión que es concepto concreto en la geografía de la Isla que los une y abstracto en la historia que definidamente los separa. Esa abstracción virtuosa no hace justicia. Son etnias distintas forjadas en propósitos distintos. La independencia dominicana buscó la República y la concretó en la Constitución de San Cristóbal. Haití buscó librarse en 1804 del imperio francés para hacerse imperio haitiano; no por convicción imperial sino por el facilismo de la continuidad. Más que diferendos ideológicos o rechazo al colonialismo, la revolución haitiana la inspiraron la nacionalidad en forja, el rechazo a la esclavitud y motivaciones raciales. Entonces su Constitución vanidosa incluyó como propio y suyo el territorio de los dominicanos al fijar sus fronteras en los mares de la isla. Con el tiempo, ambos pueblos se han ido vinculando. Y ahora, ante miserias multiplicadas por cuatro huracanes seguidos y 7 grados de un terremoto demoníaco, los dominicanos cumplen el deber de ayudar fraternalmente y con desbordada humanidad, el mundo atiende y los norteamericanos salvan. (Continuará).