Recuerdos y olvidos de aquel diabólico 26 de julio

jueves, 15 de octubre de 2009

LA HISTORIA EN LA MEMORIA
Recuerdos y olvidos de aquel diabólico 26 de julio

Escrito por Luis Conte Agüero
Miércoles, 14 de octubre de 2009
Aquellos jóvenes llevados malvadamente a inmolarse murieron por su ideal, no por el comunismo traidor.
El sábado 25 de julio de 1953 cené con mi hermano Emilio Rivero Agüero y su esposa Raquel Rojo en el restaurante Palacio de Cristal en La Habana. No teníamos indicio alguno de lo que sucedería esa madrugada del domingo 26, fiesta de Santa Ana, en los carnavales de  Santiago de Cuba. Para aquella cena sonriente y plácida yo sorteaba una encrucijada personal extraordinaria. Ausente de toda actividad social, y evitando comentarios equivocados y mutuamente dañinos, apenas tenía relaciones con mis queridos hermanos Emilio y Andrés Rivero Agüero. Algunos no entenderían la hermandad de sangre y la oposición ideológica. En aquella noche de excepción, primera en muchos meses, comía en un lugar público y con Emilio, bueno, generoso, afable. Tras evocaciones y afectos envueltos en cariño nos despedimos completamente ajenos a cuanto ocurriría ese desgraciado 26 de julio de 1953.
Ya en la tarde del día siguiente supe algo de los hechos del Cuartel Moncada en Oriente. Me asombró saber que Fidel Castro los encabezaba.  Cadena Oriental de Radio, emisora de mis comentarios,  se había mudado a La Habana no recuerdo cuantas semanas antes del asalto al Moncada, sede del Regimiento # 1 Antonio Maceo. Chocó la noticia con el sabor reciente de la cena con Emilio en aquella Cuba flagelada por sus propios hijos.
Mudado de Santiago a La Habana viví primero con mi esposa en el Hotel San Luis mediante un intercambio comercial de la radioemisora. Entonces se agradecían en un almuerzo 25 centavos de propina. No recuerdo cuando nos habíamos mudado para un apartamento en el tercer piso de la calle Campanario  251 en cuyo segundo piso estaban las oficinas y los micrófonos de la Cadena Oriental de Radio. Suponía que habría una orden de prisión contra la gente desafecta. El Ejército recordaba mi protesta contra el golpe de estado, fuente de la carta de Castro “Al único insurrecto del 10 de marzo”. Y, en efecto, fue a buscarme a Estrada Palma 156 en Santiago de Cuba y después a la Carretera de Cuabitas, entrada de Puerto Boniato, donde me había mudado tras casarme. Como no se sabía que yo vivía en el mismo edificio de la Cadena Oriental, permanecí en el apartamento. A pesar de la censura de prensa el cable de una agencia internacional informó que los cadáveres del Moncada, estudiantes, jóvenes, los llevaban a enterrar al cementerio Santa Ifigenia de Santiago en la rastra # 13 del Expreso Alvarez, una compañía de transporte. Aproveché esa información y allí en la Cadena Oriental de Radio improvisé en el micrófono una despedida de duelo. Lo merecían aquellos jóvenes llevados malvadamente a inmolarse; murieron por su ideal, no por el comunismo traidor. Dije entonces que si a José Martí le había despedido el duelo el capitán Ximénez de Sandoval en Dos Ríos en 1895; si un militar español había tenido gesto tan pundonoroso, cómo negárselo a combatientes que merecían palabras cristianas de solidaridad. Por ahí fue la cosa.
Al terminar salí emocionado del edificio y saludé al policía de la puerta. Ya las emisoras estaban vigiladas. El vigilante no me conocía o no me reconoció, seguramente por lo inesperado, pues precisamente estaba allí para impedir que hablara. Consciente de que me buscarían allí, origen de la inesperada transmisión, busqué escondite. Escondite pintoresco. Frente al Edificio Chibás. 25 y Avenida de los Presidentes, Vedado, La Habana. Banco público. Avenida ancha. Libro voluminoso para leer y ocultar la cara cuando pasaba gente. Largas horas. Ya en la noche, casa amiga. Otras días y otras residencias que “visitar”.
“Sin comerlo ni beberlo” me acusaron de apología del delito, figura delictiva basada en que mis comentarios contribuían a un clima conducente a esas acciones bélicas como asaltar un cuartel militar.

Estando en Santiago me detuvo el capitán Rafael Morales Sánchez que no obstante haber perdido un hermano en el asalto fue todo un caballero. En el juicio, octubre 23 del 1953, me defendió Baudilio “Bilito” Castellanos, abogado de Santiago de Cuba. La vista del juicio fue en el Hospital Saturnino Lora. Gustavo Arcos ( foto de la izquierda) estaba allí herido, en una silla de ruedas. No lo habían juzgado con los otros asaltantes del Moncada porque no estaba en condiciones físicas para concurrir al juicio. Seguramente nos juzgaron juntos en beneficio de espacio y tiempo. Fuimos juzgados primero que Arcos, a quien condenaron a 10 años de prisión. Al preguntar el juez al testigo militar si nos conocía, el cabo respondió: “Los conozco a todos y soy enemigo de todos ellos”. El abogado Castellanos me interrumpió cuando respondí: “No somos enemigos de usted; usted es enemigo de la República”.  Ese mismo testigo, enemigo y veraz, dijo que no nos había visto en la acción del 26 de julio. Nos absolvieron.
A la interrogación y el dramatismo lógico en tales circunstancias se sumó el que también fueran acusados Juan Marinello Vidaurreta, Blas Roca Calderío y Lázaro Peña, dirigentes claves del Partido Comunista a los que no saludé, ni di la mano, ni sonreí, demostraciones que sí tuve para Santiago Noriega, José Núñez Carballo y Roberto Varona, hermano de Manuel Antonio de Varona y Loredo. No destaco tal tirantez ahora en que el comunismo oprime a Cuba; el encono surgió cuando siendo Secretario propuse la expulsión de los comunistas de la Asociación de Estudiantes del Instituto de Santiago de Cuba. Sorpresa y molestia aquel hombro con hombro con los comunistas, aunque distancio ese comunismo político y electoral de candidatos, representantes, senadores, del comunismo totalitario y asesino.
Por días, meses y tiempos ignoré algo que mamá Isidra Agüero y Agüero, mujer prodigiosa que vivió más de cien años, me dijo después y puse en duda: “Luis: Fidel estuvo a buscarte la madrugada del 26 de Julio. Yo no abrí la puerta porque era muy tarde, pero le reconocí la voz. Me preguntó si tú estabas y le dije que no, que estabas viviendo en La Habana y transmitiendo en Cadena Oriental de Radio, que se había
mudado para La Habana”.
Mamá no se había equivocado. Ya cumpliendo en el Presidio Modelo en Isla de Pinos, Castro me pidió jugar el papel de Fermín Valdés Domínguez, defensor de los estudiantes de medicina fusilados en La Habana el 27 de noviembre de 1871. En carta extensa enviada desde la Prisión de Isla de Pinos, de la que yo había salido recientemente, él cuenta que fue a mi casa, Estrada Palma 156, y yo no estaba. Ya ni siquiera vivía allí. Repito. “Casado, me había mudado a una casona casi rural de la Carretera de Cuabitas entrando al Puerto de Boniato, cerca de la ciudad de Santiago, y posteriormente me había trasladado con la radioemisora a La Habana.”
En el Partido del Pueblo Cubano Ortodoxo se desconocían los planes secretos de Castro para Santiago y Bayamo, ambos en la provincia de Oriente. Pocos conocían sus intenciones. Muchos muchachos marchaban a un acto cívico. Castro ensayaba en la calle con palos frente al local ortodoxo de Prado 109, La Habana. Su propósito bélico lo compartió con los muy allegados. Pedro Trigo me dijo que acompañó a Castro en el automóvil a buscarme aquella madrugada y que estaban convencidos, informados por Castro, que yo estaba en la acción. Al descubrir que no era así y protestar, Castro admitió que no sabías nada, pero que él confiaba que al saber lo que ellos querían hacer yo no vacilaría en participar como aquella vez del 10 de marzo en el Cuartel o en la Cadena Oriental de Radio.
Permítanme aclarar dos falsedades: Los asaltantes no pasaron a cuchillo a enfermos en el Hospital Calixto García, donde sólo murió de un disparo quien se asomó a una ventana, ni los soldados practicaron torturas macabras como sacar los ojos a Abel Santamaría. Tan engañado estaba que en mis transmisiones desde New York contra la traición comunista de Castro yo repetía: “Fidel, Fidel: Te miran los ojos de Abel”. Ya en el poder, Castro no investigó sus denuncias, acumuladas en la carta que me envió con fecha 12 de diciembre de 1953.
En octubre de 2006 autoricé la reedición en Estados Unidos de las cartas que Castro me envió desde el Presidio Modelo; manuscritas con tinta en letras pequeñitas aunque legibles; en fino papel cebolla; escondidas en cajas de fósforos. Las recibían su esposa Mirta Díaz Balart y Lidia Castro Argota,  hermana por parte de padre y la más apegada a Fidel. En prenda de precisión histórica aclaro que la propaganda oficial miente y que Lidia, tremendo corazón, no fue presidenta del Comité de Amnistía que yo “presidí’ y nunca organicé porque en aquellas circunstancias un Comité hubiera estorbado. Se usó tal figura para insinuar una fuerza que no había.
Conste que en esos tiempos había espacio para estas campañas aunque a Fulgencio Batista le sigue llamando dictador la misma prensa que llama a Castro presidente o gobernante. A veces había censura. Otras veces no. Yo leía las cartas de Castro en Cadena Oriental de Radio y las enviaba a otros medios. Cuando salí de Cadena Oriental de Radio a CNC Reloj de Cuba y a Radio Progreso, Cadena Nacional, leía las cartas de Castro. Así recibí los papeles de “La Historia me Absolverá” para que los corrigiera y llevara al intelectual Jorge Mañach y al director de la revista Bohemia, Miguel Angel Quevedo. No lo hice. Ello involucraba a otros factores en una actividad clandestina en la que no tenían que involucrarse, pues cada quien estaba haciendo lo suyo. Yo no corregí nada. Quedó como la envió Castro.


Otras versiones son falsas; fabricadas más tarde. Melba Hernández y Haydée Santamaría(a la izquierda, en una foto de la época), condenadas a siete meses de prisión, ya en la calle contribuyeron a la impresión y  divulgación clandestina de “La historia me me absolverá”. Un día 26 de julio se suicidó Haydée, acaso atormentada por el remordimiento de haber contribuido sin quererlo a un daño tan espantoso a Cuba y no haberse rebelado después.
Ramón, hermano mayor, escribió a Fidel Castro para que asumiera su defensa en el juicio. Marta Rojas, íntima de Batista, y el periodista Arquímedes Garzón tomaron muchas notas que Marta llevó a Isla de Pinos, donde auxiliándose con libros ampliamente regalados y recibidos con permiso del Presidio, Castro escribió el documento del cual se burló al hacer gobierno. La historia me absolverá se escribió en prisión. Lo dicho en el juicio del Moncada no se grabó. Mucho de una larga carta que él me escribió aparecen después en La historia me absolverá. Ratifico en nombre de la verdad que nadie agregó una coma a lo escrito por Castro en su cómoda celda del Presidio.
Cuando en abril de 1959, ya en el poder, Castro viajó a Estados Unidos y se publicó en inglés “La historia me absolverá” yo hice el prólogo. La historia puede atribuirse a un demócrata-cristiano; es un documento filosóficamente ubicado dentro de ese patrón ideológico. No acude al marxismo, sí a pensadores cristianos. Difícil de situar entonces en escuela alguna, Castro había leído El Hombre Mediocre y Las Fuerzas Morales de José Ingenieros, discursos de Adolfo Hitler y Benito Mussolini y se inclinaba a José Antonio Primo de Rivera, hombre de la Falange(en la pintura de la izquierda). Condenado por la Ley de Orden Público, me indultaron en 1954 porque los partidos de oposición acordaron tres demandas, la segunda de ellas mi libertad. Batista dictó un decreto indultándome y después, ya estando en la calle, la amnistía general borró los antecedentes penales. No hubo encuentro con Castro en presidio. Al pasar en caravana con los otros presos del Moncada, rumbo a las visitas, vi a Castro desde el almacén, detrás de la reja donde me encontraba. Le grité; él me reconoció la voz, se detuvo y saludó desde lejos. No pudimos hablar en prisión. Yo estuve en lo que llaman los almacenes. En la nevera, donde me pusieron para que no tuviera contacto con presos comunes.