lunes, 28 de octubre de 2013

RULETA RUSA-II
(10-28-13-5:00PM)
por Diego Trinidad, PhD.
Kennedy, desde la desastrosa reunión con Khrushchev en Viena en junio de 1961, donde según sus propias palabras, el líder ruso le había dado una “paliza” (a beating, en sentido figurado, naturalmente) y según Khrushchev, él le “había tomado la medida al joven presidente” (a quien consideró desde entonces como un hombre débil e indeciso), había implementado una serie de medidas que hicieron su posición, vis-a-vis Khrushchev, mucho más fuerte.  Pero inexplicablemente, durante ese verano, cuando la intervención masiva de la URSS en Cuba (tropas y equipos, incluyendo aviones y grandes cantidades de armamentos) se hizo realidad y cuando comenzaron los rumores, primero por parte de reportes de refugiados cubanos, luego con acusaciones de congresistas al respecto, el presidente americano decidió confiar en las intenciones “pacíficas” de Khrushchev.  El Premier ruso le había pedido, como parte del camuflaje de la Operación Anadyr, que EE.UU. cesara los vuelos de reconocimiento para evitar “incidentes” (los vuelos de bajo nivel se redujeron, pero no se cancelaron; de manera que la administración sabía bien lo que sucedía).  A cambio, le prometió a Kennedy que las armas introducidas en Cuba eran solamente “defensivas” y que no haría nada antes de las elecciones al Congreso  en noviembre que pudiera “abochornar” al presidente.  Kennedy lo creyó, y el resto, como dice la expresión, “es historia”. 
El Director de la CIA John McCone(en la foto con el presidente Kennedy)regresó a Washington de Francia a fines de septiembre, y aunque no se sabe exactamente cuando se enteró de la decisión de no permitir los vuelos de U-2s sobre Cuba del 10 de septiembre, poco después logró convencer a Kennedy de reanudar los vuelos y el 12 de octubre, se descubrió la presencia de cohetes de medio alcance en varios puntos de Cuba.  Después de eso, comenzó propiamente la Crisis de los Cohetes.  Pero McCone, a pesar de que gracias a su intervención se hizo el descubrimiento de los cohetes ofensivos rusos el 12 de octubre, nunca recibió agradecimiento alguno de Kennedy y sus asesores.  Al contrario, desde entonces lo consideraron un adversario, un “verdadero bastardo” (a real bastard), en palabras del mismo presidente en una conversación (grabada) con su hermano Robert en la Casa Blanca el 4 de marzo de 1963.  
El libro Blind Over Cuba describe en detalle todo el proceso de lo conocido como “la brecha de las fotos”, pero además, en la segunda parte, cubre las cuatro investigaciones que se condujeron entre noviembre, 1962 y marzo, 1963, tres por la CIA y otras organizaciones del Ejecutivo, la cuarta por un Comité del Senado.  El resultado de todas estas investigaciones y reportes, en general muy críticas de la administración, no se revelaron hasta 40 años después.  Todavía quedan muchas partes clasificadas.  (¿Nos enteraremos algún día de todo lo ocurrido durante la Crisis?) Pero lo más importante del libro es que destruye, a los 40 años, el mito de que la “brecha de las fotos” fue causada por el clima, por la nubosidad sobre Cuba en esos casi fatales 39 días.  Este fue un mito deliberadamente creado por los hermanos Kennedy y sus apologistas que escribieron la “historia oficial” desde entonces.  Todo lo contrario: los autores demuestran, concluyentemente, que los 39 días sin vuelos de U-2s sobre Cuba fueron estrictamente debidos a la política de “no ver y no oír”  de la administración; a la política de ignorar la actividades de la URSS en Cuba durante ese verano de 1962; la política de negligencia casi criminal que permitió la introducción de cohetes nucleares estratégicos a 90 millas de las costas americanas.  
La última parte del libro, a manera de un Apéndice final, es en mi opinión lo mejor: una historiografía de la “brecha de las fotos”, pero en realidad, una historiografía de la Crisis de los Cohetes en su totalidad.  Aquí se encuentran todos  los libros importantes publicados sobre este controvertido tema, muy especialmente los que han aparecido en la última década, los que han verdaderamente cambiado drásticamente la perspectiva de la Crisis y han producido nuevas interpretaciones que en verdad, enseñan que esta no fue la Hora más Grande de Kennedy ni su Apoteosis.  No, lejos de eso.  Fue otra demostración de cómo un presidente mediocre en toda la extensión de la palabra, simplemente porque fue asesinado en su apogeo y porque sus apologistas quisieron—y consiguieron—crear a su alrededor el Mito de Camelot, puso al mundo al borde del abismo por su ineptitud y por su falso orgullo. 
Para resumir, la Crisis de los Cohetes en Cuba comenzó, como propiamente describe el profesor, en abril de 1962, cuando Nikita Khrushchev, probablemente en su afán de emparejar de la manera más rápita y económica el balance en cohetería nuclear intercontinental entre EE.UU. y la URSS, ideó la introducción de cohetes estratégicos en Cuba.  La fuente citada por el profesor también es correcta: el gran historiador ruso, el General Dmitri Volkogonov (foto) fue quien primero documentó la conversación entre Khrushchev y el Mariscal Rodion Malinovsky, Ministro de Defensa, en su residencia de verano en Sochi, en la costa del Mar Negro, donde el líder ruso le pregunta al Ministro sobre la posibilidad de introducir cohetes ofensivos en Cuba.  Días después, durante tres reuniones en el Kremlin a fines de mayo, el Politburó unánimemente, aprueba el proyecto, Operación Anadyr (por un río de Siberia) y se decide enviar a una delegación rusa a Cuba para buscar la aprobación de Fidel Castro. Castro consultó solo con su hermano Raúl, Ernesto “Che” Guevara, el presidente cubano Raúl Dorticós y Ramiro Valdés, y al día siguiente, dio su consentimiento. ¿Por qué lo hizo?  No se puede confiar en sus palabras, puesto que ha ofrecido varias versiones, algunas de las cuales lo hacen lucir como un gran estratega, lo que el aquellos tiempos no era.  Probablemente creyó en Khrushchev, su mentor y protector, y sus promesas de protección contra una invasión americana, confiando en los alardes del poderío atómico ruso que el líder ruso no se cansaba de propagar.  Algunos piensan que Castro sabía la inferioridad de Rusia ante EE.UU. en cohetería nuclear (Brian Latell, por ejemplo); pero yo estoy convencido que Castro definitivamente creyó a Khrushchev.  Sin embargo, Castro propuso a la URSS firmar un tratado de defensa mutua y hacerlo público.  Era lo lógico y Cuba tenía todo el derecho de hacerlo de acuerdo con las normas internacionales.  Pero Khrushchev se negó.  ¿Por qué? Porque su plan dependía del secreto y de la sorpresa.  No era nada menos que una atrevida gran  apuesta para ganar la guerra fría.  
La Operación Anadyr consistía de tres partes.  La primera era introducir los cohetes en Cuba mediante una gigantesca operación encubierta que eventualmente llevaría a la isla a más de 50,000 tropas rusas, cientos de toneladas de equipos militares, incluyendo aviones—de ataque y bombarderos, cohetes nucleares tácticos, cuatro submarinos, y por supuesto, los cohetes estratégicos de intermedio y medio alcance.  Una vez que los cohetes estratégicos estuvieran instalados y operacionales, poco después de la elección Congresional en noviembre,  la segunda parte contemplaba el viaje de Khrushchev a Cuba para entonces firmar un tratado de defensa mutua con Cuba.  La tercera parte  llevaría a Khrushchev a la ONU en New York, para anunciar la presencia de los cohetes en Cuba y el tratado recién firmado entre los dos países, y exigir la retirada de las tropas aliadas de Berlín.  Ese era el objetivo final: Berlín.  Todo estaba basado en el convencimiento absoluto de Khrushchev de que el presidente Kennedy aceptaría los hechos consumados y por su falta de carácter y debilidad, negociaría la rendición de Occidente al Comunismo Internacional, el sueño dorado de Lenin y Stalin hecho por fin realidad.  Por esa increíble fantasía, Khrushchev se lo jugó todo.  Perdió, pero con esa insensata apuesta, puso al mundo en el mayor peligro de su destrucción en la historia. 
No es necesario relatar los hechos de la Crisis; son muy conocidos y aquí no hay nada nuevo que se pueda aportar.  Pero dos asuntos adicionales mencionaré a petición de otro amigo.  Uno es todavía controversial y falsificado; el otro, casi desconocido e ignorado.  Primero, el derribo del U-2 americano en la mañana del sábado 28 de octubre, llamado desde entonces “el sábado negro”. ¿Quién ordenó el derribo? Ciertamente no Castro, como algunos todavía mantienen.  Uno de sus más íntimos colaboradores, Carlos Franquí, me dijo en una entrevista en Puerto Rico hace varios años que Fidel Castro mismo había oprimido el botón que lanzó el cohete SAM que derribó al U-2.  Otros propagan que Castro dio la orden a la batería de SAMs cerca de Banes, en la provincia de Oriente, para que disparara.  Las dos versiones son falsas.  Castro no podía oprimir ningún botón; estaba en La Habana, a cientos de kilómetros de Banes.  Tampoco dio la orden; no tenía autoridad para hacerlo. Los rusos tenían el control absoluto de las baterías de SAMs.  Pero esa mañana, Castro se apareció en el cuartel general de los rusos en El Chico, cerca de La Habana, enfurecido por los continuos vuelos de reconocimiento a casi ras de tierra por aviones americanos sobre las bases de cohetes estratégicos (no los vuelos de los U-2, los cuales bien sabía que nada podía hacer para evitarlos) y ordenó a las baterías antiaéreas cubanas disparar sobre estos rápidos aviones de reconocimiento (así se hizo, pero cuando se ordenaba disparar, ya los aviones habían pasado).  Los rusos, sobre todo el General Pliyev, jefe de todas las tropas rusas en Cuba, quedaron muy impresionados por el fervor “socialista” de Castro y a la vez estaban abochornados porque los cubanos tenían órdenes de disparar, pero los rusos nada hacían para evitar los vuelos de U-2s.  Pliyev decidió que derribaría el próximo U-2 que volara sobre Cuba y así lo informó a Moscú.  Una hora después, se presentó la oportunidad.  Pero Pliyev había desaparecido del cuartel.  Dos generales subalternos, Grechko y Garbuz, dieron la orden conjuntamente pues el U-2 estaba al salir del espacio aéreo cubano.  Pliyev aprobó la orden y defendió a los generales ante la ira de Moscú (ese derribo casi provoca un ataque americano a Cuba).  No fueron nunca sancionados. (Continuará)