¡QUE SE RINDAN OTROS!

sábado, 1 de diciembre de 2012


OTRAS
 VOCES:
¡QUE SE
 RINDAN 
OTROS!
(11-23-12-5:30PM)
Por Alfredo M. Cepero- Director de “La Nueva Nación”
En la cruz murió el hombre un día; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días", José Martí
Para los discípulos de Martí, Washington y Bolívar--que amamos la libertad en América y luchamos por preservarla para las generaciones futuras--los acontecimientos de los últimos meses han sido motivo de profunda preocupación. Los triunfos electorales, escamoteados o reales, del bufonesco Hugo Chávez y del farsante Barack Obama, han constituido un virtual balde de agua fría sobre el estado de ánimo de quienes creemos en la santidad de la vida, la providencia divina, la supremacía del ciudadano sobre el estado y el derecho de cada ser humano a labrarse su propio destino.
Las consecuencias no podían ser más desastrosas para los pueblos de Venezuela, Cuba y los Estados Unidos. Una Venezuela comunista, unos Estados Unidos socialistas y una tiranía comunista cubana fortalecida por la continuación del regalo del petróleo venezolano y los dólares norteamericanos enviados por un exilio que, como muestran los votos recibidos por Obama en las últimas elecciones, va en proceso de convertirse en una miserable emigración económica.
No es, por lo tanto, extraño que el buzón de La Nueva Nación haya recibido una avalancha de desgarradores correos electrónicos de lectores abatidos por lo que consideran una derrota de sus valores morales que podría cambiar en forma permanente el mundo que nos legaron nuestros antepasados. Un mundo que fue el resultado del esfuerzo, la tenacidad y el sacrificio de varias generaciones de hombres y mujeres que triunfaron sobre la adversidad convirtiendo los retos en oportunidades.
Ahí tenemos a Bolívar arengando a unos venezolanos abatidos por la destrucción infringida sobre ellos por el devastador terremoto de 1812. "Si la naturaleza se nos opone; lucharemos en contra de ella y haremos que nos obedezca", dijo aquel iluminado que fue padre de cinco repúblicas americanas. La misma voluntad de acero se manifiesta en la frase de George Washington ante la pesadilla del crudo invierno de Valley Forge en febrero de 1778. "Desnudos y hambrientos, jamás podremos admirar bastante la paciencia y la tenacidad de estos soldados", dijo el padre de la patria norteamericana que rechazó la corona que le ofrecieron sus conciudadanos agradecidos y prefirió el simple título de presidente.
Pero, como cubano, me siento más motivado por la admonición, pletórica de religiosidad, de nuestro Apóstol José Martí: "En la cruz murió el hombre un día; pero se ha de aprender a morir en la cruz todos los días". Esto lo dijo el guerrero de las ideas que predicó con el ejemplo y desafió el peligro en el campo de batalla. El hombre que murió sin ver terminada su obra y dedicó las dos terceras parte de su joven y efímera vida a la lucha por la libertad de Cuba.
Los herederos de esos tres próceres y, más que nadie, quienes hacemos ostentación de patriotismo citando sus palabras no podemos rendirnos ante la adversidad. Tenemos que aprender de sus enseñanzas, alimentarnos de su coraje y, sobre todo, seguir su ejemplo. La conducta de esos hombres nos demostró que los pueblos no se fundan con lágrimas sino con sacrificio. Que el carácter no se forja en los tiempos fáciles sino en los tiempos difíciles. Y que los pueblos que no están dispuestos a pagar el precio de la libertad están condenados a vivir en esclavitud.
Por eso les digo a mis amigos defraudados, decepcionados y deprimidos que se pongan los pantalones y se dejen de lamentaciones. Que la historia demuestra que nada es permanente y nada es irreversible. La desintegración de los Estados Unidos fue superada por la sabiduría política de Abraham Lincoln, la república soviética de España pulverizada por el coraje de Francisco Franco y el Chile comunista de Salvador Allende parado en seco por la firmeza de Augusto Pinochet.
Y, precisamente en los Estados Unidos, la crisis económica y la debilidad internacional desatados por Jimmy Carter fueron seguidas por la prosperidad económica y el renacimiento del prestigio internacional instaurados por Ronald Reagan. Para los hombres de fe siempre hay un mañana mejor. Para los incrédulos mañana será siempre peor que hoy. Me declaro miembro acérrimo de los primeros y rechazo con lástima a los segundos.
Como los Hitler, los Mussolini y los Saddam Hussein, los Castro, los Chávez y los Obama desaparecerán un día en el oscuro laberinto de los autócratas ineptos repudiados por sus pueblos. En última instancia, los gobernantes pasan y los pueblos prevalecen. Pero esas cosas no pasan por accidente sino por el designio y la iniciativa de los ciudadanos que tienen la integridad y el coraje de formar filas entre los salvadores de la patria. Todos los ciudadanos tenemos una obligación en el curso de nuestros tránsito por la Tierra: dejar un mundo mejor para aquellos que vendrán después de nosotros, sobre todos nuestra descendencia, cuando vayamos a nuestra cita con el Creador.
Finalizando estas líneas asistiré a una cita de honor con un puñado de cubanos que han triunfado en los Estados Unidos pero que sienten que su éxito carecerá de sentido mientras no logremos la libertad de nuestra amada y añorada patria. Nuestro objetivo es contribuir, en la medida de nuestras habilidades y posibilidades, a que Cuba sea libre, ya sea combatiendo a los Castro o a quienes desde el exterior contribuyan a su permanencia en el poder. Ninguna contribución será pequeña porque lo que es reprochable e inaceptable es la inercia ante la iniquidad. Se llamen Hugo Chávez o Barack Obama son aliados de Castro y, por ende, enemigos del pueblo de Cuba.
Regresando al principio, ni Martí, ni Washington, ni Bolívar jamás se rindieron. Nosotros tampoco tenemos el derecho a izar la bandera blanca de los derrotados. Y, poniéndolo en plano personal, que se rindan otros. Yo no puedo, porque sería como una muerte en vida. Y no estoy dispuesto a darle un gusto a los enemigos de la libertad cometiendo suicidio.