"YO TRABAJO EN LA COOPERATIVA"

domingo, 1 de julio de 2012


CRÓNICAS DEL ARCHIPIÉLAGO
"YO TRABAJO EN LA  COOPERATIVA"
(6-29-12-5:10PM)
Por Aldo Rosado-Tuero
Al pueblo donde nací, se le pueden aplicar los versos de la canción de Agustín Lara dedicados a su nativo Veracruz: “rinconcito pesquero que baña tus playas el mar…pedacito de patria que sabe sufrir y cantar” y los de mi coterráneo Pedro Julio Salado (sí dedicados a Caibarién) “Son tus noches marineras un derroche de luna, rinconcito pesquero, Caibarién soñador”. Perotambién La Villa Blanca (foto de la entrada a Caibarién por la carretera a Remedios), tiene una tradición sindicalista y cooperativista muy notable. Allí existían, antes de la debacle fidelista: la Cooperativa de Ómnibus de Caibarién, La Cooperativa Pesquera, el Expreso de Carga Caibarién y la  panadería La Cooperativa fundada por la Iglesia Presbiteriana. Precisamente, de un trabajador de esta última  y del costoso y doloroso error que sufrió, es que habla esta crónica.
Elier era un joven, casi un muchacho, proveniente de una familia muy respetada en la comunidad.  Callado, retraído y profundamente religioso. Pertenecía a la congregación de la Iglesia Presbiteriana local. Por esa razón, cuando se fundó la panadería de dicha Iglesia, le ofrecieron un humilde trabajo que realizaba a la perfección y con mucha puntualidad. Repartía el caliente y rico producto muy temprano en la mañana.
Pero un día al gobierno de turno se le ocurrió la idea de que era más económico exportar a granel los azúcares que provenientes de varios Centrales de la zona tenían a Caibarién como punto de salida del territorio nacional y empezaron las discusiones para implementar la medida, que dejaría sin trabajo a cientos de obreros del puerto: carretilleros, lancheros y estibadores. Y la tradición de rebeldía sindicalista de mi pueblo se volvió a manifestar una vez más: los sindicatos y las fuerzas vivas llamaron a una huelga y declararon a Caibarién “Ciudad Muerta”.  Todo se paralizó. Se cerraron los comercios, se suspendió el servicio de transporte, se levantaron barricadas en las calles y el pavimento quedó cubierto de puntillas, tachuelas y vidrios rotos. Los chiquillos como yo disfrutábamos del placer de estrellar botellas, garrafas y garrafones contra el piso de nuestra calles. La fuerza pública se vio rebasada. Ni siquiera los policías nacionales y los guardias rurales que llevaban tiempo estacionados en el pueblo querían salir a reprimir al pueblo.
Y al Gobierno Nacional no le quedó otra que mandar a traer al “famoso” Tercio Táctico de Santa Clara.Aquel escuadrón de Guardias montados en enormes caballos hizo su irrupción en la Villa, por la carretera de Remedios. Cada Guardia de la caballería portaba un largo machete conocido en Cuba por “paraguayo” y fue este la primera arma que usaron. Las espaldas de muchos cangrejeros probaron la ardiente hoja de aquel instrumento que dejado caer de lado sobre el lomo de una persona era capaz de hacerla mearse de dolor.  El pueblo se encerró en sus casas. A mí, mi abuelo paterno casi tiene que amarrarme para que no saliera a la calle a novelear, cada vez que se escuchaban disparos o veía pasar a la temida caballería recorriendo las calles y buscando a los dueños de los comercios para obligarlos a abrir.
Esa noche en una reunión en el ayuntamiento las autoridades gubernamentales giraron órdenes perentorias a los Jefes del Tercio Táctico: A la mañana siguiente tenían que  restaurar a como diera lugar el transporte local. Y como dicen los militares “las órdenes se cumplen, no se discuten”, ya temprano en la madrugada estaban en la calle los efectivos militares llegados de la capital de la provincia, buscando a los conductores, chóferes y dueños de la Cooperativa de Ómnibus de Caibarién  y en última instancia a cualquiera que supiera conducir un vehículo para obligarlos a reanudar el servicio de transporte.
Y el pobre  y cumplidor Elier, como ciudadano respetuoso de las leyes y nada revoltoso, había salido temprano para ir a su puesto a La panadería La Cooperativa para repartir su pan, si esa entidad decidía trabajar ese día. Y como se dice tan a menudo lo vida lo puso en el lugar y la hora equivocada. En su camino, aún oscuro (los huelguistas ayudados por mi y otros chiquillos habían roto todos los focos del alumbrado público y la ciudad parecía una boca de lobo) se topó con una patrulla de soldados, que machete en mano lo conminaron a detenerse. Lo rodearon y le preguntaron amenazadoramente donde trabajaba. El joven contestó muy humildemente que en la Cooperativa. Y allí mismo se sacó la lotería sin siquiera poseer un billete. Dos fornidos soldados lo atenazaron por el cuello y lo llevaron en andas hasta  una guagua u ómnibus  confiscada por las autoridades. Le ordenaron sin ambages: “maneja”. Elier temblando y compungido les contestó que  no podía. Y allí mismo recibió el primer planazo que lo dobló de dolor y lo hizo aullar como una gata en celo. Una leve pausa y otra vez la orden cortante y perentoria: “Maneja, hijo de puta”.La respuesta no se alcanzó a oír completa, sollozando el muchacho se justificó:-“es que no no sé manej…hayyyyy”. Otro lacerante planazo lo hizo revolcarse por el suelo del vehículo. Y allí recibió una inmisericorde lluvia de “paraguayazos” y patadas, que sólo terminó cuando uno de los energúmenos se percató de que había perdido el sentido.
Desmayado y sangrando, con la espalda encendida de un rojo carmesí fue conducido a el cuartel del pueblo. No tenía nada que lo identificara. Al mediodía, en vista de que se veía muy mal, los soldados llamaron a un doctor local, que cuando lo fue a atender lo reconoció y al salir del cuartel corrió a avisar a su familia, que ya estaba muy reocupada por la desaparición del puntual Elier. El padre y uno de los hermanos se personaron en el establecimiento militar. Después de mucho rogar y hasta amenazar con llamar a autoridades superiores, pudieron hablar con un teniente que lo primero que les dijo fue: “los felicito, el muchacho es un cojonudo, tuvo el coraje de confesarnos que trabajaba para la compañía de guaguas  y después se negó rotundamente a manejar el cachivache ese. No nos dejó otra alternativa, seguíamos órdenes”.
El padre consternado le explicó al milico que su hijo no trabajaba en la “compañía de guaguas, la Cooperativa de Ómnibus, sino en la panadería La Cooperativa y que no sabía conducir ningún vehículo de motor. Que lo más que sabía era manejar una bicicleta.
La cosa terminó, como terminaban muchas de estas barbaridades en la República, con muchas excusas, pero Elier se quedó con sus planazos y sus dolores y la burla de algunos de sus compañeros de feligresía y colegas de la Cooperativa.
Como dato aleccionador y curioso, cabe anotar que los “ñángaras” (los comunistas locales) tomaron parte destacadísima en aquella protesta que, según ellos, no se podría permitir nunca en Cuba la exportación de azúcares a granel, pues significaba despidos y hambre para los trabajadores portuarios del país. La medida nunca fue implementada en la Cuba pre-Castro, pero a los pocos años de que la nueva clase castrista de afianzó en el poder, implantaron "de a huevo" los embarques de azúcar a granel, con el apoyo y el aplauso de los líderes del “ñangarismo”.