LA TRAICIÓN DE "BENIGNO" A ARNOLDO MARTÍNEZ

sábado, 2 de junio de 2012


DE LOS ARCHIVOS DE NUEVO ACCIÓN
(6-1-12-9:20AM)
LA HISTORIA EN LA MEMORIA
LA TRAICIÓN DE "BENIGNO" A ARNOLDO MARTÍNEZ
Él (Arnoldo Martínez) (foto de la izquierda) me recibió, con una carcajada, muerto de risa, me abrió los brazos y me abrazó diciendo: -“ no no me cuentes nada, ya lo sé todo”.-
Allí es donde me dio él la tarea de sacarlo de aquel lugar, porque entonces si me creyó todo lo que yo le había dicho, del cerco que había con más de diez mil efectivos, y de la gente que los comandaba. Yo lo saqué con un grupo de treinta y seis hombres por debajo del puente del río Jatibonico y los llevé hacia un lugar próximo a la costa, como la única vía de salida [planteándole que allí no había milicianos, porque era una zona muy cenagosa, de acceso muy difícil y además llena de mosquitos.  El me contestó que en una situación como aquella, poco importaban los mosquitos. Así que nos metimos por allí y yo los llevé a la finca de los padres de mi suegro, en unos cañaverales. Enfrente teníamos la carretera que va del pueblo de Yaguajay al de Caibarién, y a nuestras espaldas la costa norte de la isla, una franja más o menos pantanosa que oscila entre unos dos o tres kilómetros de ancho. Allí amanecimos. Fuimos a buscar una vaca,  la matamos, y con esa carne tuvimos para comer dos días, y al tercer día aparecieron los milicianos, tratando de hacer un rastrillaje de la carretera hacia el mar. Yo seguía dentro del cerco junto con Arnoldo, como dándole una prueba de confiabilidad. No debía regresar al pueblo hasta que no tuviera orientaciones.
Le pedí a Arnoldo que me diera un fusil, pues lo único que llevaba era una pistola. El ordenó a unos de sus ayudantes que me diera el suyo,, que era un FAL de fabricación belga. Ya teniendo el fusil traté de alejarme un poco de Arnoldo. Éste, tomando en consideración que yo tenía tanta o más experiencia que él en la lucha de guerrilla, me dijo’ “Ponte para allá, en donde está aquel grupo, para que allí tú me los orientes. Tú los vas a mandar”-
Ahora los milicianos estaban a unos quinientos metros nada más y el cerco se iba cerrando. Lo que buscaba era una buena piedra era esconderme, pues no me gustaba nada la idea de que la misma gente mía me matase o me hiriese. Esto era por la mañana y yo planteé a Arnoldo romper el cerco en la noche. El me contestó que había tomado otra decisión: esperar hasta las cuatro de la tarde, hora en que los milicianos se sentarían a comer, dejando un hombre donde ahora había cuatro Y efectivamente, es lo que hicieron, y entonces Arnoldo, se tiró al contraataque, pero salió precisamente por la cocina de los milicianos, que es donde lo mataron. Me quedé atrás sin moverme de la desgraciada piedra, que había localizado por la mañana. Di la orden de avanzar a todos los que estaban a mi alrededor, y también empecé a tirar con el Fal, pero inclinando el fusil, para que los estaban a mi alrededor vieran que si estaba tirando, porque quedaban todavía huella de la sospecha. Así que tiraba y tiraba,  e iba dando órdenes, pero quedándome detrás de mi piedra.
Ocho tan sólo lograron escapar, cinco fueron hechos prisioneros, y de los treinta y seis que eran, el resto murió en el combate. Yo seguí escondido detrás de la piedra.(a la izquierda una foto actual de "Benigno")
Como venían haciendo un rastrillaje, dos milicianos, cada uno con una ametralladora  de esas checas modelo 25, que eran muy malas, cuando me vieron me dieron la orden de rendirme. El fusil Fal lo eché al suelo.
Uno de los milicianos gritó al otro’”Tira, tírale al hijo de puta este, hay que matarlos a todos”-
Entonces yo dije- “ pero, por qué me van a tirar? ¿Tú no ves que yo no estoy tirando? Mira mi fusil  allí.”-
Bueno, me llevaron prisionero, y cuando fuimos llegando a la carretera me encontré con Pinares, que había sido mi jefe en la invasión, y Pinares, con su exaltación habitual me dijo:-“Carajo, Lalito, hijo de puta, te voy a matar ¡cabrón!. Tu eres de los alzados también, ¡hijo de puta!”-
En eso llegó Tomassevich. Al le habían comunicado que dentro del grupo de Arnoldo Martínez había uno que era de la gente nuestra. Mem miró y me preguntó:-“¿ Tú quién eres? “Yo soy Alarcón”. El le dijo a Pinares:-“deja eso”.
Me montó en el jeep y se inquietó:- “¿No estarás herido. No tienes nada?”. “No nada ningún problema”.
Trajeron al hermano de Arnoldo Martínez, que era primer teniente en nuestras filas, para que reconociera a su hermano, y él dijo que sí, que efectivamente era su hermano.
A mí me llevaron para La Habana.
(Tal y como está relatado por el propio “Benigno”, Dariel Alarcón  Ramírez en su libro “Memorias de un soldado cubano", en las páginas 90 y 91)- (publicado en la edición del lunes 25 de junio del 2007)