Luego de tener una experiencia como la anterior ¿Alguien con sentido común puede decir que la nueva ley cubana de la propiedad no es un cuento del gobierno cubano para extorsionar aun más al pueblo de Cuba?
"ESTA CASA ES MÍA"
lunes, 7 de noviembre de 2011
"ESTA
CASA ES MÍA"
(11-7-11-5:05PM)
Por Luís Alberto
Ramírez - Miami
Según un informe
del gobierno de Cuba, sólo el seis por ciento de las más de tres millones
seiscientas mil casas en la Isla están registradas en el registro de la
propiedad; esto seguramente es el resultado de cincuenta años de descontrol
habitacional. El informe indica que la mayoría de las casas no tienen
documentación apropiada, pero no menciona los motivos por los cuales eso
sucede.
En Cuba, hasta el
momento en que confecciono este comentario, no existe el derecho a la propiedad
habitacional, este derecho que en la Isla es una especie de maraña de la
semántica revolucionaria, es tácitamente inexistente, por cuanto ningún cubano
está autorizado a vender, comprar, heredar o tan siquiera regalar su casa.
Las casas que
otorgó el gobierno revolucionario después de la famosa reforma urbana, hoy día
no se sabe a ciencia cierta quienes son sus legítimos dueños, ni siquiera está
legalmente seguro aquel propietario que era dueño de su casa antes del la
reforma de marras.
En síntesis, el
gobierno de Cuba es el propietario legal de todas y cada una de las casas que no
están legalmente registradas en el registro de la propiedad, simplemente porque
si no están registradas es porque el principal propietario se murió, o se marchó
del país, en tal caso el Estado mantiene el derecho a la propiedad porque
legalmente no tiene traspaso, ni siquiera como herencia.
A continuación,
voy a relatar lo que sucedió en mi caso, que debe ser igual o muy parecido al de
todos los que tengan la oportunidad de leer este artículo.
“En el año 1985 me
fui a vivir a la casa de un amigo que la tenía desocupada. La vivienda era un
desastre estructuralmente hablando; tenía problemas de goteras en el techo, le
faltaba la mitad del balcón, y había que hacerle reparaciones en el sesenta por
ciento de su estructura. Después de un año de trabajo arduo y con la ayuda
“desinteresada” de los chicos de la brigada de reparación del casco histórico de
la Habana Vieja, pude mudarme al inmueble. Un año después mi amigo vino para los
EEUU y no regresó jamás, yo me hice el chivo con tonteras y seguí viviendo la
casa sin el conocimiento de las autoridades y con la anuencia silenciosa del
presidente del comité de barrio.
No pasó mucho
tiempo y hube de caer en prisión, nada anormal en un país como Cuba, donde no
solo eres rehén de la muerte, también se es de la cárcel.
Cuando salí, el
gobierno americano me ofreció una visa como refugiado político, y fue justamente
después de ese instante que supe, el valor de una casa en Cuba.
Para poder
abandonar el territorio nacional, tuve que poner al corriente los documentos del
inmueble. La verdadera propietaria había sido la primera esposa de mi amigo y se
había muerto por el año 1972. Desde que su mujer murió, mi amigo vivió en esa
casa al margen de la ley de la vivienda, por el temor de tener que pagar de
nuevo la casa. Es decir, si algún propietario muere, la propiedad queda habitada
por cualquier familiar del occiso, pero no precisamente es heredada, la cuestión
es que tiene que empezar a pagar de nuevo y esta vez, según el valor estimado
por las autoridades.
Yo fui un hombre
afortunado en cierto sentido, porque con la ayuda de mis familiares en el
exterior, pude sobornar al responsable de registros del cementerio de Colón, a
la directora de la funeraria del Cerro, al jefe de archivos del hospital Calixto
García, al jefe de la vivienda en la Habana Vieja y a la OFICODA.
Sin embargo, para
que me dieran el derecho a abandonar legalmente territorio cubano o lo que es lo
mismo, “la tarjeta blanca” tuve que pagarle la casa al Estado, ponerla a mi
nombre en el registro de la propiedad, y entregársela luego de un inventario
minucioso de todas y cada una de las cosas que había en su interior, incluyendo
las bombillas eléctricas del pasillo a la escalera.”
Luego de tener una experiencia como la anterior ¿Alguien con sentido común puede decir que la nueva ley cubana de la propiedad no es un cuento del gobierno cubano para extorsionar aun más al pueblo de Cuba?
Luego de tener una experiencia como la anterior ¿Alguien con sentido común puede decir que la nueva ley cubana de la propiedad no es un cuento del gobierno cubano para extorsionar aun más al pueblo de Cuba?
Para saber el
valor de las cosas hace falta algo mundialmente famoso llamado economía
mercado, cosa que en Cuba no existe ¿Cómo sabe el valor de una propiedad un
ciudadano cubano que quiera vender su inmueble si no tiene el parámetro adecuado
para medir ese valor? Bueno, en una economía como la cubana es el Estado el
responsable de otorgarle valor a las cosas, y para que el propietario de una
vivienda pueda sacarle ganancia a una casa debe comprarle primero la propiedad
al gobierno, como pasó en mi caso, que tuve que pagar el valor de la casa al
Estado, antes de entregársela.
¿Quién en Cuba
puede decir? ¡Esta casa es mía! Sólo el Estado cubano, muy pocos quedan aun con
ese privilegio.
Muchos ni si
quiera se cuestionan los motivos que tuvo el gobierno de la Isla para
despenalizar la venta y compra de casas. Lo ven como una apertura de Raúl
Castro, como un movimiento hacia la liberación económica; gentes que se dicen
catedráticos, analistas políticos y toda una gama de idiotas que con tal de
apañar las sinvergüenzuras del régimen de La Habana, se llenan la boca de no sé
qué, para afirmar que Raúl es mejor que Fidel.
¡No puede haber
aperturas dentro de un régimen totalitario! Porque apertura para ese tipo de
régimen es sinónimo de cáncer, decadencia y finalmente muerte.
Si sólo el seis
por ciento de las viviendas en Cuba están legalmente inscritas en el registro de
la propiedad, entonces quedan muy claros los motivos de la apertura raulista.
Que dejen de especular con la tragedia cubana aquellos politólogos, cubanólogos
y catedráticos; que para saber de monstruos, primero se debe haber vivido en sus
entrañas.
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