EL OTRO ROSTRO DEL EXILIO

viernes, 19 de agosto de 2011

EL OTRO ROSTRO DEL EXILIO
(8-17-11-10:05AM)
Por Pablo Pacheco Avila
No tengo idea de las veces que escuché dentro de Cuba frases como: “el exilio es intolerante”, “el exilio es recalcitrante” o “el exilio es intransigente” y aunque parezca extraño esta propaganda gubernamental de generalización funcionó para manipular y engañar a la opinión pública nacional e internacional.
Hoy me toca nadar en las duras y tristes aguas del exilio cubano. Un exilio de los más prolongados y difíciles de nuestra América en los últimos siglos. Muchos creen que el destierro es una gloria o la forma de triunfar en la vida. Craso error: esto no es más que una herida incurable que te cercena el alma y a veces no te percatas que aún estás vivo.
Miami es catalogada por muchos como la capital de la diáspora cubana. Ésta ciudad es, después de  Capital de Cuba,  la de mayor  cantidad de residentes cubanos. Una urbe que antes del éxodo cubano era insignificante en la geografía de los EEUU. Muchos aseguran que ha sido construida sobre los pantanos de La Florida y no faltan quienes argumentan que el desarrollo se debe en gran medida a los cubanos que han ido llegando después de 1959.
Llevo apenas un mes en esta bella y acogedora localidad. Poco a poco he ido comprendiendo  los contrastes de una realidad a la que temía. También  me asustaba la idea de irme para España a causa de la desinformación que sobre el resto del mundo alimenta  la prensa oficial del régimen cubano. Por suerte me gustan los retos y siempre los acepto a pesar de las consecuencias.
He sido invitado a varios encuentros con exiliados cubanos y no puedo negar que siento vergüenza cuando se generaliza sobre el exilio con epítetos  de intolerantes y recalcitrantes. Aunque algunos cubanos de la diáspora dejan que la pasión ocupe el lugar de la razón, pienso que tachar de intransigente a todo el exilio es desconocer sus particularidades y los muy variados testimonios de  los refugiados políticos cubanos.
La pasión por la libertad de Cuba no puede y no se debe confundir con nuestros propios intereses e ideologías. Todos tenemos derecho a la diversidad de criterios y nadie, definitivamente nadie, tiene la razón absoluta. Debemos comprender de una vez los unos y los otros, los de aquí y los de allá que Cuba está por encima de nosotros mismos, de nuestras miserias y de nuestros intereses. Tenemos que identificar con claridad nuestro verdadero enemigo: la dictadura.
He visto de cerca a ancianos casi sin vista, usando el bastón para poder caminar  y aún  así continúan pensando en la libertad de Cuba. Muchos entregan a esa causa las pocas fuerzas que les  quedan y lo único que la dictadura no les ha podido arrancar es el amor por su patria. Eso merece un respeto. No son perfectos y es normal, pues son humanos.
En lo personal lejos de juzgar prefiero  comprender a los que han sufrido tanto y por tantos años. Es fácil criticar a los exiliados o tildarlos con todo tipo de argumentos como lo hace la dictadura. Hay que ponerse en el lugar de ellos, cuándo no has esperado el paredón o no  has dado el último aliento a tu compañero de al lado y que va rumbo al pelotón de fusilamiento o cuando nunca se ha sufrido un día de calabozo o las  vejaciones de tus verdugos resulta fácil descalificar.
Mi lucha es pacífica y nunca lo voy a negar. Pero me tocó  vivir una época muy diferente a la de esos cubanos que se enfrentaron con las armas al régimen totalitario de La Habana. Ellos no contaban con el apoyo de la comunidad internacional, los medios de prensa ni las nuevas tecnologías. Eran tiempos en que nadie escuchaba al presidio político, tiempos en que ni el propio pueblo cubano quería escuchar y prefirió casarse con el romanticismo de lo que posteriormente se convirtió en una cruel dictadura. Sería un mentiroso si negara que tal vez yo hubiera  hecho lo mismo que ellos hicieron cuando se percataron de lo que se avecinaba en nuestra isla.
En la historia de las últimas cinco décadas de nuestra patria, quienes se llevan el galardón mayor de la intolerancia y la intransigencia son quienes, sin permitir la más mínima réplica, han esclavizado a Cuba, arruinado a nuestra nación, fusilado, encarcelado, torturado y desterrado a sus propios compatriotas. Los mismos que hoy, sin dejar de atacar, no tienen remilgos  en usar el dinero del exilio para oxigenar a sus maltrechas finanzas. Intransigentes son los que decidieron por decreto que todos teníamos que ser “como el Che”.
Respeto y comprendo a quienes sembraron la semilla de la rebeldía contra la dictadura y que después germinó en varias generaciones de cubanos. Respeto y agradezco a los que hoy peinan canas y que fueron labrando un camino en un país extraño, para que nuestro recorrido aquí fuera menos escabroso. En lo particular, reconozco que en Miami me han dado  un calor humano, una solidaridad y un espacio que no encontré en mi país.
Es imposible olvidar y, si lo hacemos, corremos el riesgo de volver a sufrir lo ya vivido, Pero si queremos reconstruir nuestra nación y sacarla de la ruina en que la han metido más de 50 años de dictadura debemos apelar a la justicia y no a la venganza.