DOS
OPINIONES DIVERGENTES SOBRE UN MISMO TEMA:
LOS TENNIS
DE YOANI
(7-14-11-5:00pm)
Por Juan Cuellar
Recuerdo cuando fui por primera vez, a la escuela Avellaneda; una secundaria
casi en el centro de Camagüey. No era la antigua Avellaneda que se encontraba en
un hermoso edificio colonial, sino otra que habían inaugurado cerca de de esta
con el mismo nombre. La antigua Avellaneda la habían convertido en una escuela
de becados y de ahí me habían expulsado por fajarme con uno de esos "guapos" a
cargo del albergue por ser dirigente de la Juventud comunista. Yo tenía trece
años. Mi primer dia fui vestido con mi uniforme de becado; unos pantalones
carmelita oscuro, una camisa carmelita claro con una banda del mismo color del
pantalón alrededor de las mangas corta que ya le había arrancado y unas botas
rusa. Josefina Castelló, de sobrenombre "Fifi", trigueña, elegante y atractiva,
que la había visto fijarse en mí, me llamó la atención. Varíos días después, me
le acerqué y le dije que me gustaba mucho y le pregunté que si quería ser mi
novia. Ella me dijo que
lo iba a pensar.
Yo le
pregunté si yo le gustaba como hombre. Ella me dijo que sí. Le dije que para que
tenía que pensarlo y ella sonriente me dijo: Mañana te doy la respuesta. Esto
lo recuerdo vividamente, aunque las calles y el lugar se tornen borroso de
aquellos años que rondaban entre el 1966. Yo estaba seguro que me iba a dar el "Sí".
Se lo había leido en sus ojos y en su sonrisa. Al otro dia, desesperado la
encontré junto a sus amigas y la llamé aparte. Ella me dijo que lo pensó, pero
que había decidido no ser mi novia. Pero si yo te gusto ¿A qué se debe ese
rechazo?, le pregunté. Ella me miró de arriba a abajo, registrándome con la
mirada y me dijo friamente: Eres precioso, el más lindo que jamás he conocido,
pero no me gusta tu vestimenta. La miré, me miré y le dije: “ya entiendo.”
Nunca olvidaré ese episodio. Ella era hija de un famoso doctor veterinario en
Camagüey. Varios meses después, cuando había conseguido un pitusita, una camisa
de nylon y unas zandalias, fui a una fiesta donde ella estaba. No me quitaba el
ojo de encima, hasta que no pudo evitar y se me acercó: “Cuellar, como has
cambiado, ¿no me vas a sacar a bailar? La mire, le sonreí. “Yo soy el mismo y tú
también. No, gracias.” Y le di la espalda.
Yo he
olvidado muchas cosas de mi infancia en Camagüey. Unos meses después fui
condenado a "tiempo indefinido" (más de dos años) de prisión por un incidente
con el pelotero José Capiro, quien me tiró un bate por llamarlo "ponchón" y en
el juicio quisieron hacerme joven comunista por tener un expediente de 98.0 y
ser "monitor" de 4 asignatura en el tercer año de secundaria con trece años
solamente. En la primaria había saltado dos grados. Me negué y exigía la
presencia del pelotero en el juicio.
"Manden al
bitongo bonitillo este al Vivac y métanlo en la celda de los maricones" Setenció
el juez de guayabera almidonada.
Eran los tiempos en donde el pobre se hizo más pobre y el rico también. Cuando
estaban prohibidas las remesas, los paquetes, y hasta la correspondencia entre
familiares. Cuando ir a
la Iglesia te costaba ir a los campos de trabajo forzado de las UMAPS.
Cuando te
sacaban de un cine, un café (La Sombrilla), una pizzeria (El Gallo), un parque,
de tu casa, y te caían a palos. Cuando te paraban y si tenías el pelo largo te
lo cortaban, y el craneo también.
Eran los tiempos
del subsidio ruso. Del hambre,
la división y la persecusión. La era
del caso
del
Johnny y Agapito. Los camagüeyanos de esa era lo conocen bien.
Yoani, en su
post
"Mis motivos para el puente"
usa un parangón de unos zapatos rotos para justificar su oposición a la enmienda
del congresista Mario Diaz Balart que trata de regular los viajes y envíos de
remesas del Presidente Obama. Incluso cuando las medidas de Mario Diaz
Balart, no prohibe ni restringe el envio de "zapatos tennis" que
milagrosamente le salvó la dignidad y la educación a Yoani.
Como tampoco me hubiera salvado a mi de tener una novia de nariz respingada.
No se habla de prohibir el envío de medicinas, alimentos, ni cualquier otro
paquete. Se habla de limitar el envío de remesas a un país que se nutre de las
mismas a expensas de una gran mayoría que no reciben ningún beneficio; al
contrario, fortalecen al régimen que las necesita para seguir aplastandolos.
¿Sabe Yoani que Obama ha restringido las visitas de Cuba a sus familiares en
EE.UU? Cuando estaban vigentes las regulaciones de Bush, un familiar en Cuba se
demoraba tres meses en obtener la visa de Washington y hoy se demoran casi dos
años. ¿Qué se busca o
dice esta política de Obama?
¿Qué quieren
los que defienden los "puentes familiares" que solo benefician a un grupúsculo
de cubanos mientras condenan a la miseria a la mayoría de un pueblo sufrido que
cada día es más marginado y galvanizado? ? ¿Quíenes hablan por ellos? ¿Quíenes
le dicen, oye yo quiero que tu tengas "fe" en tí mismo y no la FE (familiares en
el extranjero). Fe de ser libre, de buscarte el pan honrosamente, de vivir en
una sociedad donde los límites a tu bienestar estén al alcance de tus esfuerzos?
¿Podemos
todos sacrificarnos por el fin de ese régimen?
Mi respuesta es sí. Igualmente pensaba cuando estaba
en Cuba.
Y de hecho lo hice.
No se habla
de eliminar, al igual que las medidas de Diaz Balart, sino de controlar los
excesos que siguen financiando a un régimen que lo necesita desesperadamente. Un
régimen que ahora necesita de sus víctimas para seguir victimizando al pueblo y
una parte de ese pueblo dispuesto a obedecer ante tal infamia.
MIS MOTIVOS PARA EL PUENTE
(7-14-11-5:00PM)
Por Yoani
Sanchez
A propósito de la nueva enmienda presentada en el congreso
norteamericano para limitar viajes y envío de remesa a
Cuba.
Vivíamos un oscuro 1992 y esta hija de maquinista sin tren
había decidido no continuar el preuniversitario. Me levanté temprano y se lo
dije a mi madre. Las manos en la cabeza, los gritos por la casa, el perro
ladrando del susto. “No voy más, Mami, no voy más”, concluí categórica y
me acosté de nuevo. Se me habían roto mis únicos zapatos, que había heredado de
una amiga cuando estos ya tenían enormes huecos en las suelas. Con ellos aprendí
a caminar rozando el piso para que no se notaran las roturas, pero poco podía
hacer para esconderlas cuando llegaba la clase de Preparación Militar. Ahí debía
tenderme boca abajo, arrastrarme por terrenos que –imaginariamente- estaban bajo
el fuego enemigo. Y entonces caían sobre mí los proyectiles, no
del imperialismo sino de las
bromas, la chanza cruel de los que tenían un calzado mejor.
Durante varios días, mis padres me dieron todo tipo de
argumentos para seguir. ¡Cómo vas a echar por la borda las altas calificaciones,
el sacrificio del
estudio, todo por ese “pequeño detalle”! me repetían… pero con 16 años yo estaba
dispuesta a quedarme sin diploma antes que sufrir nuevamente el escarnio. La
decisión estaba tomada. Mi madre bajó corriendo a casa de una vecina. Se pasó la
noche marcando el número de unas tías de mi padre que vivían en esa otra orilla
satanizada por la prensa oficial. Unas semanas después, llegó el paquete. Junto
a cuadritos de sopa y un ungüento contra los dolores reumáticos, estaban unos
flamantes tenis blancos. Regresé a mi aula de 11no grado al otro día.
Es cierto que la ayuda económica que llega desde afuera ha
hecho que muchos cubanos se construyan una burbuja apática y apolítica, pero
también ha permitido a otros sobrevivir y crecer. Sin ese auxilio que una vez
alguien envió para mí desde La
Florida, mi vida hubiera sido
totalmente diferente. No hubiera terminado la enseñanza media superior,
probablemente habría zarpado –sobre una puerta de madera- durante la crisis de
los balseros o me habría hundido en el conformismo que da la falta de horizontes.
Sin embargo logré, con ese apoyo, continuar. Al terminar la universidad todavía
usaba aquellos zapatos salvadores.
Ahora mismo, miles de adolescentes, cuentapropistas, ancianos,
estudiantes y bebés necesitan que el flujo entre las familias
del exilio y de la Isla crezca,
que no se interrumpa. En muchos hogares cubanos, la superación personal de miles
de individuos depende de que ese puente se mantenga y su futuro como ciudadanos
cuelga del brazo solidario tendido desde afuera.
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