Pero la diatriba entre los eruditos recomienza cuando se tiene que definir el momento en que tendrá lugar la liberación.
Es tan reciente la máscara de benevolencia de Raúl Castro que no hay elementos ni experiencias previas para precisar si la liberación de Gross será durante o posterior a la visita de Carter. La presencia del manisero californiano en los predios habaneros huele a gestión mediadora, y de seguro ha sido promovida por sus interlocutores. Pero no queda claro a nombre de quién asiste Carter a la Habana, si es un acto temerario y personal del “enguayaberado” o si el viejo Jimmy está actuando como una especie de Hermes de la Casa Blanca.
La visita de Carter pudiera marcar el fin de la buena estrella de la Iglesia católica cubana, que hasta ahora ha disfrutado de la distinción de Raúl Castro para negociación y entrega de presos y disidentes. La Iglesia era, hasta ayer, la única institución no gubernamental con un protagónico equiparable al mismo gobierno, algo que pudiera comenzar a incomodar a los Castro, acostumbrados a acaparar todas las atenciones.
Nadie consigue vislumbrar a Carter en el papel de un nuevo Moratinos. El ex presidente demócrata es menos manipulable y más independiente, ya anunció reuniones con disidentes y blogueros, y en la visita anterior —sin temor al protocolo del Aula Magna Universitaria y a los ataques de un joven vociferante— abogó abiertamente por el Proyecto Varela.
Tocará entonces al gobierno cubano conducir la negociación por un camino trillado que les reporte evidentes ventajas. O “dejar correr”. Algo así como manejar varios escenarios posibles y dejar que sobre la marcha se imponga la variante más factible.
Por lo pronto Carter ha desmentido que venga a llevarse a Gross, algo que no le cree ni su esposa. Es como si dijera que no se quiere retratar con Fidel, o que no disfrutará al ver en todos los diarios del mundo la instantánea de esos dos rostros arrugados y cansados que marcaron una época ya pasada. Pero ni siquiera esa foto justifica este viaje; hay más, aunque no cuenten, aunque no digan. No hay casualidades ni coincidencias en los maquiavélicos planes del castrismo. Todo, hasta la incipiente gordura del canciller cubano, está calculada, ensayada y ajustada a sus propósitos.
0 comments
Publicar un comentario