LA SENDA DEL DEBER

jueves, 10 de marzo de 2011

LA SENDA DEL DEBER

(3-10-11-9:35AM)

Por Hugo J. Byrne 
(El autor en Fort Jackson, mayo de 1963)
“La victoria intoxica sólo cuando entraña una revancha sobre el destino adverso.  No hay sacrificios inútiles, excepto en los discursos parlamentarios. El resto es sufrimiento, sangre y muerte que llevan sus semillas a la eternidad”. Jules Roy (“The Battle of Dien Bien Phu”)  
Ayer, supe de la muerte de un viejo amigo.   Supuestamente las malas noticias llegan primero: los descarrilamientos de trenes, los bombazos terroristas, la subida del crudo reflejada en los precios de la gasolina, la insostenible deuda nacional y la orate indiferencia de los dirigentes de Washington ante la debacle financiera que se nos abalanza, el número de muertos en Venezuela o México y en el genocidio en Libia, etc.   
Todas esas calamidades encabezan las noticias de los periódicos, de “la red”, del cable y la televisión convencional, en las poquísimas fuentes de información en que todavía podemos confiar.  Le aseguro al lector que todos los días suceden ocurrencias felices, pero estas no estimulan la atención de la mayoría del público y en consecuencia no alcanzan prominencia en los medios. 
Como noticia el deceso de mi amigo fue quizás la excepción de la regla en lo que se refiere a velocidad.  Fue sorprendido por la muerte frente al televisor de su sala, pero de su paso a la eternidad nada supe hasta dos semanas después.  
La muerte de un amigo es a mi edad un evento que ocurre con demasiada frecuencia.  En general cada hermano del destierro que despido incrementa el vacío circundante, siendo además un recordatorio dramático del paso inexorable del tiempo.  Fuera de esas tan obvias realidades, creía que no existía pie para esta décima.  Sin embargo, ¿por qué su partida me ha hecho reflexionar tanto? 
El primer motivo de estas cavilaciones es que la última vez que ví y hablé en persona con este amigo fue durante el verano de 1963, hace casi 48 años.  Fue en Fort Jackson, Carolina del Sur.  Para ser más específico a quienes sobreviven entre los cerca de 3,000 cubanos voluntarios que sirvieron en esa unidad de infantería del Ejército de Estados Unidos, me refiero a la Compañía B-4-1.  Yo servía en el Tercer Pelotón y mi amigo, creo que en el cuarto. 
Uncle Sam admitía para esta unidad voluntarios cubanos entre las edades de 18 y 31 años, en lugar de 18 y 26, límites en la conscripción regular de las Fuerzas Armadas de Norteamérica por ese tiempo.   Ese límite de edad fue extendido por un acta del Congreso en consideración al número considerable de voluntarios que excedíamos los 26 años.  Sé de muchos quienes casi frisando los 40, amañaron documentos para poder servir, en la vana esperanza de que Kennedy planeara borrar el estigma que justificadamente pesaba sobre él desde Bahía de Cochinos y que esta vez usaría resueltamente nuestra sangre en la sagrada labor de liberar a Cuba del azote castrista.   
Sospecho que mi amigo quizás se encontrara entre esos.  En Cuba era profesor de una universidad privada y era un hombre altamente patriota, idealista y generoso. Educado de intelecto y espíritu, siempre reconoció la senda del deber. Sospecho que debido a su estilo sedentario de vida, el entrenamiento militar fue bastante más severo para él que para el promedio de nosotros.  Yo tenía entonces 28 años de edad y pude servir legalmente. 
Actividades más recientes en pro de Cuba libre, esta vez de índole intelectual,  hizo que este amigo y un servidor nos comunicáramos de nuevo 30 años después y a 3,000 millas de distancia, gracias a la maravilla del “internet”.  Intercambiamos saludos y anécdotas, sobre todo aquellas que nos hacen reir a costa de nosotros mismos o de otros, las que resultan inevitables en toda unidad militar compuesta por cubanos. 
La otra consideración inescapable es que nuestra generación, la que con más seriedad ha encarado el predicamento cubano desde los tiempos del inicio de nuestra nacionalidad como país independiente y la que más sangre ha vertido en esa empresa desde entonces, se está extinguiendo.  Hace unos días discutía ese tema por radio durante el programa “La Séptima Provincia” que presenta uno de los genuínos veteranos de esa generación sacrificada a la que aludo, Héctor Fabián.  Fabián me decía con muchísima razón que necesitamos estimular el relevo. 
Creo firmemente que muchos hemos dado buen ejemplo para que ese relevo surja eventualmente en algún recodo del futuro de Cuba.  Ayer miraba una foto publicada en “la red” por Aldo Rosado, en su sitio “Nuevo Acción” en la que se veía un grupo de soldados cubanos en Ft. Jackson.  No pude reprimir el orgullo: el pie de grabado identificaba correctamente a los soldados como lo mejor entre la juventud cubana de entonces. La foto mostraba en primer plano a mi hermano Esteban Fernández, casi un niño entonces, pero ya un veterano patriota, quien probara su condición como tal desde mucho antes de esa foto. 
Mientras Cuba produzca hijos como Esteban, nada es imposible y nada está perdido.