LA HISTORIA EN LA MEMORIA TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS-II
jueves, 17 de marzo de 2011
LA HISTORIA EN LA MEMORIA
TONY CUESTA NARRA UNA DE SUS MÚLTIPLES HAZAÑAS-II
(3-17-11-5:00PM)
1962, septiembre 10- Fue ametrallado por un barco pirata artillado, la embarcación cubana "San Pascual" y la nave inglesa "New-Lane", que cargaban azúcar, frente a Cayo Francés, en Sancti Spíritus. El barco cubano recibió 18 impactos y el inglés 13. El día 18/09 la organización terrorista radicada en los EE.UU., Alpha 66, se declaró autora del hecho. Participaron en esta acción los terroristas Antonio Cuesta Valle, Antonio Pérez Quesada , alias Antoñico el isleño y Ángel Pouxes, entre otros. (De la lista parcial de ataques marinos realizado por los patriotas cubanos, publicados por la Tiranía )
Nos pusimos nuevamente en movimiento. Ya era bien entrado el mediodía cuando divisamos la entrada de la Marina de Homestead. Sus instalaciones, bien protegidas dentro de la Bahía de Biscayne, lejos de Miami y mucho más de Cayo Hueso hacía que su rampa, poco frecuentada por cubanos también fuese la menos vigilada por las distintas agencias federales. Pese a tener todos estos factores a favor nuestro , sabíamos que teníamos que depender de la sorpresa y la velocidad si queríamos no ser descubiertos.
Por fin, chirriando de la lindo hicimos nuestra entrada en el área de estacionamiento contigua a la rampa.....Siendo el más experimentado del grupo en maniobrar remolques me situé tras el volante. Solo necesité dos cortes para que bote y remolque quedaran alineados con la rampa. En el mismo instante en que las ruedas traseras del remolque tocaban el agua, se escapó un fuerte ruido producido por el metal al desgarrar el asfalto. De inmediato quedamos como clavados en medio del descenso.
Con la celeridad que imprimen los nervios desbocados, abandoné el sedán para averiguar lo sucedido; allí, en el vértice del ángulo que formaba la zona de acercamiento con el declive de la rampa, el sistema de enganche que tiraba del remolque, después de dejar un surco en el pavimento, se había hundido en el mismo. El exceso de carga en el bote nos acababa de jugar otra mala pasada. ¡Y en que momento! Sin pensarlo dos veces, tomé una drástica determinación.
--Ramón, hay que aligerar el bote! Con toda la gente saca todo lo que hay dentro--y señalando hacia el muellecito cercano--lleva hasta el último paquete hasta la punta de ese muelle. Que Roberto se lleve el remolque tan pronto como el bote esté en el agua...¿Entendido?
Ramón vacila, antes de actuar, me pregunta--Tony, ¿sabes a lo que nos exponemos? Por mucho que tratemos de disimularlo la gente no es comemierda, sabrán la clase de carga que llevamos...pero si tú lo ordenas, bajo hasta la calibre 50.
Te dije que lo bajaras todo. Si entre los mirones no hay un federal, nadie se atreverá a meterse con nosotros, aquí cada cual va a lo suyo. No tenemos otra alternativa. Haces lo que digo, o nos cogen varados en esta rampa de mierda, ¿Está claro?
Mis últimas palabras fueron las banderillas que necesitaba aquel toro de lidia para que embistiera el arduo trabajo. Ramón subió al bote y de inmediato comenzaron a bajar bultos alargados de los que sobresalía el negro metal de los cañones. En menos de lo que toma relatarlo quedó organizada una verdadera estela humana que transportaba nuestra carga hasta el muellecito. Ante la perspectiva de ser sorprendidos en aquella actividad por las autoridades, ni siquiera reparamos en los norteamericanos que con asombro presenciaban la inusitada escena, que realizábamos a pleno sol y sin disimulos.
Tan pronto como se aligeró la carga, el enganche del remolque se desenganchó del asfalto. Cuando al fin el bote flotaba libremente ya estaba situado tras los mandos. Arranqué los Mercury y, sin perder un segundo, arrimé la borda al muellecito donde esperaban la carga y mis compañeros Lilo y Antoñico el práctico, saltaron a bordo. Desde el muelle, Ramón y Gutiérrez, iban alcanzando las armas y paquetes. A lo lejos, ví perderse en una curva al sedán con el remolque; al menos esta parte del equipo se había salvado.
Ahora los curiosos habían aumentado y eran mas atrevidos y suspicases. Les veía cambiar miradas de inteligencia y cuchichear exitados...¡ teníamos que apurarnos y no tratar de estirar demasiado nuestra buena suerte.
Con astuta preocupación observé que con cada paquete que entraba en el bote, su borda se acercaba peligrosamente a la superficie del mar, especialmente por popa, donde gravitaba el peso de los motores. Allí el agua sobrepasaba el espejo y amenazaba hacer lo mismo con el falso espejo y penetrar en el interior de la embarcación. Al entregarme Ramón lo último que quedaba en el muelle, observé como llegaba a la Marina un perseguidor de la Patrulla de Fronteras con el faro rojo funcionando intermitentemente. Ante la inminencia de la captura, alguien se olvida de mantener la banda del bote pegada al muelle y de que Ramón todavía permanece en el mismo. Del perseguidor, que se ha detenido en la misma rampa, emergen dos agentes. No tengo tiempo de maniobrar y acercarme de nuevo al muelle, pero no quiero quedarme sin la ayuda de Ramón y que éste sea capturado.
¡Salta coño, salta que te cogen! Con espanto veo que Ramón lo va a hacer por la popa. Si salta por allí vamos a naufragar ridículamente en la misma rampa. A como dé lugar hay que impedir que lo haga.
--¡Cebollón, salta por la proa...! Si lo haces por la popa tu peso nos hundirá. Ramón da media vuelta. Corre en dirección a nuestra proa y gritando: ¡Allá va eso!, cae estrepitosamente sobre la proa. El impacto de sus 220 libras alza la popa, de inmediato acelero gradualmente los motores. Al volverme para mirar hacía atrás por el espacio enmarcado por nuestros dos inocentes cañas de pescar, veo llegar a la punta del muellecitoa los dos agentes de la Patrulla de Fronteras. Aunque hemos escapado por un pelo, no ha llegado el momento de cantar victoria; todavía nos queda evitar los helicópteros, salvar el peligro de la Bahía de Biscayne, y todo con un bote sobrecargado que apenas hacer diez nudos y que va calando demasiado.
Tan pronto como abandonamos el canal de salida, situé nuestra proa en Este perfecto y me dispuse dejarle aquella peligrosa navegación al práctico, entre nosotros y Elliot Key, que por el Este separa a la Bahía de Biscayne del Océano. Nos quedaba un verdadero laberinto de bajos y arrecifes. Aunque el tiempo y la visibilidad eran perfectos, sólo Antonio Quesada, alias Antoñico el isleño, podía sacarnos de allí.
Ya con Antoñico tras la rueda (del timón), nos dimos el primer descanso en aquel ajetreado día. De la nevera sacamos las últimas latas de Coca Cola y cinco Whoppers de los Burger Kings. Aquel sería nuestro último almuerzo semi-convencional en muchos días. (Continuará)- De su relato "Guerrillas Marinas".
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