
«Antañazo, la arrogancia ideológica la destilaban los falangistas. Quiero decir, los movimentistas. La Falange dejó de existir en el 40 o por ahí. Luego hubo eso, el Movimiento. Bueno, a lo que íbamos. La arrogancia de los movietc... era aquello de:
—Usted no sabe con quien está hablando...
Hoy, esa arrogancia la han heredado los izquierdistas. Y reviste muchas maneras de decir. No sólo una, como los movietc., los izquierdistas tienen seguridad inquisitorial en que lo suyo es lo bueno y único, y se configura como el inexorable destino de la humanidad. Incluso la realidad debe doblegarse ante su pensamiento, el verdaderamente Único. Los arrogantes, que diga los izquierdistas, no se cortan ante nadie, conocido o desconocido, para comentar sus análisis sobre cualquier cosa. Para un izquierdista, manifestar su análisis de cualquier cosa es despreciar cualquier otro análisis, no ya contrario, sino simplemente divergente. Y los demás tienen que callar. Los que no somos izquierdistas debemos, en esos casos callar o reír la gracia. Y dar por sentado que lo que enuncia el izquierdista es la verdad pura.
La arrogancia del izquierdista es sarcástica, irónica, que él pretende pasar por inteligente.
Y que las más de las veces es una consigna aprendida en cualquier Pravda de su militancia: País, Plural, CNN, SER. Hay que doblegarse ante su dictact. Ese derecho de pernada sobre la opinión del prójimo no lo tenemos los que no somos izquierdistas. No ser izquierdista es ser facha, según esta maniquea Weltanschauung hodierna. Los no izquierdistas hemos de callar nuestra opinión, si roza la concepción al respecto del izquierdista que tenemos enfrente.
Se ha creado así una especie de omertá a la española, por la cual, los no izquierdistas sólo podemos opinar cuando estamos entre gentes que comparten nuestras ideas. Y hemos de reír las gracietas hirientes sobre la oposición democrática en este país, contra la Iglesia Católica o contra cualquier tradición que no hayan "secularizado" ellos.
Pues no: me prometo no dejar pasar ni una. Ya está bien, hombre. Que se enteren los izquierdistas que somos quienes somos, y no quienes ellos caricaturizan —una exorcización cualquiera— para despreciar. E invito a todos los que no se sientan izquierdistas a que no consientan falta de respeto por las propias ideas. O por los análisis no izquierdistas de cualquier asunto de actualidad. Vamos a dejar de ser invisibles. Que aprendan humildad, respeto, y sobre todo, aprendan a abandonar la arrogancia con que enuncian sus ideas, respetabilísimas por otra parte, no sólo excluyendo, sino anatematizando a los demás. Como decía Lluis Llach, pero dándole la vuelta a la tortilla: "la gallina dice no, ¡viva la revolución!". He dicho.»

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