UNA GRAVE DENUNCIA
(10-5-10-5:30PM)
Marta León: aboga por su hijo, Pablo Montano León, preso en Cuba Por Roberto de Jesús Guerra Pérez/ Hablemos Press.
Marta León Echeverría muestra fotografías de Pablo Onel Montano y su nieto Tony, el que hace 8 años no ve. Fotos: Roberto Guerra
”Soy la madre de Pablo Onel Montano León, ingeniero en Sistemas Automatizados de Dirección y Máster en ciencias, y he llegado hasta aquí puesto que he ido a todos los lugares gubernamentales correspondientes. Pidiendo los beneficios de mi hijo, se los han negado. Está preso por droga, un delito que nunca cometió, ni se le ocupó nada”.
Estas fueron las palabras de Marta León Echeverría, al llegar a la sede del Centro de Información Hablemos Press, en Virtudes 509, Centro Habana. Donde acudió para denunciar el abandono del régimen castrista, quienes mantienen a su hijo en prisión y han ignorado sus cartas y peticiones. “Lo han golpeado. Ha sido torturado. Al igual que nosotros. Físico y psicológico. Ahora está en huelga de hambre. Hasta que a mi hijo no lo saquen de allí, prefiere morir ante de seguir pagando un delito que no cometió”, denunció Marta León.
Pablo Onel Montano León, se declaró el pasado 26 de septiembre en huelga de hambre en la cárcel Combinado del Este, en La Habana al haber agotado todos los recursos legales sobre su caso. Marta León, acusa al régimen castrista por los tratos que han tenido con Pablo.
“Nosotros pasamos mucho trabajo, hemos sido muy humildes. Pero las torturas, las injusticias que han hecho con mi hijo, me han obligado a dar este paso para que Fidel y Raúl Castro antes de morir conozcan lo que hacen en Cuba”, añadió. Aseguró, “no quise dar este paso, me han obligado las autoridades, los abusos, los crímenes, las torturas, y todo eso…. No lo quería hacer. Lo repito y vuelvo a repetir. Pero no puedo permitir que mi hijo se me muera en la huelga de hambre. Que le den la libertad”.
Pablo Onel, fue condenado a 25 años por un supuesto delito de tráfico de drogas.
Al preguntarle que cuales eran las causas de la huelga, Marta contestó: “le negaron el recurso de casación, los beneficios en tres ocasiones, la revisión de causa, en fin todo”.
“Le habían aprobado la mínima. Ahora contento nosotros a la hora de salir…, le dijeron que no se la podían dar. Va por la tercera vez que se la suspenden y al final mi hijo está en huelga de hambre. Prefiere morir antes de seguir preso por algo que no cometió”.
“Lo condenaron a 25 años, sin nunca ocuparle droga, ni bienes, ni había consumido. Todo está escrito ahí en esa carta tal y como es. Ha andado de prisión en prisión. Visiten a mi hijo, no permitan que muera como murió Orlando Zapata Tamayo, no pido nada más, queremos libertad”, expresó. Pablo Onel estudió en la escuela militar los Camilito de Granma. También, en Rusia, donde se graduó de ingeniero en Sistema Automatizado. Se casó y formó una familia. De visita en Cuba fue detenido y acusado primeramente por falsificación de documentos. “Le dejaron a su hijo de 2 años y medios solo, y abandonado en el apartamento, el día que lo arrestaron. Su mamá vive en Rusia, al igual que su pequeño ahora. Más nunca lo hemos visto, ni tenido comunicación con él, nos negaron las comunicaciones, todo”, explicó desesperada Marta León.
“Le pido al mundo que me ayude. No quiero hacer nada en contra de mi vida, quiero la libertad de mi hijo”.
Nota: La dirección postal de Marta León Echeverría es carretera central numero 39 A, municipio Niquero, provincia Granma. Respuestas dadas por El Consejo de Estado y el Ministerio de Justicia de la tiranía tanto a Montano, como a su madre.
Carta de Pablo Montano León (en la foto), ingeniero en Sistema Automatizados de Dirección y Máster en ciencias, preso en Cuba
A: Presidente de la República de Cuba y General de Ejército Raúl Castro.
Arzobispo de La Habana, Cardenal Jaime Ortega.
Opinión Pública Internacional.
“No se debe poner mano ligera en las cosas en que va envuelta la vida de los hombres. La vida humana es una ciencia; y hay que estudiar en la raíz y en los datos especiales cada aspecto de ella. Es indispensable no ser ignorante. El generoso azuza; pero solo el sabio resuelve. El mejor sabio es el que conoce los hechos”. José Martí.
Estimados señores:
Hoy, cuando comienzo a escribir este testimonio, que es bastante largo, todavía no tengo una idea clara de cómo hacerlo llegar a ustedes, porque son tantos los obstáculos que se interponen, que las posibilidades del éxito se reducen increíblemente. Quizás lo mejor sea utilizar una vía poco usual, de manera que mi mensaje llegue a quienes va dirigido y no a quienes traten de acallarlo.
La íntima razón de lo que hoy escribo, y hacia lo cual me atraen impulsos del corazón mucho más que una afinidad cualquiera de temperamento, es la inmensa necesidad que tengo de dar a conocer y someter a su consideración la triste realidad que estoy viviendo, que por lo insoportable de su peso, y por no estar ya en condiciones de seguir domando las pasiones que me asfixian el alma, he decidido tentar hasta las ultimas consecuencias el ultimo recurso que me queda: la Huelga.
Pero ante de que se me consuman mis fuerzas, con estas manos encallecida de tanto escribir a la justicia (cubana), quiero plasmar una vez más la esencia de todo lo acontecido a mi respecto durante estos casi nueve años de encierro desmedido. No ocultaré nada ni adornaré las palabras; que se desplace la verdad de manera natural: sola y desnuda. Y como la llevo dentro, sufrida en carne propia, la sostengo al precio de mi propia vida.
Me llamo Pablo Onel Montano León, de 41 años de edad, ingeniero en Sistema Automatizados de Dirección y Máster en ciencias, graduado en el instituto civil de Moscú en 1993; sancionado en la causa 686/2004 a 25 años de prisión por un delito de tráfico de droga que no cometí.
El 21 de noviembre de 2001, cuando me encontraba en el apartamento de la Villa Panamericana en la Ciudad de La Habana junto a mi hijo Tony, ciudadano Ruso de 2 años y 7 meses de edad, con pretexto de entrevista fui conducido a la unidad de la policía en Alamar, y allí me retuvieron.
Mi hijo quedó desamparado, a merced de una vecina que lo llevó consigo una vez que notó mi demora. Se me impuso un delito de falsificación de documentos, por lo que fui trasladado al Centro de Instrucción de 100 y Aldabó donde, en lugar de instruirme por el cargo imputado, lo hicieron por tráfico de droga. Allí estuve 3 meses. Luego de imponerme una fianza conocida como OCA, me dieron seguimiento riguroso.
Con mi arresto mi hijo se vio privado de la patria potestad; durante 13 días estuvo expuesto a traumas y sufrimientos por causa de la acción retrograda y abusiva de ciertos funcionarios desalmados que no tuvieron el menor reparo en pisotear la honra ajena. Y digo “durante 13 días”, porque a través de mi abogado le hice llegar un mensaje a mi esposa residente en Rusia para que lo antes posible viniera a buscarlo... Y así lo hizo. De lo contrario habría permanecido desamparado durante 87 días que estuve detenido. Los horrores que vivió mi hijo durante mi ausencia – narrada por testigos que lo presionaron – serian digno de risa si no fuera por la carga de dolor que lo acompañó. Todavía se conserva en Moscú los documentos que acreditan los traumas sufridos; detectados por especialistas que lo atendieron a su llegada. Se enviaron quejas a las más diversas instancias de Cuba, pero nadie respondió. Hacia apenas un año había ocurrido la tragedia de Elián.
Deseo puntualizar que, por lo que pude comprender luego, la acusación por falsificación de documentos fue solo un pretexto para impedir mi salida del país, porque cinco años después una vez sancionado por trafico de droga, el tribunal supremo declaró con lugar el recurso de casación impuesto en el 2003, y un nuevo juicio celebrado en el 2006, resulté absuelto.
En septiembre del 2002, fui arrestado nuevamente, esta vez acusado de tráfico de droga. Durante 3 meses fui instruido en 100 y Aldabó, y luego fui trasladado a Villa Marista, donde permanecí casi un año. Allí fui objeto de coacciones primero y engaños después, para que implicara en múltiples delitos a Dimitri Gerasimov. En ese caso el instructor Francisco Díaz Mendoza- según me dijo-me garantizaría llevarme a juicio con el general Jesús Becerra, jefe del Departamento Nacional Antidroga.
Y el entendimiento consistía en que debía asumir la responsabilidad por el tráfico que de verdad era el fin que perseguían pues no tenían modo de probar el delito. En el juicio quise denunciar todas aquellas arbitrariedades, pero en cuanto hice alusión al tema, el presidente del tribunal me interrumpió alegando que no guardaba relación con los hechos. El propio instructor negó haber retirado del proceso una declaración que se la entregue delante de mis familiares un día de visita, en la cual declaro lo que estaba sucediendo, y que fue confirmado por una testigo en el acto.
Se negoció incluso con otros acusados - dicho por el mismo después del juicio – para que declarara en mí contra, pero resultó tan insólito y absurda su declaración, que fue motivo de risa para toda la sala. Y cuando mi defensa le preguntó al oficial del Departamento de Antidroga que me había dado seguimiento durante cuatro años, con que pruebas contaba para demostrar mi participación en el tráfico de droga, respondió, ante el tribunal, que “era un trabajo secreto”.
El propio general Becerra se apareció de nuevo durante los días del juicio para instarme una vez más a que me declarara culpable a cambio de un corto tiempo en prisión.
En aquel juicio no se presentó una sola prueba que demostrara mi participación en el delito de droga, si, lo digo así señor presidente, para que no se diga luego que me sancionaron en un juicio “debidamente probado”, porque se estaba persiguiendo un delito fantasma. Jamás se pudo acreditar el cuerpo del delito, ya porque sirviera para cometerlo, ya porque fuera su resultado. Tampoco se acreditaron víctimas.
Era tan evidente la arbitrariedad, que mi abogada solicitó mi libertad inmediata por falta de pruebas, y sin embargo el tribunal me sancionó ¡a 25 años ¡y para completar el cuadro de injusticia, el tribunal reflejó en la sentencia que me imponían una severa sanción porque negué mi participación en los hechos; como si no estuviera contemplado en la ley el derecho del reo a no declararse culpable.
Pero bueno ya lo dijo Martí:, ¡Ah, así como los jueces debieran vivir un mes con los penados en los presidios y cárceles para conocer las causas reales y hondas del crimen y dictar sentencias justas, así los que desean hablar con juicio sobre la condición de los obreros deben aparecer a ellos y conocer de cerca su miseria.
Después del juicio fui enviado nuevamente a la cárcel Combinado del Este a extinguir sanción. Luego me trasladaron hacia la provincia de Granma, privándome así de la comunicación libre con mi hijo.
Solicité mi regreso a La Habana, pero me fue denegado; entonces me declaré en huelga de hambre: por la negativa y por el mal trato a que fui sometido por parte del director de la prisión, mayor Norberto Modesto Castillo, el cual para justificar los reclamos de mi familia, me envió al Centro de Instrucción de Bayamo, alegando que estaba creando desorden en el establecimiento penitenciario. Y como el fiscal provincial determinó que se estaba cometiendo una injusticia, el propio Modesto solicitó al general Marcos, jefe de prisiones a nivel nacional, que se me sometiera a un régimen de especial rigor, sin darme a conocer los motivos de tal proceder.
Ya sin fuerza para mantenerme en pie me esposaron, y en compañía de un médico, en un transporte para trasladar presos, me informaron (teniente coronel Peña, de la delegación de Granma) que por orden de la dirección sería llevado al régimen especial de mayor rigor de Villa Clara.
Allí me recibió el jefe del área 1, teniente Osmani Feble; pidió que me sentara en el piso y comenzó a dar vueltas a mí alrededor propinando frases como “haz llegado al infierno” y “esto es un área fuera del gobierno”. Y como yo no reaccionada me propinó tal patada en la cabeza, que perdí el conocimiento. Volví en mi un tiempo después en el puesto médico me despojaron de toda la ropa y, arrastrándome por el piso de asfalto me encerraron en una celda de castigo. Cinco horas después, ya de noche, se acercó el guardia Lusito, y me propinó una golpiza. Al tercer día me visitó un funcionario de la delegación de Villa Clara – lastima que no recuerdo el nombre – y me dijo que el general había firmado la desclasificación y que cuando estuviera restablecido me trasladarían para La Habana. Entonces comencé a alimentarme, pero al funcionario no lo vi. Nunca más. Empecé de nuevo la lucha, pero esta vez por medio de mi familia y a través de cartas a todas las instancias. Casi un año después llegó la respuesta de mi traslado, cuando ya estaba a punto de perder la vida. Las atrocidades que allí vi y sufrí, narradas cual novela de horror, resulta increíble para quienes jamás han estado en situación semejante.
En el año 2006 aquello era un área aislada de la Prisión para Jóvenes (PRE) de Villa Clara. Las celdas estaban distribuidas, una al lado de la otra en tres pasillos separados, hasta las cuales se accedía a través de tres puertas de seguridad, incluyendo el soleador que estaba en la antesala de cada una. Eran personales de 3x1, 5 metros, sin ventilación y con muy poca luz. Incluía una cama, una pequeña mesa y un banquito, todo de concreto. Al fondo se encontraba el servicio sanitario, que no era más que un pequeño turco; sin cortina, ni puerta.
A las 5:30 am. se daba el de pie, y estaba prohibido dormir durante todo el día. Tampoco se permitía sentarse en la cama o en el piso, solo en el banquito, correctamente vestido y a la vista del guardia. Las pertenencias eran mínimas: un pomo para el agua, una cubeta, cepillo, jabón, dos mudas de ropas, un par de chancleta y un par de zapato sin cordones. El agua no era potable, y la ponían dos minutos al día y a veces cada tres. Se castigaba con golpizas descomunales a quienes hablaran, gritara o se le sorprendiera conversando con otro recluso. La visita familiar era cada cuatro meses y la conyugal cada cinco, pero podían suspenderlo por cualquier cosa, como no estar correctamente vestido o no estar a la vista del guardia cuando pasara. A veces transcurrían tres y cuatro meses sin que nos sacaran de la celda, y cuando lo hacían no se sabía si era para visita, médico o golpiza. Los que estaban en 1ra fase no disponían de teléfono, radio, ni TV. Las correspondencias eran estrictamente revisadas y casi siempre se perdían.
El alimento era pésimo y las provocaciones constantes. A veces durante la noche, el guardia dejaba caer una cuchilla o algún pedazo de cuerda frente a la celda de cualquier recluso, y al otro día cuando llegaba el oficial de guardia y lo “descubría” aquello, decían que se quería atentar contra la autoridad, ¡y ahí te va ¡un pase de fila de patadas que en el mejor de los casos terminabas en magulladuras en gran parte del cuerpo. Pero lo peor de todo no eran las golpizas, por horribles que fueran si no la prohibición de poder hablar con alguien, porque eso disminuye a uno moralmente, y poco a poco se va sintiendo inútil hasta llegar a sentir desprecio por la vida.
En dos años de creado el régimen se habían suicidado cuatro hombres en estado espantoso de desesperación y mas del 70 % de los que allí se encontraban lo habían intentado.
De todas las muertes la que más me deprimió fue la de un muchacho de 23 años al que cariñosamente le llamábamos “cebolla”, porque fue sancionado a 30 años precisamente por haber robado un poco de cebollas a un campesino, y luego fue sometido al régimen por evasión. Estando allí un tribunal revisó su caso y le disminuyó la sanción a tres años, pero ya estaba enfermo mentalmente.
Varias veces había intentado suicidarse, pero siempre lo sorprendía algún guardia, y en cada ocasión era golpeado salvajemente. La última vez después de intentar cortarse las venas en el puesto médico, Feble le propinó unos golpes terribles, y en la noche, para calmarlo un poco, lo llevó de paseo a comer coco y a que viera algunos animales que había en un pequeño zoológico del penal. Ya de regreso se paro frente a mi celda y me pidió un cigarro, y sonriente se lamentó de que había tenido una sola mujer en su vida, y que después de año y medio sin verla, le había mandado a decir que estaba embarazada de él. Unas horas después se ahorcó en la puerta de su celda.
Después de aquello se formó cierto revuelo en el área y me llevaron a convivir con un muchacho de Cienfuegos (Nulgavi) que había sido golpeado varias veces y ya padecía de horribles ataques de nervios. Una noche en que aparentemente estaba calmado, me vio dormido y se colgó frente a la puerta. Tal vez por el ruido, o quizás por otra razón me desperté y lo vi danzando en el aire. Por impulso natural corrí hasta el, lo levanté, le aflojé el nudo de la garganta y le grité al guardia. Felizmente estaba vivo. Habría sido la quinta víctima.
Al día siguiente me visitó una comisión, entre los que se encontraba la fiscal Fidelina y un mayor de la delegación provincial al que llamaban “Vladimir mentirita”. Este al echarle en cara que nos tenían en un verdadero campo de concentración, respondió con sonrisa irónica que “gracia a las muertes del régimen las prisiones están tranquilas”.
En noviembre del 2006 me trasladaron hacia La Habana pero no para el penal como imaginé, sino para la unidad especial “El 47”, sometida a un a régimen especial. A mi me ubicaron en el corredor de la muerte, que de repente me pareció el paraíso comparado con el régimen de Villa Clara, desde entonces me seguían llegando noticias funestas, esta vez más muertes: el gordo Valle, Foria, un muchacho de Lawton, del que no recuerdo el nombre, y varios intentos sucesivos.
En el 47 estuve un año y medio, hasta que el 13 de julio del 2008 me enviaron para un destacamento. Luego supe que la dirección nacional me había descalificado desde el 4 de agosto del 2007, pero entonces el director del combinado teniente coronel Carlos Alberto Pérez, no se porque razón no me envió para un destacamento hasta julio del 2008.
Al presentarme para el beneficio de media severidad en noviembre de 2008, la cual me correspondía por norma al quinto de la sanción, me la denegaron aparentemente por 6 meses, cuando en verdad debieron presentarme una vez desclasificado del régimen en agoto del 2007; y para la negativa acudieron al insólito argumento de “magnitud del delito”, como si el tribunal no sancionara teniendo en cuenta ya ese aspecto. O sea que al margen de la ley me imponen doble castigo por un mismo acto.
En mayo del 2009 me aprobaron la media severidad, pero me denegaron la mínima por un año, esta vez supuestamente por “facultades” que confieren el reglamento interno, según el mayor Erasmo, jefe de la unidad numero 1, hasta un total de 18 meses. Según sus palabras no debían denegarme más, pero ahora, en el re análisis de julio me deniegan otra vez por un año, no se porque.
Y yo me pregunto: ¿Hasta cuando? ¿Qué quieren de mi?, de que garantía se habla en la constitución? ¿A que se refería Fidel cuando dijo que con esta revolución se acabaron los abusos?
En ocho años de prisión he mantenido una conducta intachable, jamás he tenido problemas ni con reclusos, ni con funcionarios, en este medio en el que resulta mucho más difícil ser disciplinado, que revoltoso.
Pienso que con todo esto lo que me han hecho, con este ensañamiento sin nombre, jamás visto en tantos años de revolución según palabras de reclusos veteranos sin alguna infracción hubiera cometido, hace tiempo me habría privado de la vida, solución que sería preferible a tener que soportar semejante barbarie. Siento que hay mucho mas crimen por parte de quienes me han impuesto tan horrendo castigo, que cualquier delito que yo pudiera haber cometido, por grave que fuera.
Causa espanto ver como se juega con la vida del recluso, como se le desprecia y humilla; se abusa de el y de su ignorancia; se le impide el acceso a las normas internas para que no se sepa cuales son sus derechos, porque una vez que sabe lo que le toca, lo exige, y entonces se convierte en un problema. La inmensa mayoría no ha leído una constitución, por tanto, no conocen sus derechos elementales. Pero este conocimiento, incluye el resto del ordenamiento jurídico cubano, de mucho no le habría de servir, porque la inmensa mayoría de los funcionarios que nos atienden no se someten a las normas establecidas cuando de un recluso se trata. Saber que no tenemos a quien acudir ya el sistema desempeña.
Cualquier funcionario puede hacer del recluso lo que mejor le venga en gana; tiene sus propias leyes que aplicar a su modo y placer como si fuéramos objetos desprovistos de los más elementales derechos. Ante cualquier queja se responde con ensañamiento y cuando se acude a instancias superiores las respuestas son puro trámite, casi siempre desprovistas de argumentos lógicos y legales. En mi caso particular, no se cuantas cartas he enviado a diferentes niveles para que se solucionen las múltiples violaciones cometidas conmigo desde que caí en prisión; y las respuestas han sido tan absurdas, que miradas desde el punto de vista optimista bien se puede considerar como una verdadera burla. La poca profesionalidad y el bajo nivel cultural de algunos funcionarios, unidos al terrible desamparo al que estamos sometidos, no deja margen para nuestras garantías constitucionales.
Uno se esfuerza por progresar, insiste para desempeñarse en lo que puede ser útil, con el animo de crear un estado de opinión favorable que permita buenos resultados a la hora de los beneficios, pero eso de nada te sirve; el buen comportamiento no siempre es una garantía para el progreso.
A veces el equipo que define nuestro destino no conoces a la persona que analiza, emite su criterio y ya, sin haberla estudiado a fondo y sin tener en cuenta la opinión de los funcionarios que si conocer al recluso y saben cual ha sido su verdadera conducta ni siquiera investigan las causas de porque aparece tal o mas cual anotación en el expediente, en el que todo aquel que lo desea, a veces por razones personales, escribe cualquier suciedades la cual se apoyan luego para causar mas daños.
No hay interés de ayudar al preso, en que se reeduque, más bien se le ponen trabas para serte más engorroso el camino; y en cuanto cometes el más mínimo error se le aplica todo el andamiaje represivo sin compasión alguna.
En mi caso, por ejemplo, ¿que sabe de mi vida ese funcionario que con un simple retazo de una pluma, simplemente por tener esa bestial facultad, un ser superior?
De que sentimiento humanos y de justicia me pueden hablar aquellos funcionarios que sin razón alguna me denegaron mis beneficios una primera vez por 6 meses, luego por un año, y ahora por otro mas, así, sencillamente, porque les dieron la facultad de disponer de mi vida como mejor les plazca, utilizando, como decía Martí, teorías abstrusas o sistemas sentimentales, tan “perniciosos en su aplicación como responsables por su origen” dijo Fidel hace poco, al comentar el confinamiento de Gerardo Hernández en el hueco, que “es machucarse uno el corazón pensar a ese momento…un hombre con ideas políticas que lleva 12 años separado de su familia…
Son personas, que sufren hace 12 años. Los sufrimientos de esas personas, ¿No Cuenta?, ¿no valen nada? Y yo me pregunto ¿El sufrimiento de mi hijo, al que hace 9 años no veo, no vale nada, el sufrimiento de mi familia y mío propio, no vale nada? ¿No ha sido acaso un tratamiento bestial el que me han dado y me siguen dando? ¿Por qué tenía yo que asumir la responsabilidad por un delito que no cometí?
Soy un hombre con el valor suficiente para responder por mis actos y mis palabras, pero jamás asumiré la responsabilidad por lo que no haya echo. No tengo nada que ver con drogas, ni mantengo vínculo con personas implicadas en tráfico. Mi único delito ha sido estudiar un poco y decir las cosas de frente. Y por eso me han castigado.
Ya se que nada podemos hacer los que nos encontramos en este abismo hacia el que nadie dirige otra mirada que no sea la iracunda, muy caro pagamos nuestros lamentos al pretender que se haga justicia, como dijo el capitán Black en el entierro de los mártires de Chicago:
“¿Que es la verdad, que desde que el de Nazaret trajo al mundo no conoce el hombre hasta que con sus brazos la levanta y la paga con su muerte?” Y término, convencido en mi decisión, con estas palabras del Apóstol:
Menos huelga habría o durarían menos, si los que las provocan por su injusticia no agravaran las razones de ellas con sus aires altivos, o con alardes de fuerzas que evocan la herida de los que ya están cansados de ver ejercida sobre ellos la fuerza ajena, y entrar en el conocimiento y voluntad de su fuerza propia.
Pablo Montana León.
Prisión Combinado del Este.Unidad 2, destacamento 21, compañía 2314.
Nota: Esta carta fue trascrita por Magaly Norvis Otero Suárez del Centro de Información Hablemos Press.
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