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UN ARTÍCULO DE PEPÍN RIVERO EN DIARIO DE LA MARINA, EN 1935
lunes, 26 de julio de 2010
UN ARTÍCULO DE PEPÍN RIVERO EN DIARIO DE LA MARINA, EN 1935
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Agosto 7 de 1935
Sr. Gustavo Urrutia.
Mi buen amigo:
Ya llegamos a la cuestión que motivó su epistola."¡ Y que rejo tiene la bellaca," que dijo el manco inmortal! Confiésole que me hubiera faltado valor para siquiera aludirla si no fuese porque temo más a las consecuencias de lo que se murmura que a las de las que se habla. Si no fuera así, usted no hubiera podido tratar el EL DIARIO un tema tan escabroso, al perecer, como el de las reivindicaciones de los negros en relación con las injusticias blancas, ni el de la situación social y económica de los mismos, ni el de la necesidad de equiparar los negros a los blancos en todos los órdenes, etc. (Arriba a la izquierda, foto de un cuadro del autor de la carta, Pepín Rivero)
Yo no he de justificarme ni de sus cargos ni de los que me acumula el Comité Central Organizador de la Convención de Sociedades de Color, en carta que publico en la página 3 de este número. Y no por soberbia, sno porque estimo que el simple hecho de defenderme ya entraña la posibilidad de mi culpa.
Dije--y no con espíritu racista, que usted sabe no alienta en mí--que si los blancos no vienen, que si una parte considerable de los que hay se van, y si las negras cumplen rigurosamente con el precepto bíblico de multiplicarse, y las blancas no, el resultado será el que o Pitágoras era un comunista o los blancos estûn llamados a desaparecer en Cuba.
Pero esto, que es una verdad cuyo escándalo estriba simplemente en haberse formulado en letras de molde, pues usted saber (y lo ha comentado conmigo) que corre de bocas en boca; esto no debe de producir la indignación de usted como si se tratase de un augurio fatídico, pues yo, que recuerde, no extraje de la exposición del hecho ninguna conclusión pavorosa. Ni podía, entre paréntesis, extraerla de ninguna clase más que a título de cubano, y no de español, como usted insinúa, ya que el extranjero, si lo es de verdad, ante el resultado de una política acertada o errónea de los naturales del país en que vive, sólo puede poner, por todo comentario, el estribillo de una canción conocida:
El que siembra su maíz
que se coma su pinol
Ese hecho irrefragable no lo expuse como argumento Aquiles contra la ley que combato, sino para deducir de él la ligereza con que se conduce mi compatriota blanco cuando se mete a reformador de alto vuelo, y lo poco que se compadecen sus actos con sus prejuicios.
Usted combate con su pluma--y si lo combate es porque existe--el recelo del blanco contra su hermano de color. En esa labor tesonera, creo que este periódico lo ha ayudado siempre. Pues bien, si esos prejuicios existen siendo el blanco el elemento dominante, ¿qué ocurriría aquí el día, no muy remoto en que el blanco note que se le escapa su predominio? Si el negro ha de prevalecer numéricamente, ¿No es más lógico ir destruyendo desde ahora esos prejuicios absurdos y proporcionar al negro una mayor participación en la riqueza nacional y matar de raíz esos escrúpulos anacrónicos, rezagos de la esclavitud, que ya no tienen razón de ser?
Porque lo único que yo exijo de mis paisanos es que sean consecuentes consigo mismos, ya que las contradicciones suelen pagarse muy caras y en moneda de sangre colorada y fluyente.
Si el negro ha de constituir la mayoría en nuestra patria, a virtud de leyes hechas por blancos, no se explica como los blancos pueden reputar de desgracia el que advenga tal coyuntura.
Como par mí no lo es ( y no puede decir lo mismo la inmensa mayoría de los que confeccionaron la ley de marras, pues los conozco hasta los tuétanos), de ahí que sostenga que si el negro ineluctablemente ha de sobreponerse en número al blanco, debe ir conseciéndosele desde ahora lo que ahora le niega su hermano blanco, único modo de que mañana no lo tome, con todo su derecho por sí y ante sí.
Porque usted sabe, amigo Urrutia-y así lo ha escrito mil veces-, que el hombre de color no se ha beneficiado nada con la Ley del Cincuenta por Ciento. ¿Por prejuicios del comerciante o del industrial?.Muy ingenuo será quien opine así. Si hay prejuicio no puede ser sino del público, pues quien de el público vive, al público se debe, y en esto el comerciante es inflexible: el público es el dios lar de su establecimiento, y antes se dejará cortar las orejas que hacer la más mínima cosa que pueda contrariar a un dios tan colérico y versátil.
Pero las leyes pueden destruir muchos prejuicios. ¿Por qué ésta del Cincuenta por Ciento no establece que por cada dos cubanos blancos que se ocupen, ha e clocarse a un negro y aun mestizo? Se argüirá que las leyes no pueden hacer distingos entre cubanos de diferentes matices epidérmicos. ¡Refinada hipocresía! Eso era antes, cuando en Cuba no se había aniquilado el sentido jurídico de las cosas.
¿Sabe usted por qué no se procede a ello? orque esa es una ley de rapiña incubada por la demagogia blanca con escarnioy burla de la infelicidad negra. Ley empobrecedora del país, acabaría con este, si el precio de susnpropias iniquidades no diese bien pronto cuenta de ella. Bajo el pendón de un falso cubanismo, sus autores se lanzaron al asalto y toma del pan de cada día del prójimo laborioso.; para su campaña agitaron a las masas negras y las emplearon de carne de cañón; y después, ante lo exiguo del botín que le correspondió al negro, tratan de justificarse y de consolarlo convenciéndole de que es el comerciante el que se resiste a admitirlo en su tienda, y no él, el dulce el maléfico, el justiciero y generoso hermano blanco.
¡Cuánta hipocresía, cuánta pobredumbre, cuánta inconsciencia! Sin embargo, porque no quiero callar y porque a hablar principio, usted me interrumpe, usted presupone en mí una malquerencia hacia el negro de la que ni usted ni nadie ha tenido, en años, ni una sola pueba.
Pero no importa. El hecho de que como a don Quijote, cada incursión que haga por los campos de la verdad me cueste una paliza,no he de torcer mi destino de desfacedor de entuertos. Y sin alguna vez caigo en tierra y se me quiere forzar a que diga lo que no siento, del propio Don Quijote aprovecharé sus palabras para defenderme diciendo que " no es bien que mi flaqueza defraude la verdad".
Suyo afectísimo amigo
José Ignacio Rivero
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