
Aquel 18 de Enero de 1960
miércoles, 10 de febrero de 2010
Aquel 18 de Enero de 1960

Por Luis González-Lalondry
En estos días, exactamente el 18 de Enero, se cumplieron 50 años de yo haber llegado por primera vez al exilio de Miami. Una fría noche aterricé en el aeropuerto con unos pocos dólares en el bolsillo, cargado de esperanzas, de sueños, de ideales. No pude evitar durante el vuelo y a punto de salir de Cuba, que dos lágrimas corrieran por mis mejillas y los ojos se me humedecieran, mientras desde el avión, allá abajo miraba con tristeza la isla donde nací y la patria que jamás he olvidado.
No fue voluntaria mi salida de Cuba, los esbirros de la revolución triunfante y en el poder me dieron a escoger: o te vas de Cuba o amaneces en la cuneta con un tiro en la frente, me advirtieron. Yo escogí lo primero. No sólo aquellos esbirros del régimen en 1959 tenían el poder de encarcelar, matar y fusilar, sino que podían decidir sobre la vida de aquellos que se le opusieran. Para esa fecha muchos amigos habían muerto, otros, incluyendo mi querido hermano Rodobaldo, se pudrían en las mazmorras de Boniato, La Cabaña, el Castillo del Príncipe e Isla de Pinos.
Yo les estorbaba en Guantánamo, donde tuve que refugiarme por primera vez en mi propia patria, pues nací y viví siempre en Santiago de Cuba, donde intentaba hacerme de una carrera profesional, estudiando muy duro en el Instituto de Segunda Enseñanza y después trabajando en la Alcaldía Municipal. Allí en Guantánamo asumí la responsabilidad de “acción sabotaje” de un movimiento integrado por hombres y mujeres que no respondían a ninguna organización, ni a siglas partidistas, ni a consignas de ningún grupo, nos jugábamos la vida por puros ideales, los ideales que después me encontré entre los pocos exiliados de Miami.
Unos días después de haber llegado al exilio, me llevaron a una reunión a una casa del suroeste de Miami, donde se reunían los domingos los cubanos. La mayoría de ellos, unos 90 hombres y mujeres, de extracción batistiana como yo. En el curso de la reunión alguien sugirió que hablara de mi experiencia “porque acababa de llegar de Cuba”. Y después de contar gran parte de mis luchas en aquella ciudad junto a la Basa Naval Norteamericana y de los hombres y mujeres comprometidos dentro de la oposición al comunismo, que había llegado al poder con la revolución castrista, se me ocurrió vaticinar “que en seis meses estaríamos nuevamente en Cuba”. Me equivoqué, han pasado 50 años.
Miami para mi, no era la ciudad ideal, sin embargo estaba geográficamente muy cerca de Cuba. Unas pocas semanas después de haber llegado, me ví en la Calle Flager y la 15 Avenida, sentado en un banco a las cinco de la tarde sin saber a dónde ir, con una maleta y sin una peseta en el bolsillo, listo para convertirme en un “homeless”. Me habían echado del cuarto donde vivía, porque no podía pagar la renta y no tenía ni dinero, ni trabajo, ni nadie que me ayudara. Todos los exiliados vivían con las mismas carencias. Pero como Dios es muy grande, una mano amiga, el capitán Labrada, me recogió de aquel banco y me llevó para un “cuartelito” (una especie de casa de refugio muy pobre) a dos cuadras de distancia, donde al menos tuve espacio en un cuarto, un catre donde dormir junto a seis compañeros más, un modestísimo almuerzo, arroz, frijoles y un pedazo de pan, y una ducha donde bañarme y lavarme los dientes.
Fue la época de las “tomateras”, donde las cubanas exiliadas iban a recoger tomates a Homestead, o las “camaroneras”, donde muchas mujeres aristócratas del pasado, pelaban camarones para los restaurantes de la playa que se comerían luego los turistas, trabajando por setenta y cinco centavos la hora, o los muelles del Río de Miami, donde atracaban los barcos con frutos menores de Cuba, incluyendo las famosas piñas de la isla, que los más necesitados, como yo, íbamos a descargar para llenar las rastras que más tarde las llevarían a todos los rincones de Estados Unidos.
Mención aparte tienen las factorías de Hialeah, por aquella época un poblado rural de la ciudad de Miami, donde pastaban las vacas, crecía el marabú y había muchas fábricas. Allí mandaban los simpatizantes de Fidel Castro y la revolución y nadie que fuera exiliado en aquel momento podía encontrar trabajo, aunque se tratara de cubanos como ellos y se estuvieran muriendo de hambre. Los que se resistían, como en mi caso y el de mi compañero de infortunio Chín Martínez, en la Tucker Aluminiun, si le daban trabajo tenían que defenderse a puñetazos contra las pandillas de fidelistas, que por aquel entonces se habían organizado para “defender la revolución”, según decían, de los primeros exiliados que llegaban. ¡Así era Miami en 1960!
Por aquella época, en Miami no existía ni el Refugio, ni la ayuda de las iglesias, ni el International Rescue, ni la Torre de la Libertad, ni la Ley de Ajuste Cubano, ni nada por el estilo. Sólo la bondad de algunas personas hacían posible que los exiliados pudieran comer una miserable comida al día, en muchos casos con la ayuda de las palomas del Bayfront Park, que revoleteaban junto al busto de José Martí, gracias a la generosidad de una mujer excepcional, Carmelina Bonafonte y otros y otras luchadoras de Miami.
No obstante todas estas vicisitudes, Miami respiraba patriotismo, idealismo, coraje, heroísmo, efervescencia, cubanía. Teddy Whitehouse con su flota de aviones quemaba los cañaverales en las provincias occidentales y Tony Cuesta y el doctor Santiago Alvarez, atacaban en alta mar y en aguas internacionales, los barcos castristas que salían de la isla, en algunos casos cargados de armas para las guerrillas comunistas en Centro y Suramérica.
Luego vino, Bahía de Cochinos, la única vez que Cuba pudo ser libre, por el valor heroico de los propios cubanos en territorio de la patria. Todos queríamos participar, los simpatizantes de Fidel, que ya habían dejado de serlo a medias y los llamados batistianos como Rafael Díaz Balart, fundador de la “La Rosa Blanca” y Rafael Guas Inclán, ex vicepresidente de Cuba, junto a su hijo Carlos Guas--muerto peleando en Playa Girón—y el coronel de la Sierra Maestra, Sánchez Mosquera, hacíamos cola para pelear por Cuba en la oficina del Frente Revolucionario Democrático de la Avenida 27.
El 12 de marzo de 1961junto a Nino Díaz, Jorge Más Canosa, Pedro Roig, Tony Calatayud, Ramoncito Corona, Danielito Bacardi, José Valladares, Raymond Molina, Fico Rojas, Fernando Capestany, Nelson Blanco Navarro, Omar Guerra, Antonio (Tony) Padrón, Ovidio Camejo López, Maximino Torres, que fuera alcalde de Santiago de Cuba y más de un centenar de combatientes, abordamos los viejos aviones de transporte de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Opaloka, para trasladarnos al campo de entrenamiento en Louisiana, en Guatemala y Nicaragua, y luego al campo de batalla en territorio cubano, el 17 de abril de 1961, para hacer la patria libre o morir en el empeño. Nos tocó perder aquella guerra y fui capturado varias días después muy cerca del poblado de Batabanó. Pero estaba vivo y con deseos de seguir luchando.
Aquel 18 de enero de 1960, el día de mi llegada al exilio de Miami, permanece imborrable en mis recuerdos, como imborrables aún están los recuerdos de todos estos años, peleando y luchando por la libertad, en Cuba, Miami, Nueva York, Washington DC, Los Angeles, Connecticut, Puerto Rico y donde quiera que se ha necesitado mi humilde cooperación para convertir en realidad mi sueño y el de tantos compañeros y amigos que han quedado en el camino, muchos de los cuales cayeron combatiendo en Bahía de Cochinos y en otros frentes de batalla.
Los que vinieron después y los que llegan ahora, gracias a los traficantes de cubanos desde la isla y a las lanchas rápidas, no conocen los sinsabores y sacrificios de aquella generación heroica de los sesenta, e inclusive de los años setenta y blasfeman contra “el exilio histórico”, que abrió las puertas a los refugiados de Camarioca, el Mariel y Guantánamo, para darle paso a los inmigrantes económicos de los últimos años, a los que me niego rotundamente llamarles exiliados.
Dios quiso que viviéramos para contar parte de la historia, como lo hice en mi libro “Bahía de Cochinos”. Por eso recuerdo y quiero tanto a Miami, porque me dio el único diploma de excelencia que conservo con honor y orgullo: el de PATRIOTA, sin haber claudicado jamás y sin haber traicionado los ideales con los que salí de Cuba el 18 de enero de 1960, hace 50 años.
Luis González-Lalondry es periodistas, escritor, orador y veterano de Bahía de Cochinos. (Publicado originalmente en Trinchera Digital)














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