Rafael García Bárcenas. El pensador
martes, 26 de enero de 2010
LA HISTORIA EN LA MEMORIA
(1-26-10-11:45AM)
Por Jorge Valls
Va siendo tiempo de que se trate con mayor amplitud y profundidad una de las figuras más preclaras del pensamiento en el siglo XX. Si Bárcenas (en la foto) no fuera cubano, por algunos de sus versos y sobre todo por sus trabajos de filosofía, habría que ir a buscarlo, para encontrar en él algunos de los tonos conceptuales más finos y certeros de un siglo que se caracterizó por formidables vuelcos y recuperaciones. Las obsesiones por el poder político y la endeblez de espinazo de más de un escritor hicieron de la filosofía y la poesía mera publicidad en defensa de lo indefendible, y muestra del ablandamiento del razonamiento adaptado, como alambre dulce, a los requerimientos ya de un mercado ya de una siniestra máquina de poder. El pensador-escritor pasó a ser una especie de animal de segunda, clasificable en alguna de las gavetas de los bandos rivales, sin que a nadie importara si decía o no verdad, ni si razonaba bien o no, sino sólo si defendía el gallardete del equipo. Esto llegó hasta las modas literarias o filosóficas, con más pretensión de éxito en la noche circense que de legítima indagación en la verdad y angustia por la conducción del destino humano.
Sin embargo, cuando un día se lean traducidas a alguna lengua no castellana algunos trozos del "Responso Heroico'” se encontrarán entre las más exquisitas décimas de una poesía civil que recoge sin retóricas ni exaltaciones de barricada los tonos de una gesta que tuvo por protagonistas lo más puro de una juventud y por escenario la clásica nitidez de la acrópolis universitaria. Hacía falta un poeta con la precisión conceptual exacta y la pureza espiritual de su propia existencia, para decir tan sencillamente lo que sólo él había podido captar.
Así, cuando la filosofía se extraviaba, por los vericuetos de un intelectualismo virtuoso, del planteamiento ineludible de la verdad del ser, de la última realidad confiable, para ser simplemente hilandería finísima para enmantillar el vacío, un texto como "Estructura de la Estructura” o la decantación severísima del "Redescubrimiento de Dios” permiten osar el salto cualitativo y desbrozar tanto el instrumento del conocimiento como la noción de la realidad cognoscible, tal como lo hicieron en su momento Sócrates, San Agustín y Descartes. Tal vez éstos son los dos saltos más tremendos en el forcejeo del espíritu humano en el siglo: en literatura, salir de la iconoclastia caprichosa para ascender a la pura forma autónoma que pueda constituirse en canon, no copiando, sino continuándose en esa identidad inseparable de lo popular y lo culto que se aísla en los momentos de gracia. Y en filosofía, el volver, como decía Heidegger, a la primera pregunta, para intentar de nuevo la coherencia integral.
Esto había que hacerlo no como esfuerzo de gabinete o cátedra sino a través de la propia experiencia del vivir -por eso se acerca a Husserl-, en el planteamiento concreto de "¿qué es lo que tengo que hacer yo aquí y ahora"? Por eso, lo que define más justamente la condición existencial de Bárcenas es su ser revolucionario, su plantearse radicalmente el problema de la decisión y la acción en cuanto a una realidad integral yo-patria-pueblo, de la que no sólo no se desprende, sino que la asume como la responsabilidad clave de su vida,
Es del Directorio Universitario de 1927: el primer paso, de una generación comprometida sólo con la verdad, de convertirse en causa obrante de la mutación temporal. No se trata del joven afiebrado que se ha leído unos libros más o menos teóricos y quiere cambiar el mundo según modelo de ensueño, sino del hombre que entiende como afrenta propia la violación de la responsabilidad social y le da una respuesta primordialmente ética en la que pone su vida por precio.
He ahí algo que define la Revolución en Cuba, desde acaso su primer paso dado por Bartolomé de Las Casas o luego por Félix Várela y Joaquín de Agüero: su raíz primaria y originalmente ética. Porque el hombre es libre y su conducta en la tierra sustancialmente vale, el reto de la justicia no puede ser soslayado, y el intento es necesario como afirmación de lo único que no puede ser negado: el propio ser del hombre, que discierne el ser del no ser de sí mismo y de aquello que en sí mismo asume. Así, antes que un programa de modificaciones socioeconómicas, hay un reconocimiento del ser hombre, de la idoneidad de la persona humana como figura causal de su destino y asumiente en sí del indesprendible destino colectivo. Esto, que no está claro ni en los revolucionarios franceses de 1789 -ni mucho menos en los estadounidenses de 1776 para quienes el esclavo no era persona-, sí lo estuvo siempre en los teólogos españoles del XVI y XVII, en los haitianos como Toussaint L'Ouverture, en los alzados del 2 de mayo en Madrid, y, por supuesto, en los independentistas cubanos. Hay que tener en cuenta que esa certidumbre en la universalidad indefectible de la dignidad de la persona humana, antes de cualquier proyecto de transformación política o económica, definió, frente a las medias tintas de los anexionistas y autonomistas, la razón de ser de la República en cualquiera de sus generaciones, y la posible y única base aceptable de cualquier transformación social.
No es extraño que el joven Bárcenas de 1927 persistiera cada vez más, en pensamiento y conducta, al formar parte del Directorio de 1930, luego durante el gobierno revolucionario de los cien días, en su gestión política de las décadas siguientes, y en el esfuerzo revolucionario de la conspiración de abril y el Movimiento Nacionalista Revolucionario en 1953. Por supuesto que aspiraba, como todo cubano en serio, a radicales transformaciones económicas y de todas clases, pero ni por pienso se le ocurría que eso pudiera llevarse a cabo en ignorancia del estado de derecho y en desprecio de la capacidad de discernir, decidir, obrar y comprometerse de la persona humana, es decir, en negación de su libertad.
He ahí por qué, para una vertiente del siglo negadora de la persona y de los fundamentos del derecho -y de la filosofía del derecho- que han sustanciado nuestra civilización, la figura de Bárcenas no podía ser simpática, ni tomada en cuenta por los que ya por aberración doctrinal ya por pragmatismo particularista enajenaron el trabajo social convirtiéndolo en trampa para el propio hombre y en perversión culposa del quehacer revolucionario.
A los cubanos no nos ha faltado nunca ni maestros que sepan pensar ni esforzados que pongan su vida en función de la idea más justa. Sólo el tonto se ríe del sabio y el culpable desdeña el esfuerzo del héroe. Los jóvenes de todos los tiempos, cuando les arde la sangre, van a buscar en los maestros más abnegados los rumbos originales de la justicia. Valga el ir al "Profesor" Rafael García Bárcenas a reencontrar patria y humanidad.
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