
LA HISTORIA EN LA MEMORIA RECUERDOS Y OLVIDOS DEL 10 DE MARZO DE 1952
lunes, 14 de diciembre de 2009
LA HISTORIA EN LA MEMORIA
RECUERDOS Y OLVIDOS DEL 10 DE MARZO DE 1952 (III)

Por Luis Conte Agüero
“ORDEN DE DETENCIÓN CONTRA CONTE AGÜERO”
1952.11 de marzo. Un día después del golpe de estado, escandaliza un gran titular del diario Tiempo en Cuba, propiedad de Rolando Masferrer: “Orden de detención contra Conte Agüero”. El diario cuenta a su modo la historia de ayer día 10 e informa que estoy armado. Escondido en la casa de mi amigo Manolo Cabrejas y constituido en peligro para esta familia, pienso que es mejor abandonar la casa, salir a enfrentar el acaso. (Orestes Alayo cuenta en Miami que teniendo ocho años de edad vio llegar inmediatamente a los soldados tras marcharme de esa casa.).
Imagínese usted. Joven, popular, candidato a congresista de elección asegurada con votación record nacional de acuerdo a las encuestas, soltero como el viento y, de pronto, un golpe de Estado. Para un ciudadano como el norteamericano estas circunstancias son inconcebibles. En esta patria nuestra ha ocurrido. Y estoy en la calle, sin plan exacto, sin tener dónde ir y sin poder contactar a nadie. Inesperadamente, llega en motocicleta la solución. El policía me conoce. Se detiene. Me mira. Deja de mirarme. No me habla. Nada intenta. Inmóvil. Invitación callada. Entonces le muestro el revólver y me lo guardo.
- ¿Cómo se llama usted?
- Wilfredo Fernández. (En Miami, exiliado de Castro, me acompañará en la Ortodoxia. Ya murió)
- Bien. Le voy a facilitar un servicio. Lléveme a la Jefatura de Policía. Antes saludo a mi mamá y me pasea por la Calle Enramadas para que vean que estoy vivo. Por el Teatro Cuba y la tienda Ten Cents.
Así se hace. Y ahí voy. En la parte trasera de la motocicleta. Y yo llevo el revólver, revolvón 45 con el escudo cubano en dorado.
En la Jefatura de Policía situada frente al Viejo Caserón donde estuvo el Instituto de Segunda Enseñanza, entrego el revólver. Son cordiales. Unos y otros, los santiagueros me respetan. Llaman al Cuartel Moncada y me llevan allí.
Encerrado en una celda, llegan soldados. Alto, rubio como su uniforme amarillo, trasladado desde Bayamo o desde Holguín, el Capitán Pizarro (Parece familiar de Elpidio Pizarro, promotor de boxeo profesional) alza el revólver Colt 45 y lo muestra:
- Este es el jefe que teníamos. Le entregó esta arma al enemigo para que disparara contra nosotros.
- Para defenderme. Yo no rompí la Constitución. ¡A ochenta días de las elecciones!
Interviene un cabo del ejército:
- Déjemelo a mí, capitán.
- Tú solo contra mí, te cagas.
- ¡Basta! ¡Basta! Doctor: Esta revolución es generosa y lo deja en libertad. Cuando salga soy capaz de comprarle un durofrío, pero de las puertas del cuartel para allá cuide sus pasos. Vaya a ver que hace. Usted es el responsable de su vida.
Firmemente cruzamos las miradas.
Amarillo sudado el uniforme,
compartía quizás la pena enorme
de su vida y mi vida estrangulada.
Marcialmente, volviendo al señorío,
dio mediavuelta y regresó al cuartel.
También dí media vuelta; mi laurel,
fue comprarme mi propio durofrío.
Sí ¡Cosas raras de mi tierra! Salgo cuidado y custodiado por un Teniente del Ejército. Algunos soldados me gritan insultos.
- ¡Cállate!¡Seguramente tú mismo me aplaudiste ayer!
- No, doctor; no conteste. Me perjudica. No me ponga en problemas.
Sí. Ya en la calle recuerdo lo dicho por el Capitán Pizarro. Afuera; igual que a los soldados, me tienta un carrito con durofríos, agua, azúcar y fruta hechos hielo. Nadie tiene que comprármelo. Compro uno color fresa y me lo voy comiendo.
En el camino a mi casa en Estrada Palma 156 no faltan saludos, acaso más quedos que de costumbre.
El beso de Mamá Isidra es mucho más dulce que el durofrío.
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