sábado, 4 de enero de 2014
CRÓNICAS DEL ARCHIPIÉLAGO
EL CIRCO, Y EL GATO DE MI ABUELA
(1-4-14-10:00AM)
Por Aldo Rosado-Tuero
En mi niñez y pubertad, posiblemente yo estuviera empatado con el hoy difunto Guillermo Cabrera Infante, en lo concerniente a ver películas, pues viviendo en un pueblo del interior, donde los cines cambiaban las películas a diario, yo iba al cine todos los días, y los domingos iba a la matinee infantil, en el “Caibarién Cinema” y después a la primera tanda del “Cervantes” y la segunda tanda la disfrutaba en compañía de mis padres y mi hermana. Después cuando abrieron el Cine teatro “América”, alternaba entre los tres, pero no me perdía ninguna película que se pasara en mi pueblo.
Aunque los precios de las entradas eran irrisorios, si lo comparamos con los actuales, lo cierto es que mi desmedida afición, ya hacía mella en los bolsillos de mi padre, si a mi “vicio” por las películas agregamos que no me quería perder una velada boxística o un juego de béisbol, ya se imaginarán.
Para mortificación de mi padre y la mella de su bolsillo, cuando visitaban el pueblo los circos ambulantes que recorrían toda la geografía insular, yo inventaba hasta lo imposible para no perderme una función, ya fuera el “Circo Razzore”, el “La Rosa” o el “Atayde”, o cualquier otro timbiriche que hiciera escala en “La Villa Blanca”. Y como yo asistía a los dos funciones, llegó el momento en que mi padre se negó rotundamente a seguir pagando “mi vicio”.
Pero un año, sucedió que ya la escacez gatuna era tan notable debido a nuestras “razzias”, que empezamos a experimentar dificultades en la consecución de nuestros “pasaportes felinos” para obtener las entradas gratis al circo.
Mi tío, Secretario de Municipio o del Consistorio local, como todo político profesional muy avispado para las triquiñuelas y trampas, cayó enseguida en cuenta de quien había sido el perpetrador de tan inmundo gaticidio, realizado con abuso de confianza, nocturnidad y alevosía. Después de sonarme dos pescozones, que me dejaron los oídos sonando como los pitos de las locomotoras de vapor, y de endilgarme un discurso más propio para los habitantes del Barrio Tercero de Punta Brava, en sus mítines de campaña cuando aspiraba a Concejal, que para un regaño por un gato sacrificado en aras de las artes, pareció conmoverse con mis argumentos explicativos sobre mi desmedida afición a los espectáculos, me ofreció la solución perfecta: usando su influencia en la alcaldía me convirtió, de la noche a la mañana en Inspector Municipal (honorario) de Espectáculos, sin importar que yo tuviera doce años de edad, pero claro eso no tenía ninguna importancia en la demogracia de la época (Atención corrector de pruebas: escribí demogracia, no democracia).
Debo decir que cuando crecí y adquirí conciencia cívica renuncié a mi “botella’ que me permitía entrar gratis a todos los espectáculos que tenían lugar en mi pueblo marinero.
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7:33
Etiquetas: ALDO ROSADO-TUERO, Alida, Circo "La Rosa", Circo Atayde, Circo Razzore, Crónicas del Archipiélago, El Circo y el gato de mi abuela, Villa Blanca
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